La reciente salida del ministro de relaciones exteriores por un político del Partido Colorado pone sobre el tapete, otra vez, el propósito o utilidad de ese tipo de cargos. En el saber popular se dicen muchas cosas sobre el sillón ministerial: es un pago a los amigos que ayudaron en la campaña electoral con jugosos votos, es el sitio para colocar a quienes aseguran fidelidad al presidente, para asegurar una coalición partidaria, colocar un representante corporativo y así sucesivamente. Repetidamente se critica a quienes están en un ministerio pero poco o nada saben sobre la temática de esa cartera.
Estas polémicas no son nuevas. El ministro es el “primer galán del teatro político”, y que para ocupar ese cargo no necesita más que “algo de audacia y no mucha aprensión”, ya que la capacidad y los principios son “muchas veces un inconveniente”. Eso escribía Juan Rico y Amat, en 1855, ante la situación de España, desde una ácida mirada conservadora. En aquellos años de revueltas, un Ministerio era la “ilusión constante de todos los diputados pasados, presentes y futuros”, el “altar donde se celebran los sacrificios”, donde yacen la “legalidad, moralidad, responsabilidad” y otros. Muchos pensarán que hay más de una semejanza con la actualidad.
Técnico o político
El sentido común indica que la persona designada debería tener experiencia y capacidades en las temáticas propias del ministerio que ocupa. Eso ocurre en algunos casos en el Uruguay actual. De ese modo, los cometidos de nuestro Ministerio de Economía y Finanzas, según el actual gobierno, es la “conducción superior de la política nacional económica, financiera y comercial”, la coordinación, planificación, y administración de recursos para promover el “desarrollo económico y social”. La actual ministra, Azucena Arbeleche posee antecedentes personales perfectamente ajustados con ese cometido, ya que es economista, se especializó en macroeconomía, trabajó dentro del Estado, y cuenta con la confianza política de la presidencia.
Pero también tenemos ejemplos en el extremo contrario, donde es difícil identificar una relación directa entre las temática de un ministerio y los antecedentes del ministro, sea por su formación como por sus trabajos anteriores, con el ministerio que se ocupa. Por ejemplo, el Ministerio de Turismo sin duda requiere competencias en manejar ese sector en cuestiones como conectividad, hotelería, etc., pero el ministro de la coalición, Germán Cardoso, hasta donde puede saberse no cuenta con ellos ya que su perfil es de la clásica carrera político partidaria (iniciándose como edil y luego diputado).
Desde allí parten muchas polémicas sobre los roles de un ministro. Para unos debe ser un político, alineado con su sector partidario, pero para otros debería ser un técnico o un burócrata competente para la gestión que se espera de cada ministerio. Pongamos por caso el MTOP, donde se indica que su misión es “diseñar, ejecutar y controlar la política nacional de transporte” y desde allí generar políticas públicas muy específicas. Sin embargo, en nuestra política criolla quedan en segundo lugar esos requerimientos y se piensa en los ministros por sus desempeños políticos, como si fueran diputados o senadores. Guste o no, cualquier despacho ministerial requiere competencias técnicas o experiencias específicas, y eso no está asegurado por recibido muchos votos o ser un activo caudillo político.
Esas contradicciones no están restringidas al actual gobierno, ya que bajo el Frente Amplio también ocurrieron (siguiendo con el ejemplo basta recordar el MTOP con Víctor Rossi, que aseguraba la fidelidad política al presidente pero a la vez desembocó en una muy pobre gestión ministerial). Algunos podrán argumentar en contra, indican algún político tuvo un excelente desempeño como ministro ajeno a sus competencias, concluyendo en que el curriculum nada asegura sobre las capacidades de gestión. Eso puede ocurrir. Es más, podría advertirse contra un extremo absurdo, como esperar que el Ministerio del Interior solo puede ocuparlo un comisario.
Teniendo en cuenta esos extremos, lo importante es que en la elección de la persona y en las evaluaciones de su desempeño como ministro, no puede estar enfocada en si es un buen o mal “político” sino en su accionar en la gestión pública. En efecto, los ministerios como integrantes fundamentales del Poder Ejecutivo, tienen un mandato principal en la gestión, en el diseño y aplicación de políticas públicas. El Consejo de Ministros no es un foro de debate partidario ni una arena para asegurar alianzas. Pero como la política partidaria todo lo invade también tiñe ese ámbito de la ejecutividad.
Lealtad maquiavélica
Otra vez se regresa al criterio de elegir a un ministro por criterios político partidarios y no por expectativas o resultados en la gestión de las políticas públicas. Esa tensión afecta ahora especialmente a Ciudadanos (Partido Colorado), ya que el sector que lidera Ernesto Talvi insistía en no seguir las costumbres de la política tradicional y defendía otro tipo de representación partidaria y a los mejores técnicos. Habrá que ver si podrá cumplir esas promesas para el próximo cargo ministerial que está en juego, el nuevo Ministerio del Ambiente.
Por ahora prevalece el criterio de asegurar el balance dentro de la coalición, y por ello los candidatos son, por un lado, Adrián Peña, quien es senador y su antecedente es ser empresario; por el otro lado, Eduardo Blasina, agrónomo, que se desempeña como periodista y consultor en temas agropecuarios. La racionalidad es asegurar un cupo a Ciudadanos en el gabinete, pero ninguno tiene experiencia ni antecedentes en cuestiones ambientales. Sea uno u otro, prevalecen las necesidades partidarias convencionales, o sea la “vieja política”. Y ello no parece ser un problema que preocupe a muchos.
Alguien podría forzar los antecedentes sosteniendo que los artículos que escribió Blasina sobre temas ambientales serían suficientes para ocupar ese ministerio. Pero ello sería como postular a ministro de economía a quien redacta los reportes económicos en otro diario, o que basta hacer periodismo cultural para ser ministro de cultura. Asimismo, ubicar en el Ministerio del Ambiente a un consultor agropecuario y cercano a ese empresariado, genera todo tipo de dudas sobre cómo se enfrentará la prioridad en gestión ambiental del país que es justamente lidiar con impactos, como la contaminación del agua, que se originan en prácticas agropecuarias. O sea, otra vez queda en segundo plano la efectividad que se espera de las políticas públicas ambientales.
La insistencia en armar un gabinete como medio de apuntalar una coalición partidaria y que a la vez sean leales a un presidente es tan vieja que recuerda a Maquiavelo. En efecto, en sus consejos al “príncipe”, subraya la importancia en escoger a los ministros con prudencia, otorgándoles riqueza y gratitud a los que le sirven bien y le son obedientes, y evitar aquellos que se rigen por el afán de provecho propio. Ese espíritu asoma hoy en día, acercándonos a la vieja política de repartir cargos para asegurar fidelidad. Tan distinto pero tan parecido a las presidencias de Vázquez, Mujica, Lacalle y Sanguinetti.
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