Uruguay padece la epidemia del Covid19 y casi toda la vida del país –gobierno y población- gira alrededor de eso. El virus está absorbiendo la atención del gobierno y determinando muchas de las medidas que toma.
Si uno atiende a lo que circula por debajo de la cotidianeidad visible –cuántos casos nuevos por día, qué medidas nuevas toma o no toma el gobierno y las consabidas protestas de la oposición que corre de atrás gritando que es poco o que es tarde- se podrá encontrar con que el Uruguay está planteándose, quizás sin darse cuenta, un viejo y sustantivo dilema.
Vayamos de lo menos a lo más, de lo actual a lo de siempre, de lo circunstancial a lo histórico. Cuando el Frente Amplio (por sí o a través de autoridades del Sindicato Médico u otras voces sindicales) reclamó cuarentena obligatoria y el gobierno dijo: libertad responsable, quedó replanteado un dilema o una opción que no es del tiempo de la pandemia sino de lo que Braudel llamaba “la longue durée” de la historia, en este caso de la historia de nuestro país.
Un rasgo prevalente –político y cultural- tanto de este Uruguay de hoy como del Uruguay de ayer es el de reclamar o esperar la asistencia del estado como primera reacción vital a un problema o situación difícil. No voy a descubrir aquí algo que ha sido advertido, identificado y estudiado por muchos y en varias épocas. Para hacer breve este recorrido citaré a Real de Azúa, cuyo libro más renombrado se ocupa precisamente del asunto, y sostiene que el batllismo había creado el estado moderno uruguayo generando “un habilidoso arbitraje entre partido y estado que hacía a nuestra sociedad desdeñosa de todo cambio de estructura y de todo impulso radical y valeroso ya que todo reclamo tiene, aparentemente, el destino de ser oído y atendido”.
La expectativa instalada a través de la noción-tradición del estado como “escudo de los débiles” (según el relato batllista), queda por lo menos perpleja ante una consigna gubernamental de libertad responsable que deja a cargo de la iniciativa personal una parte de la solución a un serio problema colectivo.
Para poder seguir adelante en el razonamiento es necesario remover el argumento de que el actual gobierno es un gobierno frenéticamente liberal que ha prescindido de cualquier iniciativa asistencial encaminada a enfrentar las amenazas que el Covid19 descarga sobre el país. No es así. Este gobierno ha dispuesto ayudas directas e indirectas, seguros de desempleo, rebajas de impuestos y asistencia a través del MIDES y varias otras. Se podrá discutir –y se está discutiendo- si estas medidas fueron pocas o llegaron tarde: pero las hubo. Si esto no se admitiese quedaría automáticamente suspendida la discusión y la reflexión que quiero plantear, es decir, de un asunto que se ha hecho presente en el tratamiento de la epidemia pero que tiene vínculos con el Uruguay, con su cultura, con su historia política, con el estado de la opinión y el sentido común popular vigente.
También se hace necesario cerrar otra posible desviación que haría naufragar el planteo; la libertad responsable ha sido planteada, sí, pero al lado de la presencia cotidiana y activa de la policía, el Grupo GEO, la Guardia Republicana, la Prefectura y hasta los bomberos apagando cada noche las aglomeraciones. Lo que estoy planteando acá es si se puede percibir en los movimientos casi tectónicos y, por ende, sigilosos, de la cultura política de nuestra gente, un cambio referido a su relación con el estado. En una palabra, lo del título.
La consigna o la orientación hacia la libertad responsable significa poner en (o confiar a) manos de la gente las acciones no médicas necesarias para conjurar la amenaza de la epidemia, junto a las acciones estrictamente médicas que corresponden al Ministerio de Salud Pública y ASSE (es decir, al gobierno).
El “libertad responsable” habla a la población en términos de: no esperen todo del gobierno, hay una parte que se espera de ustedes. Apela a un cambio de mentalidad, es algo nuevo.
Se trata de algo tan nuevo que, en mi percepción, aparece claro en el discurso presidencial pero mucho menos claro en el discurso de figuras notorias del gobierno de coalición, incluidas las del Partido Nacional. No he visto ninguna iniciativa del Directorio del Partido o declaración política de ese cuerpo ejecutada sobre ese pentagrama o compartiendo el sentido de ese concepto presidencial, a pesar de que podría argumentarse, con buenas razones, la existencia de una familiaridad entre la historia partidaria y la frase presidencial. El Partido parece no haber despertado a todo lo que esas dos palabras, libertad responsable, pueden significar, no solo para enfrentar la epidemia sino para una transformación del Uruguay.
