En mi condición de votante del Frente Amplio y respondiendo a la iniciativa de Juan Martín Posadas (No fueron los sarracenos – Voces n° 697) comparto mi análisis, que espero se sume a muchos otros: que es tiempo de pensar y hacer.
La derrota electoral es producto de la creciente lejanía entre la manera como el Gobierno del FA y la fuerza política leía las nuevas realidades y los cambios que se fueron procesando en nuestra sociedad en los últimos años; o mejor aún, desde dónde leían esas transformaciones. Todo parece indicar que esa lectura se hacía desde los datos cuantitativos de las estadísticas, los informes de los técnicos y los funcionarios comprometidos con la suma cero. Un Gobierno de técnicos y funcionarios crecientemente satisfecho con los resultados que registraban sus propios informes. Y esa manera de leer las realidades generaba, más allá de la intencionalidad, una distancia respecto de la vida cotidiana de las mayorías – que pandemia mediante – han quedado expuestos a la luz del día para quién no la conocía: la situación de las mujeres de los sectores populares, trabajadores precarizados, vendedores ambulantes, gente sin casa, sin trabajo, habitantes de asentamientos, marginados por todos lados del Uruguay profundo. ¿Cuánto son? Muchos, muchísimos, para los cuales no hubo otra cosa que programas centralizados que uniformizaron situaciones que son diferentes. Fueron diseñados a partir de perfiles sociales que de última no se corresponde a ningún perfil, que denotaban un desconocimiento de situaciones particulares, para no hablar de los territorios: parece que los límites del país es el arroyo de Las Piedras. Tampoco evaluó los cambios que se estaban produciendo en los partidos de oposición y el surgimiento de nuevas figuras políticas, que, explotando el malestar social y el desconcierto de la población ante un Gobierno distante, desarrolló sus propuestas y estrategias con una caja de resonancia mayor: los medios masivos de comunicación. En suma, tuvo tantas dificultades para evaluar la situación política concreta, que lo dejaron sin una estrategia electoral convincente. Lo demás, son detalles consecuencia de esto mismo.
Pero antes de todo esto, la debilidad mayor, nació con su primer Gobierno, cuando el recién elegido presidente Tabaré Vázquez anunció que iba a gobernar teniendo en una mano la Constitución y en la otra el Programa del Frente Amplio. Esto es, que las reformas anunciadas iban a ser realizadas en el estrecho, cuando no francamente limitante, margen de la Constitución. Una Constitución hecha y perfeccionada a lo largo del tiempo para preservar el orden establecido. Cuando era ese “orden” que debíamos transformar para cambiar la ecuación en favor de las mayorías, pero eso no ocurrió: las reformas adoptadas fueron en la dirección de una modernización de nuestro régimen capitalista dependiente y no de un cambio estructural y permanente. Los Gobiernos del FA adoptaron prácticas técnico- profesionales para acompañar esa modernización convalidando la idea que estábamos en presencia de cambios profundos e irreversibles. En cuanto a la reforma de la Constitución, para consolidar un cambio en las estructuras de nuestra sociedad, no sucedió, porque esos cambios no ocurrieron. De ahí, que la convocatoria a una Asamblea Constituyente no pasara del nivel de declaraciones por parte de algunos dirigentes de la fuerza política a lo largo de los años.
El tercer elemento tiene que ver con las políticas sociales. Como se sabe, no son pocos los problemas sociales –algunos nuevos, otros que se arrastran de tiempo – ante los cuales la acción del Estado se encuentra imposibilitada de actuar en la medida de la dimensión que han alcanzado algunos de ellos. La superación de esos problemas complejos no se puede buscar solo fuera de la comunidad, sino que hay que construirlos desde dentro. Teniendo presente que la construcción de capacidades de la sociedad civil requiere de ciclos de reflexión/capacitación, decisión/planificación y acción. Las dificultades que tuvieron las instituciones públicas durante los Gobiernos del FA, para afrontar esos problemas sociales de complejidad creciente, tiene que ver en parte con dos cosas: 1) la tendencia a fragmentar el tratamiento de la cuestión social, focalizando sus intervenciones, que no hacen otra cosa que compartimentar y separar asuntos que requieren un abordaje global; 2) la escasa o nula participación de la ciudadanía en la definición de sus problemas y prioridades, en la formulación de propuestas de políticas públicas y en el control de la aplicación de las mismas una vez adoptadas. No generar nuevas herramientas institucionales para construir la participación ciudadana y no facilitar su participación tuvo como efecto la no apropiación de las políticas públicas y menos aún la necesaria toma de conciencia política de la acción social; se dieron cosas, pero no hubo transferencia de capacidades políticas para participar, desarrollar una mirada crítica y esforzarse por comprender la realidad social en la que están inmersos. Desde la fuerza política se perdió la oportunidad de tejer un vínculo (no partidario) sano y creíble con estas expresiones sociales.
Estimado Posadas, hay mucho más para decir, pero es bueno escuchar otras voces… Un saludo fraterno, Gustavo
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