¿Qué dejó la entrevista a Marset?
Este domingo el programa Santo y Seña difundió una entrevista al narcotraficante Sebastián Marset realizada en secreto por la periodista Patricia Martin. ¿Es correcto entrevistar a un delincuente prófugo? ¿A quién le sirve darle espacio a Marset? ¿Se puede creer algo de sus declaraciones? ¿Rating mata ética? ¿A quién comprometió Marset con sus declaraciones? ¿A quién favoreció? ¿Es un intento de blanquear a su familia?
Algo huele mal
Miguel Manzi
El más argento de los periodistas uruguayos, Ignacio Álvarez, rompió todos los registros de rating, con su programa sobre el más colombiano de los narcos orientales, Sebastián Marset. Ojo: de rating regional, porque parece que lo estaban siguiendo (al programa) con igual avidez desde Paraguay y desde Bolivia, países en los que solía operar y residir Marset cuando no estaba en Dubai. La de Santo y Seña fue la nota soñada por todo periodista posmoderno; pero si vas a soñar, hacelo en tu nuevo colchón microporoso con tratamiento antichinches de Álvarez&Marset, que te lo podés llevar con el 20% de descuento enviándonos las palabras clave de la semana: “Hay merca y nerca”. No te duermas que se agotan. El asunto no es frívolo ni banal: estamos hablando de países tomados por el narco, sistema político, poder judicial, fuerzas policiales (ni hablemos de cuadros de fútbol), y el narco equivale a violencia y muerte. Marset es narco; por transitiva, Marset es violencia y muerte. Las historias de narcos, con mucha violencia y mucha muerte, llenan todos los días las tapas de los diarios y los horarios centrales de los noticieros; y son garantía de éxito en libros, películas y series. Nadie escapa a la tentación del rating. Pero si vas a escapar, hacelo con botas de Marset&Álvarez, cómodas y resistentes, recomendadas para atravesar selvas, montañas y pantanos sin dejar rastros. Pedilas en los mejores comercios de todo el país. Hay abundante evidencia y sólidas razones que explican el avance incontenible del narco. Las tres Américas están inundadas por su presencia soberana (literalmente, en algunos territorios), en latitudes donde reina el consumo, en otras la producción, en otras más el tránsito. Por supuesto que Uruguay también es parte de la red planetaria; somos un remoto rincón del globo, pero ahora tenemos dengue, zika y chikungunya. La pequeña ventaja que debemos esforzarnos por conservar, es que aquí caen ministros porque dan un pasaporte ajustado a derecho, pero descuidando la diligencia de un buen padre de familia. Me inclino a pensar que programas como el que venimos comentando, faranduleros y berretas pero atrevidos, contribuyen a mantener a la sociedad en alerta, aunque huelan mal. Además, si tenés problemas de olores, nosotros te lo solucionamos con nuestros modernos sistemas cibernéticos de extracción de aire y otras sustancias prohibidas. Aprovechá el plan recambio y llevate un equipo Álvarez&Marset en cómodas cuotas mensuales. Y en caso de que ninguna de nuestras ofertas se ajuste a tus necesidades, tenemos al senador Enrique Rubio, que ya salió a decir que había que matar al mensajero, para que todos los orientales de bien podamos dormir tranquilos.
Están jugando con fuego
Oscar Sarlo
Tomando como excusa la consulta de VOCES, y sin haber visto el programa mencionado, me gustaría comentar lo siguiente.
(1) los medios privados son empresas y como tales, deben obtener sus cuantiosos recursos en el mercado, pero ese “mercado”, puede ser formal (legítimo, transparente), cuasi formal (cuando se vive de la pauta pública) o informal o “negro” (cuando no puede conocerse públicamente).
(2) El mercado formal está conformado por los anunciantes, que pagarán espacios en los programas que cuenten con mayor rating: aquí la ética indicaría que la competencia por el rating no debería ir en contra de los privilegios otorgados al periodismo para cumplir una función considerada de interés público. Si se aprovechan esos privilegios (que todos sustentamos) en beneficio económico del periodista y la empresa, entonces creo que está reñido con la ética. Lo mismo vale para los abogados, que gozando de privilegios que le concede el ordenamiento jurídico, no deberían ejercerlos de manera que dañen las bases de esas garantías. El mercado cuasi-formal se genera por las no siempre claras vinculaciones con el poder político, que genera pautas públicas nunca justificadas claramente en necesidades comunicacionales.
(3) Como decía, creo que también hay un “mercado negro”, en el cual se mueve un “periodismo de tareas”, que -en sus formas extremas- puede ejemplificarse claramente con esa parodia de periodismo que vemos en la televisión argentina, donde hay equipos enteros que operan para uno y otro bando, batallando día a día por una u otra causa. Se auto-definen como “periodistas” (incluso exhiben formación como tales), pero en realidad son comunicadores que cobran por armar un show atractivo: usan ediciones esmeradas de imágenes, crean parodias, imitadores, muñequitos, y todo tipo de recursos que apelan a los sentimientos, y no a la razón. Lamentablemente, este tipo extremo de operadores pseudo-periodistas argentinos, está desembarcando en Uruguay, a través de operaciones de compra de medios, sin que nadie se anime a hablar públicamente de esto, que es gravísimo.