La vida cotidiana nos ha puesto delante algunos pequeños grandes gestos relativos a la intelección y el manejo práctico (comportamiento) ante la pandemia que pueden ilustrar lo planteado. Todos leímos en la prensa que, en la víspera del 2 de febrero, día de Iemanjá y de las ofrendas en las playas. Los paes y maes de santo más importantes de las organizaciones afro umbandistas dispusieron por sí y ante sí la suspensión de la ceremonia en las playas para evitar las aglomeraciones. Podían haber pensado: no nos vamos a malquistar con todas las cofradías: que el gobierno dé la orden y asuma la tarea de implementarla. Pero no se recostaron en lo que hubiese sido una decisión y un comportamiento típicamente uruguayo.
En la pasada semana santa el párroco de San José de la
Montaña envió mensaje a sus feligreses indicándoles que con el propósito de evitar aglomeraciones no concurrieran al templo para los oficios de semana santa. Ese párroco, actuando en la vieja modalidad uruguaya, (es decir, por ejemplo, en la línea de la dirigencia del S.M.U.) habría transferido la decisión al obispo o al gobierno: que dieran ellos una orden de cerrar.
Otro caso, último para no llover sobre mojado; en Maldonado el personal de los vacunatorios está exigido al máximo (como en todos lados). En vez de salir en la televisión para anunciar un posible colapso y demandar del gobierno más personal y, de paso, exigir más camas de CTI, más intensivistas y la multiplicación de los panes y de los peces, un grupo de médicos se organizó por iniciativa propia para tomar turnos en los vacunatorios y ayudar. En eso están.
Parafraseando en serio al humorista brasilero Luis F. Verissimo, el uruguayo que es uruguayo[1] lo primero que atina es a reclamar al gobierno. Cuando no lo hace y toma él mismo las decisiones y las tareas aparece una señal de que la uruguayez sedimentada culturalmente ha dejado (o está dejando) paso a otra cosa. No se trata en esta reflexión de medir resultados o discutir teóricamente el rol del estado o de la autoridad sino de prestar atención a un tipo de reacción incipiente, a la insinuación de un cambio en el sentido común popular.
El sentido común de una sociedad, aquello que el ciudadano espontáneamente considera lo obvio o lo establecido, es producto de un largo proceso de decantamiento. En el caso del Uruguay el enunciado “libertad responsable” es allí forastero o un recién llegado.
Si el episodio Covid19 termina mal para el Uruguay, se acabó esta discusión, pero si termina bien (y ese veredicto no está ligado a un informe médico sino a un juicio-interpretación de la gente) algo va a quedar germinando en la conciencia del uruguayo respecto a su sentido común.
El término libertad responsable no estuvo presente, que yo sepa, ni en la campaña electoral de Lacalle Pou ni en su programa de gobierno. Tampoco se lo puede considerar una veleidad o un recurso sacado de la galera para enfrentar una amenaza sanitaria enorme e inesperada. Probablemente surja de algún sedimento formativo político, familiar o vaya a saberse de dónde. Pero es seguro –lo más seguro de todo- que ningún político avezado –y él lo es- plantea lo imposible, algo en que no haya percibido alguna afinidad con el tejido de esa sociedad, alguna proto respuesta, alguna puerta entreabierta en un sentido común popular ya no tan redondo y terminado.
En la física existe una ley llamada de entropía que se refiere a la energía y a su tendencia natural a la dispersión, desorganización y finalmente disipación. En política también existe una ley de entropía: la energía política tiende a desorganizarse, a desequilibrarse. Véase si no: el “estado escudo de los débiles”, con el tiempo y según esta ley, pasa (ha pasado) a convertirse en otra cosa; de parte de los protegidos, pasó a ser el territorio de los hábiles o de los que tienen padrino y por eso no mueren infieles. De parte del protector derivó hacia lo que Octavio Paz bautizó, con agudeza y con conocimiento directo en su país, el ogro filantrópico.
El asunto merece estudio y discusión; no tanto en la teoría (o en la cátedra) sino en la palestra política, de parte de los agentes políticos y de los periodistas especializados. Porque es allí, en el territorio y no en la cátedra, donde se han insinuado movimientos. Pienso que vale la pena tirar el tema al ruedo y que sea discutido. Si no hay nada moviéndose en el sentido común del Uruguay, si estoy equivocado, los Filgueira tendrán que agregar otro tomo a su aguda obra sobre el largo adiós al país modelo. ¿Y si lo hay?
[1] Homem que é homem, en “As mentiras que os homens contan”
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