Las sanciones contra Rusia (que algunas se extendieron a Bielorrusia e Irán) tras la invasión a Ucrania incluyen una gama amplia de campos y digo que otro país -que no esté en guerra- nunca ha sido objeto de tantas y tan variadas en la historia contemporánea: se trata de un cerco económico que trata de atacar una de las partes beligerantes en el contexto de un conflicto intercapitalista.
Estas medidas dictadas por EEUU son de obligado cumplimiento por el capitalismo occidental y en particular está dirigido hacia la UE, conjunto que mantenía la mayor relación activa de intercambio económico-financiero con el agresor ruso antes que invadiera. Así, la intrusión rusa dio inicio oficial al dilatado litigio entre Moscú y Kiev, detrás del cual estuvo siempre la OTAN, dirigida por EEUU, y la ambición de estrechar el cerco contra la exURSS.
Según expresiones de moscovitas y afirmaciones de pasajeros que han estado en Rusia en este tiempo, es notoria y golpea socialmente la orden de retiro a empresas occidentales, a cuyos productos se habían habituado mucho los habitantes y visitantes del área europea de Rusia. Los comerciantes de transnacionales habían logrado conquistar un nicho de consumidores de sus bienes capitalistas en la sociedad postsoviética: en dos décadas incorporaron grandes sectores en un gran país (144 millones de habitantes, de los cuales 77% vive al oeste de los Urales), en general, en áreas urbanas.
Aún en una visión parcial de las sanciones contra aquellos que estuvieran ayudando a Rusia de alguna manera -sin detallar peculiaridades y eventuales escapatorias a las mismas mediante terceros agentes-, el sólo nombre y los terrenos que afectan, por ejemplo Bielorrusia, deben dar al lector idea de la intencionalidad del cerco y su tamaño: individuales, dirigidas contra los apoyos políticos y económicos al régimen como contra personalidades responsables de la represión a la oposición; financieras, entre las que se encuentran las restricciones de financiación de algunos bancos -acuerdos vigentes desde antes de la invasión-, prohibición de transacciones de activos y reservas del Banco Central Bielorruso y la desconexión de varios bancos del país del sistema SWIFT.
En cuanto a las sanciones y tratos especiales sobre ciertos temas adoptados por la UE y cuyos ejes son mencionados públicamente por la dirección de la Comisión Europea, que preside Úrsula von der Leyen, tenemos como intenciones disminuir la capacidad del Kremlin para financiar la guerra; imponer costos económicos y políticos a la élite política y reducir la base económica de Rusia. Lo anterior, en lo que está comprometida la UE significa sanciones a particulares, empresas y organizaciones; prohibiciones de importación y exportación de productos del transporte y, en particular los hidrocarburos (por cualquier medio) y decomiso de activos bancarios.
De acuerdo con despachos noticiosos europeos (aunque la medida se cumple parcialmente), se han decidido desde la UE sanciones contra Sputnik y sus filiales; Rossiya RTR / RTR Planeta; TV Centre International NTV / NTV-; Mir; Rossiya 1; REN TV; Pervyi Kanal; RIA FAN; Oriental Review; Tsargrad; New Eastern Outlook y Katehon.”
Hace unos meses escribía que “del conjunto de sanciones que en breve lapso se le han aplicado a Moscú por parte de EEUU, la UE, Reino Unido, Japón, Australia, Nueva Zelandia y otros, pienso que lo que más mella pueden hacer son este quinteto: el cierre al sistema financiero internacional -que le prohíbe hacer o recibir transferencias a través del SWIFT-; limitante a los bancos rusos a créditos -elevando la deuda del país y de las entidades-; presión sobre las empresas de esa nación -con el consiguiente deterioro de las mismas en las bolsas de valores-; bloqueo de activos del Banco de Rusia y otras entidades públicas y privadas y prohibición de cielos europeos a las aerolíneas de bandera”.
Esto quiere decir que de sus negocios con Occidente ya no cuenta para proseguir con la guerra en Ucrania, reponer material, sobrellevar la economía.
La esperanza estadunidense en el sentido de intentar separar a Vladímir Putin de Xi Jinping (que no esconde la dependencia de su país de los avances soviéticos y rusos en materia militar) según los datos que aportan Aparna Ramamurthy (de Deutsche Welle- DW) y Aleksei Chigadaev, sinólogo de la Universidad de Leipzig, ha resultado en su contrario. Afirman: “según datos de las aduanas chinas, el comercio bilateral de China con Rusia alcanzará los 240 mil millones de dólares (219 mil millones de euros) en 2023, lo que supone un nuevo récord y supera el objetivo de 200 mil millones de dólares fijado en las reuniones bilaterales del año pasado (2022)”. Rusia pasó a ser el quinto mayor socio comercial de China en 2023, cuando en 2020 era el noveno. “China y Rusia son los vecinos más cercanos en Eurasia y el creciente intercambio comercial es algo natural. Pero la velocidad de crecimiento es anormal, es preocupante», declaró a la DW el ruso Chigadaev.
Con todo y las incomodidades de las que hablan -sobre todo- los jóvenes urbanos de la exURSS, parece que en su relación ampliada del Kremlin con Oriente (en particular con China e India) parece que Rusia ha encontrado la forma de enjugar los déficits que le generan las sanciones (se estima que ocasionan la pérdida de casi 100 mil millones de dólares anuales). En tanto, su relación con Oriente -obligada en la búsqueda de otros mercados como efecto de las sanciones- le ha permitido hacerse de espacios para colocar sus exportaciones y mantener -hasta el momento- el esfuerzo material de invasión y la presión económica, material y política de desgaste sobre la OTAN y EEUU.
Sin embargo, si pensamos en lo que vendrá en un futuro sin combates, convendremos que la inclinación mayor de Moscú es hacia Europa y debemos ponderar y estudiar la unidad real del bloque UE y cómo el Kremlin contribuirá a restaurar el diálogo derruido. Sin guerra nuclear la especie sobrevivirá y uno de los temas principales será el diálogo Rusia-UE.
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