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¿Renunciamos al Uruguay Natural?

¿Renunciamos al Uruguay Natural?
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Uruguay estaba en el grupo de los 20 países con mayor compromiso con un futuro “más verde” en el 2021. Este año cayó del puesto 20 al 38. Esta investigación es realizada por la revista de tecnología del MIT  (Instituto Tecnológico de Massachusetts) El ranking utiliza cinco puntos en su elaboración y clasificación de los países. Las categorías utilizadas son: emisiones de carbono, transición energética, sociedad “verde”, innovación y políticas climáticas, ¿Qué cambió para que nuestro país bajara en el ranking? ¿Qué hace el Ministerio de Ambiente para que estemos peor que cuando no existía? ¿Se ha abandonado la idea de Uruguay Natural? ¿Se están aflojando los controles como en el caso de los agroquímicos? ¿Hay más permisividad para que prime el negocio sobre el cuidado ambiental? ¿Es también culpa de la pandemia y la guerra? ¿Estamos yendo a contrapelo de la defensa del ambiente? ¿No somos líderes en energías renovables?

 

El poder contra la vida por Isabel Viana

No es un tema sólo de Uruguay: aún si mantuviéramos nuestros compromisos locales, no podríamos modificar las tendencias globales que llevan a la expoliación de la naturaleza inerte y viva. Simplemente nos dejamos arrastrar por una relación absurda del hombre con el resto de la naturaleza que promueven quienes piensan que la razón de nuestra existencia es la acumulación de riqueza. Difícil construir un “Uruguay Natural” en un mundo con una rápida y progresiva destrucción ambiental.

Somos parte de este planeta. Su permanente cambio, en todas las dimensiones ambientales (desde los continentes que se trasladan hasta las dinámicas formas de las costas y la diversidad infinita de las formas de vida), no interesa a quienes detentan el poder para decidir las prioridades de la especie, y por ende, es casi invisible a los ciudadanos comunes, a quienes se informa mal y se inculcan distorsionadas éticas de consumismo y corrupción.

Ya hubo extinciones masivas de las formas de vida. Entre 2.400 y 2.050 millones de años atrás; 540 millones de años; 443 millones de años después, 372 millones de años; hace 281 millones de años y 252 millones de años se produjeron enormes extinciones que llegaron al 85% de las especies marinas y al 70% de las terrestres.

En todos los casos las causas las catástrofes fueron circunstancias globales, relacionadas con la composición y temperatura de la atmósfera, los mares y océanos.

Hoy nos acercamos rápidamente a la desestabilización de las condiciones climáticas. Es constatable un nuevo fenómeno de extinción masiva de especies. Esta vez la actividad humana destructora de ecosistemas es parte de las causas que la generan.

Además de las actividades extractivas hemos artificializado, con alto costo energético, los ambientes en los que habita la mayor parte de nuestra especie, a costo de la posibilidad de vida de los otros seres vivos, vegetales y animales, incapaces de adaptarse a cambios cada vez más rápidos que generamos.

No vivimos en las condiciones que define el planeta, sino en ambientes en los que las horas de luz, la disponibilidad de energía, la productividad de los ecosistemas, y los riesgos en general, han sido modificados para beneficio teórico de la especie humana. Esos cambios no benefician a toda la humanidad: sólo los disfrutan quienes tienen recursos para pagar los altos costos de la artificialización.

La población en general es bombardeada con el discurso de la necesaria protección del ambiente y se difunden mensajes masivos tendientes a generar en ellos conductas individuales menos dañinas.

Los pequeños grupos de poder, tanto político como económico, consideran al entorno planetario, tanto inerte como vivo (la humanidad comprendida), como fuentes de extracción de todo lo que requiere su proceso de empoderamiento global. Extraen impunemente y sin atender a valores, lo que necesitan para incrementar su riqueza y poder. Con ello generan procesos que no sólo comprometen las existencias de ciertos materiales clave, sino la de la vida misma.

