El fantasma de las religiosidades recorre el mundo. Los nostálgicos de la vieja retórica cristiana aliada con intereses imperiales, los que produjeron Occidente como bunker de los buenos, así como las izquierdas ortodoxas que censuraron a los autores marxistas clásicos en sus reflexiones sobre la religiosidad, se unieron en una cruzada contra las nuevas religiosidades. Denuncian la “invasión de las sectas protestantes”
Tocqueville dijo a principios del siglo XIX que fue la religiosidad estadounidense la que proporcionó suelo fértil para la democracia. De hecho lo fue y lo es en el mundo periférico hoy. El autor no imaginó la aparición del fundamentalismo religioso protestante.
La cultura occidental –la más agresiva de la historia– y su contracultura, no puede pensar sus márgenes y, mucho menos lo que sucede fuera del jardín imaginario llamado Occidente, al que el siglo XXI le trajo la hora de cierre por derrumbe o por la aridez del terreno que produce flores malsanas.
El vigía de Occidente Julio María Sanguinetti se atrincheró para lanzar su campaña. En febrero de este año escribió una nota en El País de Madrid, Entre el cielo y el barrio (14/2/2018). En la nota recuerda con admiración al Papa Juan Pablo II y cuestiona duramente la figura del Papa Francisco que “a cada rato desciende de la universalidad de su posición a minúsculos combates políticos de inexplicable provincianismo”. El descenso de Francisco se refiere a su sensibilidad por los derechos humanos y su vínculo con Madres de Plaza de Mayo.
El ex presidente vuelve a la política con la mochila llena de trastos. Trae de contrabando lo peor del Siglo XX. Occidente y Cristiandad entran en la agenda del Partido Colorado de un modo novedoso. El Dr. Sanguinetti no cree en Dios pero si en el Papa. Añora la gestión política de Juan Pablo II, anticomunista de ceño fruncido y puño crispado. Celebrador de la conquista de América, que en 1984 la consideró como “la más grande y maravillosa acción que se haya dado nunca”. El Papa que silenció a Hans Kung y Leonardo Boff entre otros. El que en su visita a Managua, humilló, increpó, agitó su índice amenazador para satanizar al padre Ernesto Cardenal, cuya única falta fue usar la realidad barrial y provincial como argumento teológico.
Harvey Cox, investigador de Harvard, cuenta que le preguntó al entonces cardenal Ratzinger (el autor recuerda que en los 80s le decían “rottweiler del papa”) cuales creía el que eran hoy las principales fuentes de “herejía”. La respuesta inmediata fue que el peligro es el “sincretismo”, sobre todo en el mundo no occidental. Hay peligro en la mezcla de prácticas cristianas con el color local de los pueblos.
Harvey Cox fue organizador de los primeros cursos sobre teología de la liberación en Harvard –que no la aprendió ahí ni en Yale – Para comprender esta espiritualidad, tuvo aprender la lengua de sus mentores y viajar a los barrios del “Sur global” donde viven comunidades que están menos interesadas en la naturaleza metafísica de Cristo que en porque la pobreza y el hambre siguen castigando al pueblo de Dios. Fue en barriadas de México o Rio de Janeiro donde Cox constató el intento de poner en diálogo la religión con la realidad, para que esta última camine hacia la humanización.
El jardín posoccidental
Si hay una primavera cultural en el cambio de milenio, se relaciona con la “desoccidentalización” del cristianismo, que se expresa en el crecimiento de la comunidad cristiana lejos de la tradición que subvirtió el mensaje de Jesús y lo fijó en una organización clerical jerárquica y un credo estandarizado. El alejamiento de Roma, del fundamentalismo norteamericano y la tradición grecolatina, produjo un revisionismo que reivindica el cristianismo primitivo y favorece oleadas de nuevas formas de sincretismos religiosos y una valiosa diversidad de liturgias y teologías. El pensador uruguayo Juan Luis Segundo dijo: “esa cultura griega…tan obsoleta, tan incapaz de reflejar nuestros problemas”. Es en este espacio postoccidental y periférico donde se están dando los cambios más relevantes en la actitud de los cristianos entre sí y con otras religiones. Este paisaje barrial y humanizado incluye al papa Francisco que en la encíclica Laudato Si´. Sobre el cuidado de la casa común. (2015), vincula la degradación humana y ambiental con políticas depredadoras que el Norte global impone sobre el Sur global.
