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Sin libertad no hay responsabilidad por Miguel Pastorino

Sin libertad no hay responsabilidad  por  Miguel Pastorino
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Afirmar que los seres humanos somos libres implica reconocer una capacidad fundamental para decidir, para tomar las riendas del propio obrar. Toda la filosofía occidental desde los griegos ha distinguido la libertad como una realidad posible solamente en quienes tienen uso de razón. Y si bien el ser humano siempre está condicionado, unos más que otros, por diversos factores que inciden en sus decisiones, nunca los condicionamientos son totales, porque si así fuera estaría determinado a realizar las acciones que hace y no sería libre, ni responsable de sus acciones. Se le exige responsabilidad porque se presupone su libertad. Si hay libertad, se es responsable del uso de la propia libertad. A mayor libertad, mayor responsabilidad. Por eso no siempre es fácil tomar decisiones, cuando tomamos conciencia de que somos responsables de las consecuencias de tales acciones.
También hay un gran desarrollo filosófico sobre la libertad política, pero no es sobre esa libertad a la que nos abocamos esta vez, porque para hacerlo es preciso primero abordar la libertad como realidad antropológica.
“Los animales desean hacer cosas con cierta flexibilidad, pero no son dueños de sus actos, por ejemplo, de sus deseos. No pueden reflexionar sobre si van a hacer algo o no, sobre sus emociones y mucho menos sobre sus fines. No hacen proyectos. Sus deseos no son voliciones. Los animales se dejan llevar por la espontaneidad de sus percepciones y afectos combinados, pero no pueden querer voluntariamente… el querer, en cuanto implica autodeterminación, implica un poder “volver sobre sí mismo” -autoconciencia- para evaluar lo que uno va a hacer, sobre todo para ver si lo que uno quiere resulta conveniente o valioso. Para esto el agente libre delibera con su razón sobre sí mismo y sobre su propio obrar, ante lo cual dispone con libertad. A esto se le llama tradicionalmente libre albedrío: ser árbitros de nosotros mismos, poder dominar nuestros propios juicios al ser autoconscientes. En este sentido la libertad supone una especial auto-posesión del sujeto libre”. (J. Sanguineti)
Fundamentalmente podemos distinguir dos tipos de libertad, la externa y la interna. La libertad externa consiste en obrar sin impedimentos (libertad negativa), sin coacción externa. Implica la capacidad de elección y acción. Pero aun cuando pierda la libertad externa, no dejo de ser libre. Porque, de hecho, pueden impedirme que haga algo o pueden obligarme a hacer algo, pero no pueden obligarme a que lo quiera: “La voluntad libre no puede ser en y por sí violentada” (Hegel, Principios de Filosofía del Derecho, 91). Así la libertad interna tan defendida por los estoicos, se considera la libertad que “nadie nos puede arrebatar, porque es la libertad constitutiva” (Victor Frankl, El hombre en busca de sentido).
A lo largo de la historia del pensamiento hay cuestionamientos a esta concepción de la libertad, especialmente cuando se extrapola el determinismo científico a la libertad humana y es un debate amplio y complejo. Pero actualmente en libros de divulgación va creciendo una mirada determinista que niega la libertad humana, basada supuestamente en evidencia científica, pero que en realidad es una postura filosófica. Un ejemplo de confesión determinista que niega la libertad es el historiador israelí Yuval Noah Harari.

¿La libertad es una ilusión del cerebro?