Quienes no detentamos el poder, padecemos los efectos de sus acciones, en las que participan siguiendo las pautas impuestas las clases medias globales y son sufridas por más del 50% de la humanidad empobrecida, cuyo escasísimo peso económico habilita a categorizarla como prescindible, lo que justifica su desprotección.

En ese contexto, Uruguay (y su Ministerio del Ambiente) adhieren al rol que les toca jugar: habilitan la colocación de enormes capitales globales excedentarios en actividades no compatibles con la conservación de nuestro territorio y de la vida en él, con pleno conocimiento de la destrucción ambiental que esas inversiones generarán. Seguimos produciendo materias primas (y agotando sus fuentes o destruyendo los ecosistemas que las producen) y, más allá de los discursos o los lemas como “Uruguay Natural”, continuamos asumiendo el rol de agentes activos de una muy factible catástrofe global.

 

Calificando calificadoras por Raúl Viñas

Hoy las calificadoras internacionales han cobrado capital importancia en temas tales como el grado inversor y como se posicionan países, regiones e incluso empresas, entre sí.  De sus análisis se generan listados y puntajes que son muy difundidos y tomados como verdades reveladas aun cuando sus bases técnicas puedan ser muy discutibles.

El que nos ocupa, el ranking por un futuro “verde” (Green Future Index), que realiza  el   MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), es uno de ellos. Para elaborar el índice de 2022, el muestreo incluyó datos hasta enero de este año y los resultados fueron originalmente publicados el pasado marzo.

En ese índice nuestro país pasó de ocupar la posición 20 en 2021 a la posición 38 en 2022. De estar entre los “líderes” pasamos a ocupar un lugar de mitad de tabla entre las 76 economías analizadas, justo por encima de Nueva Zelanda que ocupaba el puesto 8 en 2021 y ahora está en la posición 39.

Si bien sabemos que la situación ambiental de Uruguay no es la mejor, y que hay mucho trabajo para hacer en estos temas, es difícil encontrar algún factor que justifique internamente esa caída en el posicionamiento de Uruguay. Tampoco aparecen factores que evidencien un gran progreso en este campo por parte de los países que ahora se sitúan mejor que el nuestro en el ranking.

La respuesta quizá haya que buscarla en los cambios introducidos en el índice para 2022, alguno muy discutible, como la inclusión de la energía proveniente de centrales termonucleares dentro de las tecnologías “verdes”. También discutible es la inclusión de la penetración de vehículos eléctricos en relación a la población, o la importancia dada al secuestro de dióxido de carbono (CO2) por sobre la búsqueda de ser “carbono neutral”. Con estos cambios, a modo de ejemplo, el Reino Unido pasó del puesto 17 al 4 y Corea del Sur del 31 al 10 en el ordenamiento general.

La inclusión en el índice para 2022 del valor de las patentes de innovación “verde” registradas entre 2016 y 2020, tomadas como porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI), llevó a Uruguay a caer del décimo al septuagésimo lugar en “Innovación Límpia”, uno de los 5 puntos que considera el índice. En ese mismo punto, con el cambio introducido, Corea del Sur subió del 64 al 8.

Anecdóticamente, no ha cambiado en el índice la consideración negativa del consumo de proteínas animales y productos lácteos en la alimentación humana, a favor de productos altamente procesados o proteínas obtenidas de la pesca. Igualmente y de manera sorpresiva, Uruguay no aparece entre los peores del ranking donde sí se encuentran Finlandia, Islandia, Suiza, Estados Unidos y Argentina.

Está claro que algunos índices internacionales, este del “futuro verde” en particular, explican poco de la situación real del territorio y podríamos decir presentan una visión poco compartible de la realidad. Quizá en lugar de ocuparnos de ellos particularmente, debiéramos prestar más atención a la situación ambiental nacional y regional, analizando con cuidado lo que hacemos y lo que dejamos de hacer en ese sentido.

