Escribí esta columna el 15 de abril, con la esperanza de que cuando se publique, 22 de abril, el tema ya esté fuera de agenda.
Lamentablemente no creo que suceda. Un día sí y otro también redoblan la apuesta de quién puede pegar más bajo, quién grita más fuerte, qué verdad logran imponer; porque es lo que buscan, imponer y no convencer.
Me refiero a todos aquellos formadores de opinión, actores que influyen en el juicio público; políticos, periodistas, actores con cierta relevancia que inciden en las redes sociales. Claro que no son todos, ni son la mayoría, pero en esta lógica de la ley del más fuerte, los extremistas, los irresponsables, los tribuneros, los que solo pueden avanzar dividiendo, son quienes mayor visibilidad consiguen. No necesito dar nombres, los papelones de los propios y de los ajenos están a la vista de todos.
Semana a semana vemos como se van sumando actores a esta perversa lógica que se retroalimenta de lo más miserable de nuestra sociedad. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? ¿No entienden que lo que hacen erosiona nuestra calidad democrática, o son tan egoístas y mezquinos que ni siquiera les importa?
¿Qué se hace con aquellos que siembran odio, porque de verdad lo siembran, con el afán de conseguir un like, esperando el reconocimiento y el aplauso de su tribuna?
El agravio, las adjetivaciones personales, las mentiras, las verdades a medias, los hechos manipulados se convirtieron en parte del menú diario.
Al final del día y al principio también, solo les interesa tener razón; en verdad, auto convencerse de que la tienen. Esa necesidad de la auto afirmación constante, del “mirá cómo tengo razón”. ¿Qué quieren demostrar? ¿A quién?
Los momentos duros, son los momentos para demostrar grandeza. Lo que algunos están haciendo hoy; esa guerra ridícula, injusta y egoísta que están planteando, se agota en ustedes mismos. Porque mientras sus egos no los dejan ver y aunque nos la hagan cada vez más difícil a quienes intentamos ser justos y sensatos, el cuidado de la democracia desvela a la mayoría.
Hace algunos días me dijeron que era gris, que caminaba en los grises. Y yo no soy gris. Los grises se encuentran entre dos extremos y en este caso no los hay. En este caso son exactamente lo mismo, tienen la misma calidad humana. Se trata de egos versus personas con vocación de servicio; entonces, al final del día, sí estamos entre blanco o negro, entre dos formas de ver la vida, entre dos modelos de cómo relacionarnos. En esa lógica, sin dudas estoy en la vereda de en frente de los intolerantes, de los incapaces de construir con el distinto, de los golpes bajos.
Yo no estoy dispuesta. No estoy dispuesta a que esa sea la forma de vincularnos, no estoy dispuesta a ser funcional al juego mezquino y al veneno de unos pocos.
Hay días en los que, realmente, me generan ganas de bajar del barco. De verdad logran hacer creer que otra forma de hacer las cosas no es posible. Por suerte, alcanza con parar y ver toda la gente valiosa que conocemos (y la que no), en todos los partidos políticos, en todos los medios de comunicación, en todos los ámbitos de la vida. Con ellos hay que construir, con ellos construiremos; hay mucho en juego.
Fernanda Sfeir
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