El autor de superventas con Sapiens y Homo Deus, o 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari, presenta visiones contradictorias sobre la libertad, negándola por completo como si fuera solo una ilusión del cerebro y al mismo tiempo hace un llamado a la responsabilidad ética. Presenta la libertad como un relato mítico, un autoengaño creado por el humanismo, que el libre albedrío es un autoengaño. ¿De dónde concluye estas ideas? Saca rápidas conclusiones de estudios neurocientíficos que demostrarían que nuestras decisiones que creíamos libres no son más que una serie de conexiones neuronales que deciden al margen del yo. A eso le suma el “triunfo de los algoritmos” con una libertad hackeada por los algoritmos. Aunque confunde planos y argumentos, es cierto que la dependencia de las nuevas tecnologías de la información y el culto a los datos puede llevarnos a delegar nuestra libertad y renunciar a la toma de decisiones en cuestiones fundamentales de nuestra vida. En esto hace una pertinente advertencia, pero al mismo tiempo viene negando la libertad, por adherir a un determinismo neurológico que nos reduce a un montón de procesos programados por nuestra biología que nos harían imposible la libertad.
Somos seres condicionados por nuestra biología y por el entorno, pero no determinados, porque sería reduccionista negar la conciencia humana, la reflexión y las acciones voluntarias, tomando como absolutas las acciones involuntarias y que seamos predecibles en gran parte de nuestras acciones se lleva al extremo de afirmar que si nos estudiaran al detalle seríamos 100% predecibles como máquinas. Pero sin negar los condicionamientos, hay que resaltar que los individuos somos autónomos y libres, no al margen, ni a pesar de la realidad física, genética o cerebral, sino apoyados en ella.
En algunas de sus páginas la visión determinista de Harari no puede ser más explícita: Los humanos “son un conjunto de muchos algoritmos diferentes que carecen de una voz interior o un yo único”, por otro lado, “los algoritmos que conforman un humano no son libres. Están modelados por los genes y las presiones ambientales, y toman decisiones, ya sea de manera determinista, ya sea al azar, pero no libremente” (Homo Deus, 360).
Para Harari -y algunos divulgadores materialistas de neurociencia- las supuestas acciones libres “no son más que impulsos de los sentimientos, mecanismos bioquímicos que todos los mamíferos emplean para calcular probabilidades de supervivencia y reproducción”.
¿Es la vida humana solamente un flujo de datos? Si no somos libres porque estamos determinados por nuestra biología, ¿para qué nos planteamos dilemas éticos? ¿No deberíamos entonces asumir que nadie es responsable de sus acciones porque todo es la simple consecuencia de su programación biológica y de los condicionamientos internos y externos? ¿Es lo mismo la inteligencia que la conciencia? Porque cualquier valoración ética de las acciones tiene sentido si aceptamos que somos libres y por ello responsables de nuestras decisiones. Porque una cosa es aceptar que nuestra libertad es siempre limitada y condicionada, y otra negarla por completo.
No es lo mismo una correlación en el cerebro al mismo tiempo que pensamos, sentimos o actuamos, que atribuirle al cerebro ser la causa directa de nuestras decisiones. No podríamos hacerlo sin el cerebro, pero dependencia no es lo mismo que causalidad. Las lagunas explicativas entre los procesos físicos y la conciencia humana no cierran a las múltiples explicaciones teóricas posibles, pero no se pueden presentar las propias conclusiones filosóficas como evidencia científica de lo que no es evidente. Dicho de otro modo: que podamos ver lo que sucede en nuestro cerebro cuando vivimos determinadas experiencias, no significa que la causa esté siempre en el cerebro.
Harari cita un experimento del neurofisiólogo Benjamín Libet, que según él es la evidencia de que no existe la libertad y no comenta mucho más del asunto. Sin embargo, es interesante el cambio de postura que tuvo el mismo Libet, quien, en 1985, realizó por primera vez experimentos de fisiología del comportamiento según los cuales, el cerebro, al levantar un dedo o un brazo, crea un “potencial dispositivo” neuronal que precedería en unos 350 a 400 milisegundos a la voluntad de acción subjetivamente experimentada como tal. Pero en 1999 Libet afirmó que la conciencia que cronológicamente va rezagada estaría del todo capacitada para rechazar la acción sugerida por el cerebro. Así pues, a pesar del apremio a actuar, el libre albedrío nos dispondría del poder del veto. La conclusión que extrae Libet es que “la existencia del libre albedrío es una opción científicamente igual de buena, cuando no mejor, que su negación por medio de una teoría determinista”.
Allí donde la persona, en situaciones de gran presión social y emocional, adquiere una actitud de honradez o de coraje, se hace patente su libre albedrío. El filósofo alemán Thomas Buchheim escribe comentando a Aristóteles: “Así como no es mi mano, sino yo quien abofetea a tal o cual persona… El hecho de que yo piense con el cerebro no significa que sea el cerebro, y no yo, quien piensa”.

Consecuencias de visiones deterministas.

Del determinismo como presupuesto de la física no se puede pasar a la tesis filosófica de un determinismo universal. Aceptar dogmáticamente un punto de partida determinista como el de Harari por la fascinación con los datos o con el impresionante avance de las neurociencias, termina siendo una justificación ideológica de que la realidad social tal como existe no es responsabilidad de nadie, sino una consecuencia lógica de un proceso inevitable. Supone aceptar que las cosas son como son porque no pueden ser de otra manera, sin responsables de nada. Muchos determinismos en psicología o en filosofía parten de una visión reduccionista de la realidad: “No somos nada más que…”, y ahí se pueden decir “estructuras sociales”, “un montón de neuronas”, “procesos metabólicos”, y la lista puede ser interminable, pero siempre fascinante porque alguien sale a deslumbrarnos para advertirnos que éramos simplemente una única dimensión de lo que conocemos, reduciendo la complejidad de lo humano a una perspectiva simplista de realidad.
Si para Harari nos engañamos en creer que somos libres, ¿cómo sabemos que su mente no le engaña en su creencia de que estamos determinados? Lo cierto es que ni la libertad ni el determinismo se demuestran en el nivel de evidencias empíricas, sino que requieren una profunda discusión antropológica. Diluir al ser humano en una concepción mecanicista y determinista no es algo nuevo en la historia del pensamiento, que siempre terminan olvidando la singularidad humana en cuanto a su autoconciencia. La auténtica libertad del ser humano está en su subjetividad. “La libertad es un hecho, el más evidente de los hechos que se constatan” (H. Bergson, Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, 1999, p. 159). No existe una libertad absoluta, porque está siempre sometida a determinismos naturales, al peso de las estructuras sociales que interfieren en los proyectos personales, pero, aunque limitada y condicionada, la libertad sigue siendo real para cada ser humano. Y más importante todavía, la libertad es encuentro con otras libertades en el mundo, porque cada libertad es presencia ante otro, capaz de responder también a mi llamada, por lo que tiene una estructura intersubjetiva fundamental. No somos islas programadas, sino personas en relación unos con otros.

Libertad responsable

La expresión “libertad responsable” puede ser entendida de dos modos. O como un pleonasmo en el lenguaje, porque sería una obviedad, si soy libre, soy responsable, o como un ejercicio de la libertad que se hace cargo, que asume la responsabilidad. Filósofos como Ortega y Gasset o Sartre entendieron la vida humana como proyecto, como un hacerse a sí mismo. Estamos condenados a ser libres, porque no podemos no elegir, siempre estamos tomando decisiones, aun cuando decidimos no decidir. El ser humano se realiza como proyecto al decidir por sí mismo lo que ha de ser, “inventar su propio camino” (Sartre, Las Moscas).

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