En momentos en que se trata a nivel parlamentario  la última modificación efectiva del presupuesto nacional hasta 2026, conviene revisar la falta de asignación de fondos a los temas ambientales, dentro de los cuales, además, más del 50% del magro incremento asignado se destina a una nueva sede para el Ministerio de Ambiente, difícil de justificar en términos operativos.

Conociendo los problemas que afectan la calidad ambiental, no todos ellos se arreglan con dinero, el aflojamiento de algunos de los muy escasos controles, como en el caso de las aplicaciones de agroquímicos y la aceptación de grandes proyectos, como el de la planta de UPM en el Río Negro, sin cumplir con las medidas ambientales mínimas para su instalación son malas señales que muestran carencias más allá de las condiciones económicas.

Que un macro proyecto como el denominado “Neptuno”, que propone tomar agua del Río de la Plata para su potabilización, sólo vaya a ser analizado ambientalmente después de que el mismo haya sido licitado, es un grave problema que lejos de ser uno económico financiero, lo es de lógica y organización, sin las cuales no es posible una adecuada gestión, ambiental o de cualquier otro tipo.

Estos “problemas” y como los enfrentemos, aún cuando no se vean reflejados en un índice, como este de “Desarrollo verde” que hoy nos ha convocado, definirán el tipo de ambiente en que deberán vivir nuestros hijos y nietos.

 

¿Qué cambió para que empeoráramos? Por Manfred Steffen

Nos gusta ser los mejores, los campeones. Y más nos encanta que otros lo digan. Maracaná sugiere que tarde o temprano se producirá ese milagro, esa garra, que nos permitirá remontar un resultado adverso.

Una investigación realizada en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) presenta noticias preocupantes para nuestro futuro verde. De entre los 20 mejores países, Uruguay pasó a mitad de tabla. Los parámetros considerados son: emisiones de carbono, transición energética, sociedad “verde”, innovación y políticas climáticas. Abarcan desde las políticas públicas hasta los hábitos de consumo de los ciudadanos. La pregunta parece ser ¿qué cambió para que empeoráramos?

El problema fundamental es que no queda mucho tiempo. El cambio climático con eventos extremos cada vez más frecuentes e intensos, el agotamiento de ecosistemas y los conflictos ambientales subrayan la urgencia del tema.

Cabe preguntarse si alguno de estos indicadores tiene relación con nuestra forma de vivir, de alimentarnos, transportarnos. En este sentido, llama la atención el empeoramiento del indicador “sociedad verde” que comprende reciclaje y consumo de alimentos.

Hace décadas que se habla de la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Tampoco es un secreto que todo el bienestar humano deriva directa o indirectamente de ecosistemas que son afectados por emprendimientos que prometen beneficios a corto plazo. Pero los indicadores económicos no registran las consecuencias a mediano o largo plazo.

¿Qué impacto tiene el aumento exponencial del parque automotriz? ¿Cuáles son las consecuencias de las urbanizaciones sobre las dunas? ¿Seguiremos consumiendo verduras y frutas peladas y empaquetadas en plástico? ¿Continuaremos descuidando cursos de agua para después tener que recurrir a costosos tratamientos de potabilización? Cada una de estas preguntas implica al Estado y sus instituciones, pero también a ciudadanos y ciudadanas.

En un planeta globalizado, cada crisis local puede afectar a todos. No hay más islas en las cuales salvarse. Es imprescindible el aporte de todos y cada uno. Retomemos la pregunta de si cambió algo para que bajáramos en el ranking. Creo que justamente no cambió lo que debía cambiar. Seguimos como si no pasara nada.

Tal vez, en vez de pelearnos con el MIT o desatar una tormenta de reproches entre gobierno y oposición, podamos reflexionar sobre el mundo que le estamos dejando a nuestros hijos y nietos.

Si este ranking genera esa reflexión, habrá cumplido con una importante función. No queda mucho tiempo para remontar el resultado. Hoy el futuro no parece verde.