Paradoja del Siglo XXI
Los cambios propuestos por el Papa Francisco incomodan a cualquier reaccionario. El Dr. Sanguinetti se ve interpelado por el cambio de rumbo de la “era del espíritu que sopla donde quiere”, y si quiere volver a la política tiene que cerrar filas y liderar la resistencia al cambio. Viejo conservador, sabe que los cambios en el cielo son precondiciones de los cambios en la tierra. Su islamofobia, etnocentrismo e intolerancia, su actitud discriminadora y dogmática, lo vinculan con los objetivos políticos del cristianismo conservador y católico del siglo XX donde la diversidad teológica y cultural era impensable.
Hoy tenemos más conversación y conflicto que nunca. Esa es la paradoja. En la coyuntura de cambio de siglo hay que advertir las dimensiones religiosas del conflicto político y las aristas políticas del desacuerdo religioso. Las teologías emergentes posoccidentales tienen como asunto urgente el diálogo interreligioso. No se habla de convertir ni evangelizar.
El último vómito de Satanás
El fundamentalismo nació en Estados Unidos a principios del siglo XX. Su aparición se relaciona a la publicación de opúsculos titulados The Fundamentals, que financiados por empresarios conservadores inundaron el país. En 1920 un artículo del Baptist Standard sugirió que a los cristianos que se identificaban con la publicación debían llamarse “fundamentalistas”. Los protestantes estadounidenses se identificaron orgullosamente con el nombre. Entre los “fundamentos” que cohesionan a esos cristianos hay creencias no negociables como la infalibilidad de la Biblia o la creencia inminente del retorno de Cristo. En lo político, ridiculizaban la idea de “evangelio social”.
El fundamentalismo no es homogéneo y de sus riñas internas hubo una separación entre doctrinales y pentecostales. Jerry Falwell, fundamentalista calvinista, teleevangelista, homofóbico, enemigo de la escuela pública y otras “divinuras”, comentó que cuando los pentecostales aúllan, gimen y hablan en lenguas, tal vez sea consecuencia de haber comido pescado mal cocinado. Sospechaba en ellos enfermedad mental. Campbell Morgan, otro fundamentalista importante, llamó a los pentecostales “el último vómito de Satanás”.
Fundamentalistas, evangélicos y pentecostales tienen el mismo origen, pero un desarrollo distinto. Especialmente en Latinoamérica y el Sur Global.
Saltimbanquis píos
Hoy los pentecostales –en la academia se los llama “místicos de bulevar” o “saltimbanquis píos”– son el sector de más rápido crecimiento y los que han contribuido al desplazamiento del cristianismo al mundo no occidental. El tsunami pentecostal no es políticamente monolítico. Algunos están influenciados por los fundamentalistas. Son los que están más cerca de Estados Unidos y han tenido compromiso con su política exterior en Latinoamérica. Tuvieron mucho que ver con la violencia Reagan en Centroamérica. En el sur, líderes pentecostales dijeron que el golpe de estado de Pinochet fue la respuesta de Dios a sus plegarias contra el marxismo maligno. Pero hay otros grupos, que a medida que se alejan del centro imperial lograron autonomía. Dentro de este sector, también hay grupos rabiosamente conservadores, pero lo que interesa es la parte que puede fertilizar la tierra que habló Toqcueville.
Especialistas en el pentecostalismo mundial como Miller y Yamamori, llamaron “pentecostalismo progresista” al sector que reivindica el “evangelio social” con un sentido de comunidad basado en la dignidad. Crecen en todo el mundo incluyendo China. Las motivaciones religiosas se han mudado del cielo a la tierra, al Sur global, al barrio. Los pentecostales no fundamentalistas asumen que la política es el vehículo para su teología social centrada en la ética de Jesús y el intento de hacer del mundo un lugar mejor. La conexión entre religión y política abre ventanas a paisajes nuevos. Aún está por verse cuanto fortalecerá la democracia.
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