Pequeños y encantadores por Nelson Di Maggio
El arte de la vidriería, derivado de la escultura y la tradición milenaria, tiene dos particularidades contrapuestas que oscilan entre la libertad y la limitación. Al no obedecer a esquemas teóricos, el trabajo manual se sirve de la fluidez del material fundido que le permite todas las posibilidades de la imaginación, pero a la vez queda sujeto a la función utilitaria de la vida práctica cotidiana. Es un arte efímero de la misma manera que las solicitudes humanas y no obstante ha dejado la huella trascendente del gusto de una época.
En los comienzos la vidriería trabajó en moldes similares a la cerámica, y a partir de una década antes de Cristo y en el siglo I d. C. se inventó la técnica del soplado que todavía se puede observar con apasionante curiosidad en los talleres de la isla de Murano, Venecia, el modelado de formas a través de un tubo largo de metal y el empleo de pinzas para el toque final.
En el eclecticismo suntuoso del Palacio Taranco, concebido en 1910 por los franceses Charles Girault y Jean Chifflot, adquirido por el Estado en 1943. Se creó el Museo Nacional de Artes Decorativas en 1972, y luego se dedicó el subsuelo a un auténtico tesoro de arqueología clásica basado en las donaciones fundamentales de Luigi Andreoni, María Spangenberg de Pearson y Camille Chamoun, presidente del Líbano, con cerámicas griegas a partir del siglo VI a. C., musulmana y vidriería, con escasos rivales en América Latina. Pocos uruguayos lo conocen.
Fue en ese lugar que la excelente y recordada arqueóloga Susana Cavellini, de vida breve (1956-2010), realizó la memorable curaduría de A través del humo: perfume, frascos de aceites perfumados y ungüentos de la antigüedad clásica. El coronavirus cerró el museo y ahora está en proceso de reapertura con limitaciones de espacio para cumplir con el protocolo sanitario. Así, la actual muestra Vidrios milenarios es una pequeña selección de apenas una docena de objetos pequeños exhibidos en varias vitrinas, muy bien presentados, como si se hubiera impuesto el ritmo deseable para contemplar en plenitud la hermosura.
Vidrios milenarios, del acervo del museo, inicia su pequeño periplo con perlas de técnica del modelado a los anforiscos (pequeñas ánforas), técnica del soplado, contenedores de ungüentos, cosméticos, hierbas aromáticas o medicinales y perfumes, usados en ocasiones para ofrendas en las tumbas. Pertenecen a los siglos I y II a. C. El alto oscila entre los 13,4 cm y el diámetro entre los 5,7 cm en los cuencos, piezas más anchas que altas, contenedores de líquidos, asociados a la vajilla, a la funebria o ceremonias religiosas o ungüentarios de cuello largo y base globular del siglo III a. C., de similares medidas. El corto y delicioso recorrido culmina con una pequeña ánfora decorada con hilos aplicados de color de delicada elegancia y refinamiento reveladores del gusto de una sociedad y cultura altamente sofisticada. La imposibilidad actual de viajar —quizá por mucho tiempo—, la única manera de conocer los lejanos orígenes del arte, convierte al Museo de Artes Decorativas en un lugar obligado.
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