Mujeres en guerra por Cristina Morán
En la guerra el alma del ser humano envejece. Después de la guerra jamás volví a ser joven.
Olga Yákovlevna
Comienzo esta columna con parte de una frase de una de las casi un millón de mujeres soviéticas que combatió en las filas del ejército rojo durante la Segunda Guerra Mundial.
Hasta llegar a leer “La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana Alexiévich (Premio Nobel de Literatura 2015) poco conocía de historias referidas a ellas.
La escritora recoge en su libro los recuerdos de muchas de ellas: mujeres que fueron francotiradoras, zapadoras, condujeron tanques de guerra o trabajaron en hospitales de campaña.
El libro y un documental, fueron el disparador para ir más atrás en el tiempo hasta la guerra de l914-1918 y saber cual fue entonces la situación de la mujer en esa guerra que se cobró millones de víctimas entre soldados y civiles.
En esta guerra, en general las mujeres no iban al frente. Se ocupaban de los trabajos y las labores que los hombres debieron abandonar para ir a combatir. Sembraban la tierra, recogían la cosecha, lograban el alimento para ellas y sus hijos y un día pasaron a ser “municionistas”.
Las mujeres que trabajaban en la fábrica de municiones eran de la llamada clase baja y tenían entre 18 y 30 años. Hacían proyectiles, armas, explosivos, aeronaves y otros materiales cuyo destino era el frente de batalla. Era un trabajo peligroso porque estaban encerradas en un ambiente sin calefacción, con un ruido ensordecedor, lleno de humos tóxicos y algunas de las enfermedades que contrajeron fueron: somnolencia, eczemas, pérdida de apetito, cianosis, falta de aliento, anemia, palpitaciones pulso débil y rápido y otras que prefiero omitir.
Esta era la situación de la mujer en los países beligerantes.
Nunca supimos ni sabremos los nombres de cada una de ellas aunque hay algunas que fueron rescatadas del olvido por distintos historiadores.
Una de las rescatadas se llamó Dorothy Lawrence que se disfrazó de varón para poder ir al frente; la rusa María Bochkareva, que luchó en 1914-1918 y formó el “Batallón de la muerte de mujeres”; Madame Arno, artista francesa que organizó un regimiento de mujeres parisinas; la enfermera británica Edith Cavell que ayudó a tratar a los soldados de ambos bandos en la Bélgica ocupada por los nazis. En 1915 fue ejecutada por los alemanes por tratar de ayudar a soldados británicos a escapar de Bélgica; Ecaterina Teodorin heroína rumana que luchó y murió en la primera gran guerra.
En Estados Unidos las primeras mujeres admitidas en servicio activo de la Armada, fueron trece mil. Sirvieron en puestos de trabajo y recibieron los mismos beneficios y responsabilidades incluyendo, ¡oh sorpresa! el mismo pago: 28.75 dólares por mes.
Y de entre todas ellas surge el nombre de Edith Warthon escritora y diseñadora estadounidense quien en 1907 se estableció definitivamente en Fancia y siendo gran admiradora de la cultura y la arquitectura europea cruzó el Atlántico 66 veces hasta que un mortal ACV le dijo basta. Tuvo una intensa actividad social: dirigió salas de trabajo para mujeres desempleadas, celebró conciertos para dar trabajo a músicos, apoyó el Hospital para tuberculosos y fundó los “American Hostels” para ayudar a los refugiados belgas.
Desde fines del Siglo XIX produjo gran número de novelas, libros de viajes, de relatos y en 1902 publicó una novela histórica aunque para los críticos su primera gran novela fue “La casa de la alegría” en la que ironiza sobre la aristocracia financiera estadounidense de la que ella misma era un miembro destacado.
En 1920 publicó “La edad de la Inocencia” por la que le fue adjudicado el Premio Pulitzer en 1921 y en 1993 fue llevada al cine por Martin Scorsese.
Edith Warthon nació el 24 de enero de 1862 en Estados Unidos y murió en Francia el 11 de agosto de 1937. Está sepultada en el cementerio Gonards en su país de adpción.
Demás está decir que las mujeres, una vez finalizada la guerra de 1914-1918, regresaron a la rutina del trabajo como amas de casa y si bien hubo “rebeldes” que se negaron y les dolía admitir entrar al ostracismo a que las condenaban, mayoritariamente, volvieron. Fueron mujeres, heroínas, luchadoras que lograron, con una militancia fuerte antes y después de aquella guerra, su merecido derecho al voto.
No podría despedirme sin hacer mención a un hecho artístico que tuvo a nuestro país como protagonista.
Uruguay estuvo presente por partida doble en el Festival de Cine celebrado en Venecia. El final del largo metraje “La noche de doce años” fue coronado por un aplauso de 25 (veinticinco minutos) algo con lo cual cualquier artista puede aspirar pero complicado de lograr. Felicitaciones al director Álvaro Brechner y al equipo artístico y técnico que lo acompañó.
Hasta la próxima. Que seas feliz.
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