Si se calla el cantor por Cristina Moran
Y el cantor se calló. Silenció su voz cuando nadie lo imaginaba. Fue tal como si la vida se hubiera detenido en el mismo momento de su muerte para volver en las voces de la gente entonando su canción emblemática, A desalambrar en la despedida que le brindó en el Teatro Solís.
Viglietti nació en un hogar de músicos. El padre, Cédar Viglietti, guitarrista; la madre Lyda Indart, pianista.
No es la intención repetir en esta columna mucho de lo que se ha escrito y se ha dicho del cantautor uruguayo al que se le fue la vida cuando se luchaba por salvarla.
El medio artístico de nuestro país no es tan grande como el argentino, por ejemplo y nos permite conocernos, encontrarnos en diferentes ocasiones, saludarnos y hasta trabar una amistad que permanece a través del tiempo.
Viglietti y yo apenas coincidimos en contadas oportunidades. No fuimos amigos. Ni siquiera intercambiamos un saludo, pero
permítanme contarles cuando ambos integramos la delegación uruguaya que participó del encuentro del Arte, la ciencia y la Cultura por la Democracia en Chile, cuando aún el poder estaba en las manos de Pinochet.
Integraban el grupo de uruguayos, entre otros, Atahualpa del Cioppo, el Profesor Massera, Eduardo Galeano, el actor Iván Solarich, la poeta Gladys Castelvecchi, Viglietti y esta mujer. Y ya en Santiago se nos unió la muy querida Belela Herrera.
Participamos de distintos actos, conocimos víctimas de la dictadura y luchadores contra la misma. Pero sin duda el gran motivador tenía nombre y apellido: Pablo Neruda.
Con algunas ausencias que prefirieron hacerlo en soledad, los demás, en un ómnibus puesto a disposición de las delegaciones, fuimos a conocer la casa de Neruda en Isla Negra bañada por el Océano Pacífico y luego “La Chascona” residencia del poeta en Santiago.
Me uní a la marcha que revivía el día en que Neruda era conducido al cementerio público de Santiago. Hicimos el mismo recorrido que hicieron quienes se arriesgaron a acompañarlo y despedirlo en el año 1973.
Y allí también estaba Daniel Viglietti. Éramos los uruguayos junto a los chilenos que iban a saludar, a dejar una flor en el pequeño nicho de Neruda y debajo en el de su mujer, Matilde. Aquel lugar era un enorme tapiz de mármol con nombres de hombres y mujeres a los que los unía una misma fecha: 11 de setiembre de 1973 y separadas por un camino angosto donde pudimos ubicarnos, largas hileras de tumbas en la tierra, sin lápidas, con una cruz donde se podía leer: N N. Solo eso. Fue entonces que voces chilenas, a capella, se unieron a la de Viglietti entonando la canción que traspasó fronteras y que cada pueblo en su dolor, hizo suya:
“A DESALAMBRAR, A DESALAMBRAR,
QUE LA TIERRA ES MÍA Y TUYA Y DE
AQUEL, DE PEDRO, MARÍA, DE JUAN Y
JOSÉ”.
Daniel Viglietti fue un artista, un creador que nunca ocultó sus pensamientos y luchó, a su manera, por ellos, por sus derechos, por los derechos de sus compatriotas encarcelados, torturados, desaparecidos solo por profesar una idea, una forma de pensar, de sentir la vida, distintas a las que querían imponerles. Hasta el final fue fiel a sus principios. Y eso merece, respeto estés o no estés de acuerdo.
Hasta la próxima. Que seas feliz.
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