Hace unos días la Masonería le otorgó a Hoenir Sarthou el premio la libertad de expresión del pensamiento que brinda anualmente. Transcribimos las palabras de José Garchitorena y de nuestro compañero en dicho evento.
La celebración anual del día de la libertad de expresión del pensamiento, que en Uruguay y en buena parte del mundo occidental se ha hecho coincidir con el 20 de setiembre, por su innegable valor simbólico, es una oportunidad no solo para reivindicarla y promoverla, sino para reflexionar a propósito de ella.
Para la Masonería, hija directa del Humanismo, la libertad de expresión es la consecuencia ineludible de la libertad de conciencia que, a su vez, es un derecho consustancial a nuestra condición humana.
Por eso, la libertad de expresión es el epitome de esa confianza en la razón, propia de la Modernidad, que entronizó la idea de progreso, personal y social, moral y material y que forjó las utopías de transformar a la Humanidad que jalonaron la historia desde el siglo XVIII.
Pero a lo largo de los últimos 300 años, la razón humana debió enfrentar la resistencia de los dogmatismos religiosos, filosóficos e ideológicos empeñados en mantener el antiguo orden o en instaurar uno nuevo pero basado en fundamentos contrarios a la libertad individual y al reconocimiento de los derechos inherentes al ser humano. El genocidio armenio, el Holocausto del pueblo judío y el terrorismo, en sus múltiples expresiones, son seguramente los ejemplos más espeluznantes y removedores de las conciencias, aunque lamentablemente no los únicos, recordándonos que aun en tiempos históricamente tan cercanos, el hombre puede ser el lobo del hombre.
Pero es innegable que, pese a ello, mucho se ha avanzado en la construcción de sociedades más abiertas y justas y que los avances científicos y tecnológicos han aumentado la expectativa y calidad de vida de miles de millones de personas.
Sin embargo, en lo que podría entenderse como un contrasentido, entrado el siglo XXI asistimos a un creciente desencanto y descreimiento en las potencialidades de la razón, lo que se traduce en la prevalencia de los sentimientos y las emociones a la hora de opinar, elegir y juzgar. Es lo que ha dado en llamarse, la posmodernidad.
Una época carente de utopías y de proyectos comunes, de prevalencia de los particularismos y caracterizada, sobretodo, por el hedonismo y la inmediatez, que cuestiona la idea de progreso individual y social.
En ese escenario, que plantea una reformulación del concepto de libertad y sus múltiples manifestaciones, la libertad de expresión encuentra nuevos desafíos, ya que ella presupone la elaboración y existencia de un pensamiento basado en la razón.
Así, los enemigos de la libertad de expresión ya no son solo la censura o las represalias, o lo que es peor, la autocensura, sino la ausencia de capacidad para debatir, propia de quienes carecen de pensamiento crítico.
Es particularmente llamativo que la denominada era digital o de la información, que ha puesto a disposición de las mayorías múltiples canales de comunicación y como nunca antes, una enorme cantidad de información y conocimientos, no se esté traduciendo en una mejora de la calidad de los debates ni en una ampliación de la libertad de las personas a partir de su capacidad de pensar y crear.
En consecuencia, reivindicar y promover la libertad de expresión hoy, pasa tanto por consagrarla de derecho como, de hecho, lo que implica no solo terminar con los obstáculos que se nos impone desde afuera sino también con las limitaciones que nos imponemos toda vez que renunciamos, consciente o inconscientemente, a analizar racionalmente los hechos y los temas, en definitiva, a pensar.
En este día de celebración de la libertad de expresión, reivindiquemos nuestro derecho a manifestar libremente lo que pensamos, pero a la vez, asumamos el deber –previo- de pensar con libertad y responsabilidad.
Responsabilizarnos tanto de nuestros actos como de nuestros dichos, asumiendo sus consecuencias, forma parte de la libertad de expresión, porque eso hace a personas libres viviendo en sociedad.
El progreso, personal y social, no es solo posible, sino que es deseable, porque no aspirar a él es desaprovechar ese rasgo distintivo del ser humano que es su capacidad de imaginar y crear, en todos los campos, apoyado en la razón, sin desconocer la fe y apelando a la esperanza, esa fuerza interior que en estos tiempos posmodernos parece faltarle a muchos.
Ese es el compromiso que los masones uruguayos debemos ratificar en este día para ser dignos de pertenecer a esta institución iniciática, universal, humanista y cultural, que basada en los principios de amor a la humanidad y a la verdad, trabaja para el progreso moral y material de las personas, a las que aspira a hermanar por el vínculo de la solidaridad.
José Garchitorena Gran Maestro Gran Logia de la Masonería del Uruguay
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