 

Las cianobacterias ríen mientras el ministro de ambiente se reúne con el fútbol por Eduardo Gudynas

Existen muchos rankings internacionales para evaluar el desempeño ambiental. Algunos son rigurosos y coherentes; otros son unos entreveros poco útiles pero jugosos para la publicidad. Saber que caímos en uno de ellos no dice mucho, y del mismo modo, nunca se debió tomar muy en serio cuando encabezábamos otros listados.

“Uruguay natural” fue un invento de marketing y nunca reflejó una condición ecológica del país. ¿Puede llamarse “natural” si todas sus principales cuencas hidrográficas tienen problemas de contaminación? Aunque es muy conocido el deterioro de la cuenca del Río Santa Lucía, lo mismo se repite en el Río Uruguay, el Río Negro y los demás grandes cursos del país. ¿Puede calificarse como “natural” una geografía donde desaparecieron buena parte de sus bosques nativos, y sobreviven algunos, arrinconados y amenazados por la gula parrillera por “leña de monte”? Aún si se considerara que el país era “más” natural veinte años atrás, ha sufrido un deterioro paulatino y sin pausa.

Consideremos dos de las principales medidas ante esta crisis ecológica: regular la agropecuaria para reducir sus impactos, y salvaguardar áreas naturales o menos artificiales como “parques” o “reservas” para preservar la biodiversidad.  En esos dos frentes el desempeño es muy malo.

El control ecológico sobre la agropecuaria es tan deficiente como contaminados están los ríos y arroyos, y el monitoreo es tan malo como la muerte de abejas y sus colmenas. En cuanto a las áreas protegidas, apenas cubren el uno por ciento de nuestra superficie, y estamos en el último, o entre los últimos lugares, en las Américas y el mundo.

La situación que hoy observamos se debe a la incapacidad e inoperancia de varios gobiernos. En un modo similar a lo que ocurre en educación y seguridad, no es un problema que estalle de un día a otro, sino que se arrastra por largo tiempo. El Frente Amplio tiene muchas responsabilidades en ello, y todos lo sabemos.

El actual gobierno multicolor no sólo no resuelve esos problemas ambientales, sino que su gestión los agrava aún más. Parecería que la coalición tolera que Ciudadanos, del Partido Colorado, lleve adelante un desmantelamiento ecológico.

De un lado, el MGAP (que está en manos de Ciudadanos) ya no oculta la intención de liberalizar los agroquímicos, y resolvió que el registro de sus aplicaciones sean voluntarias, con todos los riesgos e impactos que eso conlleva. Del otro lado, el Ministro de Ambiente (del mismo grupo político) en lugar de detener esa medida, dedica su tiempo a reunirse con los clubes de fútbol Peñarol y Nacional. Entretanto, las cianobacterias festejan.

 

Uruguay Natu-Trucho por Esteban Pérez

Raúl “Bebe” Sendic: “Nos están entregando el país impunemente al extranjero, compañeros…” Las zonas francas significan ceder un pedazo del territorio para que las grandes empresas extranjeras puedan instalarse libres de acatar buena parte de las leyes nacionales.”

El modelo de agro negocios que se ha impuesto en nuestro país es responsable de la crisis ambiental y del deterioro de nuestros cursos de agua y muy probablemente del impacto en la salud de la población por el uso de agro tóxicos.

Los incendios forestales significan una tragedia para los pobladores cercanos a las forestadoras, evidenciando la falta de control del Estado sobre las transnacionales responsables.

Según CEPAL la inversión extranjera directa en América Latina entre 2002 y 2011 se multiplicó por 5,5.

La extranjerización de las economías latinoamericanas tiene la lógica extractivista de los recursos naturales. En nuestro país las agroindustrias como la del secano, la cadena forestal celulósica, la cárnica, la arrocera, etc. están controladas por grandes empresas transnacionales. Diez son las principales empresas exportadoras de las cuales ocho son capitales foráneos, a la vez que la totalidad de la banca privada está en manos extranjeras.

