Erich Fromm ve en la modernidad, la emancipación del ser humano respecto a sus creencias ancestrales. El alejamiento de las ataduras sociales del medioevo puso al hombre ante la indefensión de sus propias convicciones existenciales, solo ante la creciente complejidad social, la búsqueda de trabajo y subsistencia. De otra manera, Antonio Machado lo plantea así: “El que deja de creer en lo absoluto ya no cree en nada, porque toda creencia es creencia en un absoluto; a lo demás se le llama pensar”. En el libro “La guerra del fin del mundo”, Mario Vargas Llosa pone en boca del Barón de Cañabrava, una reflexión inquietante en torno a la rebelión de Canudos, liderados por Antonio Conselheiro, especie de profeta, de incierto origen. El Barón explica al periodista miope, que se había acercado a aquella guerra contra los huidos de las concentraciones de esclavos, de los peores y más temibles asesinos, en los primeros años del Brasil republicano. Mujeres y hombres, perseguidos por la ley, encontraron un refugio en el medio de la nada, asediado por el ejército, mientras otros esclavos permanecían bajo la protección de sus antiguos dueños. La libertad les había llegado junto a la sorpresa de quedar a la intemperie, sin techo y sin comida, aunque esa fuese su única paga. La libertad implicaba pagarlos con un sueldo miserable, si lo conseguían. Esa era la libertad. Hasta la monarquía abolida parecía un paraíso, como, en el otro extremo, era Canudo, el refugio donde los esperaba una muerte segura.
La lucha por la libertad ha estado siempre asociada a la intemperie, al temor a la soledad. El autoritarismo, un fenómeno inherente al poder autocrático, provoca angustia y patologías dolorosas para el individuo. Dice Fromm: “Hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella”. La sociedad humana está constantemente estremecida por la necesidad de reconocerse a sí mismo tan libre como parece serlo en estado natural, y la de buscar la protección perdida del hogar, del terruño o el trabajo remunerado.
La vida contemporánea somete al individuo, hombre, mujer, niño, anciano, a una mezcla de símbolos trepidantes, que le hacen vivir certezas y fantasías en espacios de tiempo casi tan imposibles de unir, como de separar, para que la luz de otras conciencias ilumine al individuo desesperado.
Platón, casi cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo, desarrollará su Alegoría, o Metáfora de la Caverna, en lo que, mediante la representación de la realidad exterior a la caverna, utilizando sombras proyectadas sobre la pared de piedra, hace que los individuos, encadenados de tal modo que sólo conocen las sombras de los objetos como única realidad, niegan la existencia de otra cosa que no sea la representación proyectada durante todas sus vidas. Platón se vale de estos artilugios para construir la metáfora del conocimiento, rebelándose ante quienes llegan desde el exterior para cuestionar su visión de lo real.
Conceptualmente, poco ha evolucionado la acción política, a la que estaba relacionado Platón. Como parte de su obra “La República”, la alegoría de la caverna sigue siendo útil para interpretar la acción escasamente pedagógica de la representación ante el poder de la sociedad humana. Aquellos esclavos que salían a la libertad se veían sorprendidos y temerosos ante la realidad, y cuando volvían a la caverna para transmitirle al resto de los encadenados cómo funcionaba el mecanismo de proyectar las sombras de los objetos reales sobre las paredes de las cavernas, son la representación de sus creencias, largamente experimentadas. Quienes vuelven de la realidad inteligible, son portadores de una idea distinta, que contribuye al desasosiego del individuo que ha vivido obligado a vivir una falsa realidad, o, en todo caso, ante la representación real de una falsa realidad.
Ucrania está pagando caro el haber vivido en ese berenjenal de falsas proyecciones de un camino seguro a la felicidad eterna, a un tipo de sociedad armoniosa, tan armoniosa que cuesta creerlo. De la vecindad satánica con el régimen nazi, Ucrania, tras la caída del muro, donde los maestros del partido proyectaban su tramposo mensaje, optó por la libertad, tal como los esclavos optaron por la libertad en Canudos. Otros tantos países, también sometidos por el régimen soviético, vieron, tras la caída del muro de Berlín, la verdad que no veían, encerrados en una caverna construida de una ideología tramposa. Al optar por la libertad, esos países, como antes había intentado Checoslovaquia, durante su Primavera de Praga, optaron por el peligro de perder todo.
El corazón se encoje cuando alguna gente lo suficientemente culta y bien enterada, acaba echándole la culpa al gobierno ucraniano por desafiar al régimen de Putin con la sospecha de que se integraría a la OTAN como parte de sus opciones para edificar su nueva sociedad. Estos amigos, algunos, parecen optar, todavía, por los viejos manuales de la época soviética, o por el Libro Rojo de Mao, en desmedro de sentir y estar convencidos del largo camino que recorrió nuestro país para ser una de las democracias más sólidas del mundo, ¿o dudan de esas ventajas? Debiera hervirles la sangre ante lo que se va conociendo de lo que sucede en Ucrania. En tan sólo seis semanas, la decisión de Putin, sin que hubiera la más mínima excusa, salvo esa sospecha de que se integraría a la OTAN, redujo las ciudades ucranianas a ruinas. Barrios enteros de edificios civiles han sido blanco de los misiles y la artillería que el régimen de Putin les ha mandado como una señal del infierno en que vive este hombre.
Algún día se conocerá lo que está pasando en otras ciudades, como Bucha. La población de esta ciudad era de unos 29.000 habitantes antes de que el ejército ruso la tomara. Cuando pocos días atrás, el ejército ucraniano pudo entrar en ella, apenas quedaban 3.000 habitantes. Recordemos estas fechas y estas informaciones que nos llegan, y que deberían provocar en nuestra sociedad un muy profundo repudio. Fosas comunes, mujeres violadas frente a sus hijos, edificios civiles reducidos a escombros por soñar con vivir en una sociedad como la nuestra.
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