El país crece, pero crece poco. Oscila por debajo del eje del 4%.
Para comparar con el comportamiento de otros países, en 2022 el PIB de Uruguay creció un 4.9%, el de Vietnam 8.0%, el de Argentina 5.0%, el de España 5.8%, el de Zimbabwe 6.5% y el de Israel 6.8%.
Un dato fundamental para analizar el crecimiento comercial de un país es su inversión en Investigación y Desarrollo. Estados Unidos invierte en el eje del 3% de su PIB, Brasil el 1.15%, Argentina el 0.52%, Israel el 5.52%, Japón el 3.30%, mientras que Uruguay invierte, de forma constante una cifra que oscila en torno al 0.45. Eso es lo que Uruguay dedica desde hace décadas a crecer. Es una opción, o una omisión en la que vienen incurriendo los tres partidos que se han alternado en el poder desde la recuperación de la democracia. Este nivel de crecimiento, según el economista Ricardo Pascale, recientemente fallecido, genera un crecimiento divergente que de no cambiar acentuará la emigración de nuestros jóvenes, que aquí tendrán peor educación y menos oportunidades. El Uruguay crece, pero el resultado suma cero.
Esta falta de impulso no es nueva. Tampoco es nueva la búsqueda de una solución en caminos equivocados, sobre todo cuando hay indicios de que no es lo que Uruguay puede ensayar como camino para el crecimiento de su población, y esta es una decisión política, no un golpe de inspiración de sus atribulados ciudadanos.
En la década del cincuenta, Uruguay se vio envuelto en el fin de una guerra que casi paralizó al mundo a excepción de la industria de armamentos. Uruguay exportaba, con éxito, comida y abrigo, necesarios tanto en las trincheras como en las ciudades, pero tan pronto se acabó la guerra de Corea los países centrales ya estaban en pleno desarrollo de sus industrias. Uruguay apeló al cambio cosmético. En las elecciones de 1958, el Partido Nacional se impuso al Colorado, que gobernaba desde hacía 93 años, con la consigna “O gana la UBD o todo sigue como está”. Ganó la UBD (en realidad el Partido Nacional) y todo siguió como estaba. Así seguimos hasta que el Partido Colorado, impulsando un plebiscito para volver al sistema presidencialista, convencido de que el mal estaba en el colegiado, presentó como candidato a un militar destacado por su actividad en la Fuerza Aérea, pero, también, en la vida civil, como interventor en empresas estatales y, luego, como candidato colorado en las elecciones de 1958 y 1963.
Frente a las elecciones de 1966, Gestido, con su propio sector Unión Colorada y Batllista, ofreció la vicepresidencia a Jorge Batlle, que no aceptó, convencido de que podía ganar con su Lista 15. En segundo lugar, ofreció la candidatura a Zelmar Michelini, líder de la lista 99, que se lo estuvo pensando, pero rechazó el ofrecimiento por considerar que ese acuerdo implicaba dar entrada en el gobierno a los viejos políticos de la 15, y después de varios cabildeos optó por ofrecerle el cargo a Jorge Pacheco Areco. Gestido, que hasta antes de la campaña electoral integraba el Consejo Nacional de Gobierno por la minoría colorada del colegiado, cerró la fórmula Gestido–Pacheco, que inauguraba un período presidencialista, precedido por el crecimiento de una nueva variante política: el MLN (Tupamaros).
En esa encrucijada nacional, ¿cuál hubiera sido el destino de nuestro país de haber aceptado acompañar a Gestido en las elecciones de 1966 tanto Jorge Batlle como Zelmar Michelini? Nadie puede asegurarlo, como nadie podía sospechar que Gestido moriría cuando no había terminado su primer año en la presidencia.
Cuando Pacheco asume el gobierno, el MLN acababa de definir su identidad, con independencia de las fuerzas de izquierda que habían sido fundamentales para definir la lucha armada como un instrumento imprescindible para romper la inercia de los partidos tradicionales en el poder. Pacheco no tenía la urgencia de combatir a una guerrilla que creció bajo su presidencia, como tampoco tenía el apoyo parlamentario para combatir el progresivo distanciamiento con la reacción de una sociedad que se sentía frustrada, por tercera vez, desde las elecciones de 1958. ¿Esto implica cerrar los ojos ante lo innecesaria que fue la guerrilla del MLN? De ninguna manera, pero tampoco cerrar los ojos ante un sistema político que no había sido capaz de actuar con racionalidad ante las sucesivas gestiones del presidente Oscar Gestido para que lo acompañase alguien con más compromiso con la división de poderes, la vida política y parlamentaria del país. Pacheco quedó solo en medio del ring, tirando piñazos para todos lados, y aquello que era un montón chico de militantes atravesados por una idea afín a la revolución cubana acabó siendo un enorme problema para el país. Al mismo tiempo de exacerbar a la izquierda, Pacheco acudió, como una consecuencia de su propio radicalismo, a las Fuerzas Armadas, que acabaron redoblando la apuesta, una vez liquidada la presencia física de la guerrilla.
Las elecciones de 1971 se dieron en el marco de un enfrentamiento abierto, y con la proclama emitida por la radio Faro del Litoral la noche del 30 de diciembre de 1971, por parte de la columna “Leandro Gómez” del MLN. Dicha proclama acusa y desafía, al gobierno de Pacheco Areco, de haber desatado una guerra civil que solo podría ser protagonizada por las Fuerzas Armadas y el MLN, que no era un partido político sino una organización clandestina, al margen de quienes había concurrido a las urnas un par de meses antes. Militares y tupamaros solo podían cosechar un resultado de suma cero, como tristemente sucedió.,
En el país suceden cosas y no sucede nada. Las expectativas desaparecen en el aire mientras los jóvenes siguen abandonando el país, la demografía no acusa crecimiento y aquello de “Hermano no te vayas, ha nacido una esperanza” es apenas un desvaído recuerdo de lo que se frustró antes de ser realidad. Ahora que se hizo realidad es peor, ya no quedan recambios políticos, los tres partidos han hecho sus apuestas y no pasó nada, seguimos sumando cero.
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