Aquí estamos parados, en el límite de la ética y la excesiva prudencia. Una línea bastante concurrida por políticos y satélites del mundo político que estudian el momento de ser críticos cuando lo obvio rompe los ojos. En eso consiste viajar bajo el ala protectora del poder sin caer al vacío.
En los años 50, 60 y 70, América Latina le llamaba “democracia” a cualquier cosa. Se la invocó para sostener regímenes dictatoriales, que daban un golpe de Estado, argumentando que era para evitar otro golpe de Estado. Camarillas cívico-militares que utilizaban el discurso democrático para justificar una dictadura, sangrienta como todas, corruptas, como todas. La contaminación no sólo se producía por la supremacía militar en el Poder Ejecutivo sino, también, por los lobbies económicos.
Esta connivencia, sobre todo con buena parte de las multinacionales, provocó un estrés político que arrastró a la ciudadanía a la pérdida de confianza en el sistema democrático, sobre todo entre las juventudes universitarias, más inquietas y formadas en los libros y en la disciplina del estudio. Uruguay tuvo un pensamiento democrático propio, y dejó atrás las guerras civiles por la fuerza de la razón. Es una pérdida importante que la izquierda uruguaya se muestre arrogante en su papel de Prometeo, en lugar de aceptar, sin drama, el sistema democrático, sin hacer de él un campo de batalla, un camino intransitable a la toma del poder absoluto.
El camino democrático, sin ninguna duda, es el más complejo, el más lento y el más frágil de los sistemas. Pero es el más justo, el que asegura igualdad en el punto de partida. Claro que no se le puede llamar democracia a cualquier cosa. Requiere, en primer lugar, respeto al adversario, que no es un enemigo sino un compatriota que lucha por otras ideas. La democracia uruguaya es imperfecta, sin dudas, pero es la más perfecta de América Latina, y ha conseguido la alternancia de los partidos políticos sin grandes dramas. Jorge Batlle le pasó la banda a Tabaré Vázquez con la misma hidalguía que luego Vázquez le transfiriera la banda presidencial a Lacalle Pou. Uruguay es eso: un país que ha sacado sus enseñanzas de la guerra y del ejercicio democrático. Escuchar podemos escuchar y, de hecho, hemos escuchado hasta los cantos de las sirenas. La generación de los sesenta llegó con muchas novedades en la cabeza, y lo que pasó después ya lo sabemos. Es evidente que ese período 66-71 fue decisivo para la democracia uruguaya. Algunos pocos vieron en Pacheco a un hombre que se plantó duro frente al MLN, que no cedió ni cuando estaba en juego la vida de Mitrione. Pero Pacheco fue como el cigarrillo, que tan bien lo describió Vázquez en su libro “Crónica de un mal amigo”.
Se suele aceptar como buena la sentencia “más vale tarde que nunca”. Pongamos esto en duda por un momento. ¿Qué valor puede tener, hoy, la denuncia de la invasión a Checoslovaquia por parte de la URSS, cuando ni la URSS ni Checoslovaquia existen? Hubo un momento que sí fue necesario, como necesario fue ponerse del lado de Vietnam y no de Estados Unidos. Ya no hace falta denunciar nada porque las cosas ocurrieron, con la solidaridad que hubo en aquel momento. ¿Qué utilidad puede tener hoy denunciar el desastre cubano, si la exportación más rentable que tiene Cuba es la de sus médicos, que representan el 58% de las exportaciones de la isla, y nosotros callados la boca, sabiendo que a los médicos les tocan migajas? Ya es tarde. Todo eso ha costado vidas humanas que se podían haber salvado si la izquierda hubiese dejado de lado su constante especulación sobre darle pasto a las fieras. Las fieras no necesitan que les demos argumentos, los inventan, o se basan en una pequeña excusa para iniciar una campaña militar. ¿Qué argumentos presentó Putin para invadir Ucrania y exponer al mundo a una tercera guerra mundial? ¿La culpa la tiene Ucrania por no dejarse invadir así el resto del mundo dormía tranquilo?
La verdad es revolucionaria, dijo con razón el Che Guevara, y eso le costó la vida, después de haber denunciado a la URSS en las Naciones Unidas, y poco más tarde a China, a la URSS y a todo el campo socialista, en su discurso de Argel, en febrero de 1965, con motivo del Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática. ¿Qué está haciendo Biden en el entorno de la Unión Europea? Lo mismo que intentó hacer el Che con los países socialistas. Y aunque nos dé un ataque al hígado tenemos que recordar que, durante la Segunda Guerra Mundial, la URSS se alió con Estados Unidos y Occidente para quitarse a Hitler de arriba.
La opinión del gobierno uruguayo sobre la invasión de Putin ya la oímos, pero ¿la izquierda no va a decir nada, o lo va a decir cuando todo esté consumado? ¿Esperará a que termine el invierno y, con él, la vida de tantos indefensos? La opinión pública, al menos la más enterada y consciente, estaba alarmada y trabajaba por las metas que se había fijado para frenar el deterioro del planeta, pero de pronto salió Putin, no la URSS, que ya no existe, sino un hijo pródigo de ella a hacer pelota a un país independiente, al que ya le había arrebatado Crimea 8 años atrás. Esta guerra que Rusia desató está causando un daño irreparable, también a la naturaleza, y ni que hablar si se consuma un ataque nuclear o el estallido de la central atómica más grande de Europa, en Zaporitzia. A esa Rusia pervertida es a la que nuestro vecino, Alberto Fernández, le ofreció abrir las puertas de América Latina, y Pepe Mujica le ofrece amistad eterna.
Lo que está cometiendo Putin es un crimen de lesa humanidad, bombardea de forma indiscriminada casas y edificios civiles, no objetivos militares y por eso Putin será juzgado algún día, después será tarde para alinearse, después sólo quienes creen que esto tiene alguna lejana relación con el socialismo en que creen podrán esbozar una crítica, que sonará a nada, será como llover sobre mojado, ni más ni menos que lanzar una fogosa diatriba a lo que ya no exista, será como hablar del régimen de los Castro, los hijos de uno de los oligarcas más grandes de Cuba, que no se conformaron con las 11 mil hectáreas del padre sino que querían toda Cuba, y lo consiguieron.
Cualquier fuerza política que aspire a dirigir Uruguay debe demostrar su inteligencia y templanza en los temas que no están “cantados”. Para seguir la correntada y aferrarse al eterno salvavidas del salario público no hace falta mucho más que olfato y un estómago de piedra.
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