Según el último censo agropecuario hay cada vez más concentración y extranjerización de la tierra. Entre el año 2000 y 2011 desaparecieron 12.241 establecimientos, todos menores a 100 hás. Podríamos decir entonces que existe una “contrareforma agraria” en Uruguay, en un sentido opuesto al Reglamento de tierras artiguista.

Ya no sólo hay latifundistas de más de 30.000 hás. como denunciaba Sendic en los 60, sino que ahora hay multinacionales como Montes del Plata con 240.000, o UPM que ya tiene más de 100.000.

En el año 2000 las sociedades anónimas que tenían tierras en su poder no llegaban al 1% con 157.266 hás. En el 2014, su número pasó a ser el 14% del total de las explotaciones, siendo propietarias nada más y nada menos que de 6.998.285 hás., o sea el 43% de la superficie total del país.

En 2013 se superaba el millón de hectáreas forestadas y un millón trescientos mil hás. de soja.

La política económica se orientó a la atracción del gran capital esencialmente financiero con contratos confidenciales, zonas francas, exoneraciones fiscales y reducción de costos energéticos. UPM es el más claro ejemplo y menos mal que gracias a la resistencia popular y al desplome del precio del hierro, nos salvamos de la “aventura Aratirí.”

Las plantas de celulosa que todo lo contaminan, incluida el agua, son las típicas industrias tóxicas que el llamado Primer mundo trasladan a África y Ámérica Latina para hacerlas producir según sus necesidades, planificando nuestra producción desde afuera, en una versión moderna de colonialismo.

Utilizan técnicas que buscan rentabilidad despreciando los riesgos y daños ambientales.

Las semillas transgénicas, los herbicidas, pesticidas, etc. generan un cuadro de destrucción ambiental sacrificando la biodiversidad en función del lucro.

Es alarmante el crecimiento geométrico de las cianobacterias y la eutrofización de las aguas multiplicando por 10 los niveles de fósforo admitidos internacionalmente.

Mientras se le llenan los bolsillos al capital extranjero, se va mermando nuestra soberanía alimentaria creciendo los cinturones de miseria en las ciudades del interior y en nuestra capital. 700.000 trabajadores sobreviven con salarios miserables y otro tanto de jubilados y pensionistas pasan penurias con paupérrimos ingresos.

La patria que soñaron Artigas y Sendic, los miles de militantes torturados, exiliados, presos y desaparecidos, las decenas de miles de sindicalistas y militantes de izquierda de todas las tendencias que gastaron su vida en pos de un programa anti oligárquico y anti imperialista, hoy gradualmente van asumiendo la entrega del rico patrimonio de los orientales, las nefastas consecuencias sobre el suelo, el agua, la flora, la fauna y el aire.

Es imprescindible que el movimiento popular resurja crítico y combativo para intentar cambiar el rumbo que le arrebataron los últimos gobiernos, incluido el actual. Una vez más tiene vigencia la célebre frase: “nada debemos esperar sino de nosotros mismos”   .El presente es de reorganizar las bases y resistir.                                        ¡Arriba los que luchan!

 

¿Leyenda urbana o realidad? Por Rodrigo da Oliveira

Una broma dispara estas líneas, referida aquella a la eventual incorporación de Suarez a Nacional. Broma porque fue hecha a uno de los tipos menos futboleros del país, sin mucha duda, como estoy seguro de ser.

Algo que genera menos risas y sí mayor preocupación es la aparición de Uruguay en una lista acerca de cuidados y ecología publicada por una revista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el MIT. Estas publicaciones suelen tener una base criteriosa, fundada y algo alejada de las rencillas políticas lobistas a que estamos acostumbrados.

De ahí que surjan un par de dudas referidas a la posición de nuestro país en dicho listado y a su eventual caída en el ranqueo.

