El duro embate del coronavirus está desnudando un oscuro giro político. Mientras escalan los indicadores de infecciones, hospitalizados y muertos, y el mundo médico reclama acciones mucho más enérgicas, el gobierno de Lacalle Pou se resiste a sumar nuevas medidas. Está inmovilizado invocando las libertades individuales como si estuviera acosado por totalitarios antidemocráticos, y persiste en defender su gestión como muy exitosa a pesar de que cada día hay algún nuevo record de muertos o enfermos. Su mensaje es: si te enfermás, es tu culpa.
Esta situación inmediatamente lleva al concepto de necropolítica. Ese duro término se aplica a las situaciones donde la política hace que la vida se someta a la muerte. El concepto fue acuñado por el camerunés Achille Mbembe, y exhibe al menos tres características. Su contexto es un estado de excepción que se convierte en una nueva normalidad, una política del dejar morir, y todo ello revestido por una narrativa de una guerra contra enemigos.
Mbembe lanzó el concepto de necropolítica para describir la ola de violencia global a partir de los atentados a las torres gemelas en Nueva York, aunque también atendiendo la situación en colonial de los países del sur. Pero todos esos componentes están hoy presentes.
Uruguay, bajo la pandemia, está inmerso en un estado de excepción, y como todo indica que durará un buen tiempo se está instalando una nueva normalidad. Al mismo tiempo, el gobierno toma decisiones de vida y muerte, no desde el punto de vista de ocasionarla adrede, sino desde ese dejar morir. El Estado actúa, por ejemplo, aumentando el número de camas de cuidados intensivos o proveyendo vacunas, lo que es positivo, pero eso insuficiente para detener el actual avance de la epidemia. Al mismo tiempo, el Estado no actúa en otros asuntos clave. Rechaza imponer más restricciones a la movilidad, no otorga ayudas económicas sustantivas para asegurar que las personas se queden en sus casas, y tampoco brinda una adecuada cobertura social a los más pobres.
El gobierno logró que se aceptara depositar muchas responsabilidades en la ciudadanía, en esas personas que no usan tapabocas o que van a fiestas. Si te contagiás es tu culpa, si te morís puede ser tu culpa, o bien será la culpa de quien te contagió. La contracara de esto es eximir de responsabilidad al gobierno.
El presidente invoca la libertad individual para justificar muchas inacciones estatales. Para hacerlo crea opositores imaginarios que supuestamente demandan un estado totalitario. No sólo no existe una postura extrema de ese tipo, sino que una de las pocas medidas concretas de Lacalle Pou fue en sentido contrario, con restricciones policiales a las aglomeraciones, y otra vez disimulando las ineficiencias porque sigue sin saberse qué es una “aglomeración”. También se escucha la letanía de ser un gobierno pobre, sin dinero, y por ello incapaz de dar más ayudas, aunque quisiera. Esa es otra fabulación, ya que estamos rodeados de ejemplos de gobiernos (incluso conservadores) que brindaron asistencias financieras tanto a las personas como a las empresas para poder remontar la pandemia.
A todo esto se suma el entrevero entre ineficiencias de la gestión y la alergia gubernamental a la justicia social porque prefiere reemplazarla por la caridad y la clemencia. El ministro Pablo Bartol lo deja en claro tanto en su discurso como en no poder, por ejemplo, asegurar un apoyo adecuado a las ollas populares, las que siguen dependiendo de la solidaridad ciudadana (1). Todas esas explicaciones del gobierno no detienen los contagios, y así, más allá de las intenciones de cada uno, se cae en la necropolítica en el sentido de dejar morir.
Finalmente se suma la narrativa bélica, cuyo ejemplo más reciente es un twitter del ministro de educación, Pablo da Silveira. Escribió que los “ingleses, solos contra Hitler, resistieron los bombardeos permanentes gracias a su temple colectivo. No decían cosas como ‘era previsible’, ‘debieron construir más refugios’, ni ‘hay demasiados heridos que curar’. Decían ‘entre todos vamos a salir de esta’ (10 abril). Todo ese mensaje es un sinsentido histórico, porque el gobierno inglés de aquel tiempo sumó a la oposición política, montó un Estado que intervenía en toda la economía y se endeudó brutalmente. O sea, todo lo contrario a lo que hace Lacalle Pou. Y además, el nazismo es radicalmente distinto de una virosis. Ese mensaje revelaría que el gobierno ya casi no tiene respuestas racionales ante la gravedad de la epidemia, y entonces sólo le quedan los simplismos publicitarios.
La necropolítica por ahora es efectiva según lo muestra el alto apoyo de la opinión pública a la gestión de Lacalle Pou. Seguramente en eso operan muchos factores, tales como el temor al virus, la incapacidad del Frente Amplio en ofrecer alternativas coherentes y una crítica juiciosa que sea empática y entendible por la población, o el papel de buena parte del periodismo que padece limitaciones en entender los indicadores sanitarios o que no lanzan preguntas filosas para desnudar las debilidades gubernamentales. De ese modo, el gobierno surfea mirando las encuestas de opinión pública (2).
A la vez, esta necropolítica tolera la muerte para asegurar la sobrevida de un tipo de economía. En ese flanco el Estado está muy activo; aplica viejas ortodoxias con ajustes económicos, reducción del gasto público, defiende el riesgo país y rehúye endeudarse. Se llega así a situaciones extrañas, ya que se acusa al gobierno de inacción, pero éste responde inaugurando nuevas camas, respiradores y vacunatorios. Pero su inacción en otros campos, como el apoyo económico, hace que miles no tengan otra opción que volver a las calles o a sus empleos. Y es así que crecen los contagios. El Ministerio de Economía hace una contabilidad tuerta, ahorrando dinero al negar ayudas a trabajadores o empresas, pero perdiendo millones en gastos sanitarios, y habrá que ver cómo valoran económicamente las muertes.
La comunidad médica y científica ha dejado en claro que las medidas gubernamentales han sido un fracaso epidemiológico. El número de muertes es inaceptable, pero la necropolítica hace que se naturalice ese dejar morir. El primer antídoto ante este drama es comprender que es intolerable, para así poder regresar a una política de la vida.
Notas
- Gobierno anunció “apoyo explícito” a ollas populares pero más de un mes después todavía no lo concretó, D. Cayota, El Observador, 9 abril.
- Lacalle Pou se aferra a la aprobación popular ante el ataque opositor, P.S. Fernández, El País, 9 abril; Zuasnabar: “Incremento de los casos no generó una baja en el apoyo del gobierno”, El Observador, 9 abril 2021
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