(4) ese mercado negro del periodismo desde luego puede vender distintos servicios: desde un apoyo subliminal a un candidato, hasta “lavar” la imagen de personas imputadas de delitos varios, servicios que nada tienen que ver con el periodismo, cuya función debería ser informar con imparcialidad. De manera que siempre que veamos que algún “periodista” asume la defensa pública de una postura partidaria (es decir: trata de incidir en las opciones electorales de la gente) podemos sospechar que no actúa como periodista, y por consiguiente, que su show informativo -en el mejor de los casos- está guiado por el rating, o -en el peor de los casos- consiste lisa y llanamente en operaciones destinadas a favorecer o perjudicar a algún personaje, según mande el “mercado negro”.
(5) Por consiguiente, la ética periodística está en una relación conflictiva (una tensión) con el rating. Si no hay códigos profesionales sólidos que apoyen a los periodistas, y delimiten claramente el ejercicio profesional, denunciando a los intrusos, entonces esa función pública está en riesgo. Del mismo modo que permitir que el hogar (“sagrado inviolable”) comparta sus privilegios con el narcotráfico, el permitir que la libertad de prensa (otro sagrado inviolable en una democracia) se confunda con la actividad de operadores de un mercado negro de servicios comunicacionales, es un riesgo muy grande. En esa batalla, por ahora, los buenos llevan todas las de perder. Y no es que creo que haya que prohibir nada, sólo pienso que sería bueno que se clarificaran los roles, para no engañar a la gente.
(6) Por lo que ha trascendido en los medios, toda la entrevista a Marset está destinada a refrendar la “historia oficial”. Pero más grave que eso, es que el espacio que los medios destinan a este personaje (y no solo por una entrevista, sino que por todas las imágenes y videos que circulan) terminan idealizando este tipo de ídolos, románticos, jugadores de fútbol, con valores familiares, con una vida glamorosa, etc. Están jugando con fuego.
La fábula del narco bueno y el periodista independiente
Gerardo Tagliaferro
Nada que haya sorprendido. Los burreros dirían que pagaba 1,10 que la entrevista de Santo y Seña a Sebastián Marset no aportaría novedades sustanciosas. Ninguna sorpresa al menos para quienes, como uno, tienen la recurrente sensación de que el programa de Ignacio Álvarez se alinea mucho mejor en el terreno del show que en el del periodismo y la investigación.
Es evidente que el encuentro entre Marset y la periodista Patricia Martin, presuntamente en una mansión en la selva paraguaya, implicó una transacción con réditos para ambas partes. Para el jefe narco, el mostrarse como un pretendiente a Pablo Escobar -aunque mucho menos violento, por ahora- con códigos, familiero, “caballeroso” con su invitada y, sobre todo, dispuesto a negociar con el Estado uruguayo la entrega de su familia a cambio de algunas garantías. Para Álvarez, ubicarse en el centro de la escena, bajo los reflectores y las caricias de un rating que consultó y compartió con su audiencia a cada rato durante el largo programa.
De novedoso poco y nada. Sobre el manido tema del pasaporte, otra vez lo esperable: Marset “no pagó un dólar” por él ni se lo otorgaron por algún mecanismo express. Todo muy legal, como a él le gustan las cosas. Aunque en un momento utilizó un genérico “la otra mafia” para referirse a la clase política, no se privó de elogios al hablar de la uruguaya (la menos corrupta de América del Sur) y de nuestra justicia (lo mismo), contraponiéndola a sus pares paraguayas y bolivianas, donde la que manda es la corrupción, según el entrevistado. Está claro que no es conveniente, si pensás negociar, iniciar ese camino destratando a tu contraparte.
Antes de la entrevista, en el medio y sobre todo al final, barullo, serpentinas, cotillón. Y Daddy Yankee y Farruko poniéndole música a los sentimientos de este hombre “tranquilo”, que solo resuelve el 1% de sus problemas a través de la violencia. No estuvo incluido en ese porcentaje -según Marset y Álvarez- el fiscal paraguayo Marcelo Pecci, asesinado en Colombia: la entrevista sirvió también para que el capo narco volviera a mostrar su indignación porque lo relacionaran con el caso.
En definitiva, podemos discutir si el periodismo y la investigación quedaron en deuda, pero no así el show. El envío terminó a toda orquesta, entre risas y referencias sanamente envidiosas sobre el valor del reloj Audemars Piguet o la “tricota” Louis Vuitton que lució el agasajado… perdón, el entrevistado para la ocasión.