La evaluación es anual, involucra a setenta y seis países, y su divulgación también anual. Emisiones de carbono, transición energética, sociedad verde, innovación y política climática son las cosas que se toman en cuenta y sobre cuya valoración se realiza el listado de marras.

Llama la atención la fuerte caída en el desempeño que nos atribuye en el corto lapso de un año. Siendo correcto que algunas modificaciones se realizaron a nivel de algunos ministerios que forman parte del tema, no se esperó a ver los resultados de aquellas, sino que se quitó puntaje positivo y sin ver los resultados, por parte de la evaluadora.

No parece ser la mejor noticia que el uso de algunos nocivos insumos en el agro se dejen al arbitrio de quienes los utilizan ni que el porcentaje de mezcla de biodiesel pase a ser cero, en lugar del ocho por ciento acordado. Pero también es cierto que los resultados deberían ser los tomados en cuenta y no solo los criterios técnicos. Bueno es que se llame la atención, no sé si lo mismo cabe cuando se baja la calificación a casi la mitad.

En épocas de cambio climático real o publicitado, debemos hilar más fino en estas cuestiones. Lo que sucede hoy en Europa referido a las altas temperaturas y los incendios servirían para abrirnos los ojos y ver más allá. Cierto es que es un momento de calores extremos, pero que ya se han registrado antes y que tampoco implican una tendencia grave. A una etapa de altas temperaturas le sigue una de enfriamiento y así sigue. De hecho, todo esto está altamente influenciado por los fenómenos del Niño y de la Niña, que son fluctuaciones que se dan a lo largo de períodos muy estudiados. ¿Por qué lo de los incendios? Porque la ola de calor no los genera, sino las acciones humanas y las inacciones de los organismos a cargo de prevenirlos. De modo que no para dejar de atender la cuestión ni para horrorizarnos.

Algunas agencias terminan pesando solo con base en un criterio y los gobiernos deben atender a todas las necesidades que se le plantean, más su propio criterio de administración, de ahí surgen diferencias y en el equilibrio está el camino sobre el cual transitar. Difícil, pero no imposible, es llevar adelante algo que sea positivo para todas las partes. ¿Será eso también una leyenda urbana? ¿O podremos hacerlo realidad? Una vez más, nos cabe a todos la responsabilidad. Asumámosla.

 

Política del dejar morir por Cristina De Armas

Las consecuencias del deterioro del medio ambiente no son una amenaza, son una realidad planetaria contra la cual no hay vacuna y no faltan científicos que anuncien que ya es tarde para volver atrás. Los organizaciones, instituciones y países que siguen intentando luchan contra aquellos que practican la Necropolítica, un término que se adjudica al filósofo camerunés Mbembe y que significa “política del dejar morir”, dejar morir la naturaleza, dejar morir al hombre y salvar las economías.

No faltará el lector que diga que sin economía no hay recursos para cuidar el medio ambiente y sin dudas es cierto y es bueno recordar a propósito del tema y en medio de la rendición de cuentas que lo que se necesitan son justamente, recursos. Mientras, la economía crece.

Nuestro país tiene larga data en el cuidado del medio ambiente. En el año 1912 se comenzó a proteger los bosques nacionales. En 1935 se promulgó una ley que tenía como objetivo proteger la fauna nacional. En 1968 se aprobaba el Decreto ley para la prevención de la erosión hídrica. En el año 1971 se creó el Instituto Nacional para la Preservación del Medio Ambiente que funcionó en la órbita del Ministerio de Educación y Cultura y durante la década de 1980 se legisló sobre agua, suelos y forestación. En 1990 se crea el MVOTMA quien se encargará de todo lo relativo a Medio Ambiente hasta la creación del actual ministerio. En 2007 se crea el Programa Nacional de Energía Eólica y en 2012 se aprueba el proyecto de ley presentado por el senador Pedro Bordaberry que crea el Observatorio Nacional de Medio Ambiente; éste observatorio además de ser de acceso libre permite recopilar información sobre estudios realizados que necesitan ser enviados a las calificadoras que designan los lugares de los países en los rankings de cuidado ambiental.

