En un mes se decidirá en Uruguay el futuro Legislativo y escogerán dos competidores para un balotaje. La oposición de derecha tiene expresiones similares en América Latina y entre sus candidatos hay quienes sostienen que debe adoptarse el sistema económico chileno: sólo quienes desconozcan la realidad o crean a elementos propagandísticos pueden apostar por recurrir a ese rumbo. Si una mayoría se decidiera por él obtendría como resultado lo que está sumergiendo a Argentina y que, tiempo atrás, describió el bielorruso Simon Kutnetz: una promesa económica que ensancha las diferencias en favor de los dueños del capital a costa de las grandes mayorías, ofreciendo al pueblo –sine die– un futuro venturoso.
A partir de 2005, cuando inició el gobierno del Frente Amplio, sin olvidar que sostuvo una línea política que en lo económico transitó por las del capitalismo -no lo objetó ni tuvo atisbos de hacerlo- se alcanzaron algunos avances para los trabajadores, como la negociación colectiva y el mejoramiento de políticas de Estado con una mayor seguridad social, en contraposición al régimen de masacre social previo y durante la dictadura y su continuidad, que lo atenuó, en la restitución institucional.
El empuje de cambio en ciertos sectores sociales del subcontinente- acompasando los momentos de buenos precios de los commodities– se cortó a partir de 2007/08, dando paso al resurgir de la derecha no progresista y a los planes diseñados por el Banco Mundial (BM – 2000/04), sectores financieros europeos y, en el contexto regional -según cada país- aplicados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Debe señalarse que el neoliberalismo -al cual se le deben aplicar principios dialécticos- transcurre desde las imposiciones de tiempos de la guerra fría al de una nueva fase del capitalismo periférico: sin abandonar sus principios constitutivos, viene de la mano del Estado siguiendo el modelo de las APP (asociaciones público-privadas). Como condicionante, debe haber control de la macroeconomía, en los factores inflacionarios y cuentas nacionales, seguidos por un plan de privatizaciones de empresas públicas, apertura de mercados y desregularizaciones, allegándole todas las liberalizaciones factibles.
Tras lograr lo anterior, sobrevienen las APP que dejarán al Estado ante las entidades prestamistas como obligado deudor -que por extensión repercutirá en el diseño y aplicación presupuestal de lo que fiscalmente recauda-. Los consocios privados, en tanto, podrán enajenar su participación en las APP, mientras vigilan que el Estado cumpla con las obligaciones que contrajo “solidariamente”. Este neoliberalismo -como señalan diversos autores- es parte de la reconstrucción en el contexto del proceso de acumulación capitalista, mientras siguen expoliando a las grandes mayorías y explotando al trabajo.
Una política de conciliación de clases practicada en el presente siglo se agotó en 2007-08 cuando los precios de los bienes primarios que exportaba cayeron, la dependencia se hizo más evidente y reapareció la derecha pura y dura -con diferentes variantes- ofreciendo soluciones mágicas que sólo lo fueron para unos pocos y en muchos casos ponen a las naciones en situación de eventual crisis existencial.
Por otra parte, como apunta Antonio Elías refiriéndose a nuevos acuerdos de los Estados y de Uruguay en particular: “Las normas sobre propiedad intelectual, compras gubernamentales, competencia de nuestras empresas públicas con las trasnacionales, restricción de los derechos laborales y medioambientales que exigen los nuevos TLC, son absolutamente lesivos para el desarrollo productivo y la soberanía nacional”.
Lo anterior, sumado a lo que propone al paisito algún candidato de la derecha, sabemos a dónde nos conduce. El Frente Amplio está a tiempo de emprender otro sendero y de ofrecer nuevas perspectivas económicas, tomando en cuenta que los pasados gobiernos chilenos de la Concertación y hoy de Sebastián Piñera no nos acercan a disputarle nada al capital porque nadan en él.
Después 25 años pasados de “bonanza”, proclama que no es para el pueblo sino para asegurar la explotación de siempre, queda demostrado el hecho de que, en contraste, “los ingresos per cápita de los hogares (en Chile) de menores recursos subieron 5,4% entre 2015 y 2017, mientras que los más pudientes lo hicieron 17,5%”, según nos recuerda Paula Gallardo. Varios economistas trasandinos reparan en que Chile se ubica entre los 10 países con peor distribución del ingreso del mundo. Por más que se quieren destacar opiniones pletóricas de lugares comunes, estas apreciaciones no se paran de frente ante el problema de carácter estructural que forma parte del estado de ánimo que se intenta implantar-.
La resultante de todos los veredictos de las estadísticas mundiales se dirige al punto más débil de la ingeniería económica chilena: la pésima distribución del ingreso. Ese reparto es el que algún presidenciable montado en cierta propaganda mal intencionada y/o en preceptos de clase que bien conoce, quiere vendernos en Uruguay.
Y aún él, sin ninguna posibilidad para octubre, pretende reacomodarse con ese discurso y amoldar su futuro al ser tenido como un buen servidor en noviembre.
Nos abarca a los latinoamericanos -Uruguay no escapa al augurio- lo que afirmaba Fidel Castro acerca del continente en 1971, en Chile, al responderle al periodista Augusto “el Perro” Olivares: “Consideramos que este continente tiene en su vientre una criatura que se llama revolución, que viene en camino y que, inexorablemente, por ley biológica, por ley social, por ley de la historia, tiene que nacer y nacerá, de una forma o de otra -el parto será institucional, en un hospital o será en una casa, serán ilustres médicos o será la partera quien recoja la criatura- pero de todas maneras habrá parto.
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23 de septiembre: saludo a la familia del fallecido Guillermo Almeyra, marxista argentino, combatiente anticapitalista, querido compañero de trabajo en La Jornada de México.
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