La escritura se desarrolló, alrededor del cuarto siglo anterior a la era cristiana. Millones de humanos han perfeccionado la escritura, tanto del punto de vista técnico como de su complejidad intelectual. Sintetizar los aportes de cada vida concreta sería una tarea que ni Funes —el memorioso— podría realizar. Más o menos como numerar el universo. Milan Kundera hace un aporte en los dos planos, con la suficiente humildad como para comprender que los detalles de su vida no son más que las herramientas de un orfebre dedicado a hacer conocer los matices de su tiempo en el pedazo de tierra que le tocó vivir. No hay engaño, no hay divismo, no hay concesión a la industria editorial.
El pasado 11 de julio, murió uno de los escritores más importantes del siglo pasado. Nacido en Brno, en 1929, fallece en París, a los 94 años. Eso es lo único que Kundera siempre defendió como biografía: fecha de nacimiento, lugar y obra, “lo demás sobra”, sostenía. La fecha de su muerte aporta un nuevo y definitivo dato, que cierra su escueta, autoimpuesta biografía.
Habiendo sido un intelectual, que nació en una familia intelectual, su vida estuvo marcada por el socialismo, donde las vidas privadas acabaron siendo, también, privadas de su intimidad física, afectiva, intelectual. De eso trata La broma, una novela escrita en un país administrado por el socialismo, y premiada, en 1968, por la Unión de Escritores Checoslovacos. No pudo haber mayor divorcio entre el aparato soviético de publicidad y la realidad cultural de lo que hoy es la República Checa.
Por supuesto que, dicho así, es pasar por alto el enorme movimiento social que debe haber determinado la vida íntima de Kundera, del que, sin dudas, formó parte.
La llamada Primavera de Praga fue un amplio movimiento que proponía la coexistencia entre el régimen socialista y la existencia de partidos políticos. El presidente Alexander Dubcek aspiraba a establecer lo que llamó un socialismo “con rostro humano”. Era demasiado. El régimen soviético no permitía ni siquiera pestañear en el férreo camino de establecer, en todo el mundo, una “dictadura del proletariado”. No dudó en invadir con sus tanques a Checoslovaquia, con el fin de coser el tejido abierto por semejante propuesta.
Doce años antes, ante similares demandas por parte del pueblo y el gobierno húngaro, la Unión Soviética, bajo la conducción de Nikita Jrushchov, invadió Budapest encontrando una resistencia generalizada, que con una fuerza muy inferior a los 1000 tanques soviéticos, pagó su resistencia con 4000 muertos.
La broma, la primera novela de Kundera, recoge ese aire que acompañó la vida social de los países cooptados y/o invadidos por la Unión Soviética. Es un libro con una estructura sencilla y una imbricada trama que pasa por el amor, el sexo como moneda de cambio y hasta de venganza, las sanciones en la vida universitaria y laboral. No es un libro que cuente sobre el poder, sino sobre el poder a través de los seres humanos, incorporado a la vida cotidiana, como un caleidoscopio que muestra figuras diversas atrapadas en un mecanismo invisible, un mundo donde hay mil realidades todas producidas por un mismo efecto, y todas presas de tres espejos sin los cuales no hay nada.
El personaje central de la novela (Ludvik) envía a su novia (Marketa) una postal con una frase que intenta mostrar su despecho al no poder ir juntos de vacaciones, como habían planificado. Marketa, a pesar de su compromiso previo, aceptó la invitación a participar del campamento anual de la juventud comunista, en la que se exaltaba el optimismo propio de los jóvenes que crearían un mundo nuevo. El texto de la postal decía: “El optimismo es el opio del pueblo. El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotsky!” En la urdimbre de las relaciones personales dentro del caleidoscopio socialista, esa tarjeta, que solo pretendía hacer una broma a su novia, llegó a manos de la organización universitaria, donde su amigo Zemanek lo denuncia y es expulsado de la universidad, y, por tanto, cumplir con el servicio militar del que hasta ese momento había estado exento. Su vida cambiaría de forma radical sin que pudiese explicarse que una simple frase, apartada del contexto de su vida, en tanto su novia y su amigo habían sido los autores de su futura desdicha, la vida de Ludvik solo tendrán el sentido de una venganza.
La broma contiene la semilla de su futura obra. Kundera escribe las cosas complejas de la vida sin dejar al lector fuera de la trama, no se distrae con proponer una tesis sobre tal o cual cuestión de la vida social; es la vida misma, que describe con naturalidad la vida musical, religiosa o de las jerarquías administrativas de un país forzado a convivir con otro donde todo parece igual pero es distinto.
Luego de La broma vendrán otros libros: La insoportable levedad del ser, La vida está en otra parte, La identidad, La ignorancia, el ensayo Los testamentos traicionados, el ensayo El arte de la novela, el libro de cuentos El libro de los amores ridículos… que, tal vez, haya sido el que iniciara su literatura. Precisa, escueta, sensual, en la que el lector se sentirá cómodo de participar de sus libros.
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