Las prioridades ambientales en Uruguay según los expertos son: la contaminación de los recursos hídricos, la erosión de los suelos y los modelos de producción. La pérdida de biodiversidad, el uso de sustancias químicas y las construcciones en la zona costera.

Hace unos días el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) nos colocó en el número 38 entre 76 países en el Índice de Futuro Verde, colocándonos 18 lugares más abajo que el año anterior. Los 5 puntos del ranking incluyen: 1) Desempeño ante la transición energética, 2) Emisiones de Carbono, 3) Sociedad Verde, 4) Políticas climáticas, 5) Innovación Limpia.

Es en el último punto donde Uruguay ha descendido desde el lugar 10 al 70. Innovación Limpia se refiere a Inversión en Energía Limpia e Inversión en Tecnología de Alimentos. Uruguay mantiene un presupuesto del 3% del PBI en inversión de energía limpia (energía eólica). En publicación de Enero de 2020 la página oficial de la OPP anunciaba: “Actualmente Uruguay produce alimentos para 30 millones de personas y tiene capacidad de hacerlo para 20 millones más.” En la reciente Expo Internacional en Dubai, Uruguay presentó Tecnología, logística y exportación de alimentos; buscó exportar a Arabia Saudita. Puede ser que al MIT, le faltaran datos.

A través de su historia y a través de los distintos gobiernos Uruguay ha estado siempre comprometido con el Medio Ambiente, siempre ha habido personas dispuesta a desarrollar políticas para el cuidado ambiental. Nos falta mucho, sin dudas y debemos presentar los estudios ante las calificadoras internacionales, también ayuda, a nuestra economía.

 

Luz roja para el futuro verde por Fernando Pioli

Las razones por las que Uruguay pierde posiciones en Índice del Futuro Verde del MIT pueden ser variadas, pero tras ellas nos vamos a encontrar con el mismo tema: no es relevante para la base electoral del actual gobierno.

Un tema interesante de analizar (probablemente alguien lo haya hecho) es el motivo de que las cuestiones ecológicas y de cuidado medioambiental hayan quedado tan adheridas a la sensibilidad de la izquierda. La derecha parece tender a recostarse en un negacionismo conspirativo cada vez que alguien pretende profundizar en estos asuntos.

Pareciera que la sensibilidad de nuestra derecha (sea conservadora o libertaria) está bastante alineada con la de otras derechas en el mundo, detenida en una perspectiva anclada en la revolución industrial. Es difícil para las militancias políticas abandonar creencias irracionales cuando esas creencias han sido sus bases constitutivas, y la idea de que las posturas amigables con el medioambiente son un invento filosocialista concebido para debilitar a las potencias capitalistas es bastante difícil de desarticular.

En otro orden cosas, aunque conectado con lo anterior, se presenta la relevancia objetiva de que un país como Uruguay con una población escasa y con recursos naturales abundantes sea un referente en políticas verdes. Si bien ser un referente en estas políticas puede parecer de escasa relevancia en nuestro contexto productivo, también es cierto que se ha convertido en una marca distintiva del país y que por imagen deberíamos estar interesados en tener una.

Es decir, la relevancia mundial de la pérdida de posiciones en el índice del MIT es insignificante en consonancia con nuestra insignificancia en el mundo. Pero desde la perspectiva de nuestra imagen proyectada, para nosotros debería ser importante.

Pero para entender esto, debe abandonarse esa perspectiva propia del pasado preindustrial en virtud de la cual el mundo es un campo de explotación económica con el cual no tenemos ninguna responsabilidad. El costo de abandonar esta perspectiva es básicamente electoral, por eso es difícil ser optimista en el corto plazo.

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