Resta saber si el gobierno y en particular el presidente -de quien Álvarez presume una y otra vez cercanía y de quienes Santo y Seña ha sido indisimulado vocero en otras oportunidades- reciben algo en el toma y daca. Mi impresión es que, si estaban incluidos en él, no es mucho lo que obtuvieron. No aporta demasiado que un capo narco te considere “no corrupto” ni que asegure que no pagó un dólar por el pasaporte, aunque el conductor del programa diga que le cree más a él que a un funcionario boliviano.
No comparto la crítica al programa por el lado de “qué horrible darle voz a un delincuente” o cosas por el estilo. Hay infinidad de ejemplos muy valiosos de entrevistas a personas en conflicto con la ley. El problema es cómo lo hacés y para qué.
En mi opinión, en este caso, la única consecuencia más o menos importante de la emisión de Santo y Seña es esta: hoy, en los corralones de la pasta base, seguramente hay más pibes de esos dispuestos a meterse un fierro en la cintura y salir a “trabajar” por tres pesos, soñando con ser el próximo Marset y calzarse en la muñeca un Audemars Piguet de 55.000 dólares para salir en la tele.
¿Me habré perdido algo?
Gonzalo Pérez del Castillo
El Domingo me encontraba de visita en casa de un amigo y le sugerí que miráramos la transmisión de Santo y Seña con la anunciada entrevista a Marset. No fue el inicio de una noche feliz.
Mi amigo, sorprendido, me preguntó ¿cómo podía yo perder el tiempo en esas cosas? Él, desde hace años, no mira los canales nacionales porque son insufribles. Se pierde un tiempo atroz. Por un minuto de supuestas “noticias” te embuten varios de anuncios y tandas interminables y, cuando terminan, el propio conductor retoma la posta y te encaja varios consejos comerciales más. Terminado el programa, sostiene él, te das cuenta que vale más la pena bucear lo que te interesa saber en las redes sociales. Es más rápido, más seguro y más serio.
No sé cómo logré convencerlo que, por esta vez, me acompañara y se sentara frente al televisor a la hora señalada.
Primero nos comimos diversas interminables proclamas sobre la maravillosa entrevista que íbamos a presenciar en forma exclusiva y nos enteramos, con detalle, del cúmulo de felicitaciones y comentarios que, de distintos países, habían llegado al canal. Todo eso amenizado por las consabidas tandas y propagandas varias y la feliz noticia de que, además de escuchar a Marset, íbamos a ser deleitados con algunas de las canciones favoritas (de Marset) además de un completísimo informe especialmente preparado para la ocasión.
Arrancamos finalmente con el anuncio de que Marset aparecería en cualquier momento, pero mientras tanto repasaríamos los antecedentes (que hemos escuchado hasta el cansancio) y que ya tenían paspado a mi querido anfitrión. Ahí reaparecieron los casos de la prisión, el desempeño de la cónsul en Emiratos, la cita con el abogado, el pasaporte exprés (o tal vez no) las conversaciones entre viceministros, los mails (que ya todos podemos recitar de memoria) y no se vayan que ya volvemos después de la tanda. Volvimos. Seguimos con la historia archiconocida: Lafluf, el presidente y el piso 11 y emergieron las canciones favoritas (de Marset) una y otra y finalmente la intrépida periodista que logró entrevistar a Marset y… ¡apareció el entrevistado! Pero solo unos segundos y vamos a otra tanda. Esperamos otra vez, y ahora sí, lujo de detalles del viaje de la periodista y finalmente Marset, sonriente y relajado, amable como una dama de sociedad sentada en el living de su casa. Dijo que todo era mentira, que no había nada contra él, ni aquí ni en ningún lado y que el vendía droga, pero no la consumía, que no tenía vínculos con ningún cartel y su familia no tenía nada que ver. Volvimos a deleitarnos con sus canciones favoritas y fuimos a más avisos. En la próxima aparición el conductor nos mostró las declaraciones de algunas autoridades de Bolivia y Paraguay (aclaró que, tal vez, le creía más a Marset que a ellas) aparecieron algunas figuras nacionales, incluido el Pepe, y nuevamente la periodista y Marset, siempre compuesto, que declaró que estaba en contra de legalizar las drogas en Uruguay por esto y por aquello, pero además porque le quitaban el negocio.
En el siguiente bloque, llevábamos algo así como hora y media de programa, con breves minutos de apariciones de Marset, cuando el conductor anunció que la entrevista continuaba. Sin embargo, para alegría de todos, no iba a terminar aquí, sino que seguiría la semana que viene, como toda buena serie merece, y que ahí nos esperaba de brazos abiertos, a nosotros y a toda América Latina, como en esta inolvidable noche.
Mi amigo se levantó. Me dijo algo que no corresponde repetir aquí y se fue. Le pedí que apagara el televisor y hasta ahí llegó mi participación en este programa.
¿Rating mata ética? Sobre este lamentable episodio periodístico no corresponde pasar juicio ético alguno. Vale sí, destacar el coraje y la audacia de esa joven profesional. Su trabajo merecía una exhibición más digna. Queda en evidencia que en el afán de conseguir más rating o más y mejores promotores se le puede llegar a perder el respeto a la audiencia. ¡Click!
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