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Un blues sobre la dignidad de los nadies

Un blues sobre la dignidad de los nadies
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La novela de Mario Delgado Aparaín titulada La balada de Johny Sosa (publicada en 1987) nos ubica desde el comienzo en el precario espacio doméstico en que el protagonista vive con la “rubia Dina”. Johny no tiene trabajo, pero canta rock y blues en un quilombo y fantasea escuchando la infancia de su ídolo Lou Brakley. La vida de Brakley (inspirada en la de Elvis Presley) le llega al “negro Johny” a través de la voz de Melías Churi, a quien escucha mediante una radio spika todas las mañanas. Johny vive en un pueblo del interior, Mosquitos, que más allá de ser el antiguo nombre de la ciudad de Soca funciona como arquetipo de localidad rural del interior de nuestro país en los años setenta. Las fantasías de Johny lo llevan a comparar su propio derrotero personal con el de Brakley, y a comprender, aunque sea intuitivamente, la imposibilidad de que en Mosquitos él pueda tener una trayectoria musical análoga a la de su ídolo, quien además de norteamericano era blanco. Sumido en elucubraciones sobre las razones que impidieron un nuevo episodio de la vida de Brakley en la voz de Churi, Johny descubre que camiones del ejército han rodeado el pueblo. Luego de la perplejidad inicial, el pueblo se irá acostumbrando a un “nuevo orden” impuesto desde esos camiones, y a cómo son tratadas las conductas más o menos díscolas por estos inesperados invasores.
Ya en esta breve introducción vemos una serie de problemáticas que el director teatral Alfredo Goldstein considera relevantes. Escribe Goldstein en el programa de la adaptación teatral de la novela que el 27 de junio de 1973 cursaba tercero de liceo y que para él la noticia fue que se suspendían las clases por un mes. Proveniente de un medio familiar “conservador y siempre miedoso del compromiso” le llevó un tiempo calibrar lo que estaba sucediendo. Pero esto se potenció cuando leyó la novela de Delgado Aparaín, que lo hizo pensar que en localidades del interior “la sensación debe haber empezado por el desconcierto, la incredulidad, la extrañeza, hasta darse cuenta de lo que estaba ante los ojos y costaba percibir”. Y es que La balada de Johny Sosa se cuenta desde la perspectiva de un pueblo ajeno a los debates que se dieron en los años previos al golpe. Puede resultar extraño para quienes vemos los hechos desde alguna de las perspectivas que confrontaban en ese entonces comprender esa visión casi virginal desde la que se descubre el golpe de estado. Pero el propio Goldstein pone su experiencia personal para legitimar el enfoque narrativo, y es ese enfoque el que da sentido al relato, y hay que tenerlo presente para analizarlo correctamente.
Pero hay otros elementos para aportar al análisis que surgen implícitamente de la historia, como el lugar del arte como ámbito desde el que se construyen sueños y evasiones. Johny soporta su vida miserable en gran medida gracias a esas historias que escucha por la radio, y a partir de su precaria reproducción de las canciones que oye el arte le brinda un espacio para su propio desarrollo creativo. Dado su origen étnico, es lógico que el blues sea un espacio en el que siente que la opresión racial y económica logra tener una voz que la exprese. No entiende inglés, como no lo entiende nadie en el pueblo, pero lo podemos imaginar vibrando con los lamentos de los negros norteamericanos hechos canciones de Howlin’ Wolf o Bessie Smith . Ese interés por la cultura norteamericana representa un peligro para él mismo, aunque no lo comprenda, y el poder instalado recientemente intentará suprimir las referencias al rock o el blues. Pero si pensamos que la novela se publicó en 1987 también podemos recordar la miopía con que desde tiendas antagónicas a las militares se vivió el auge del rock en esos años.
Recapitulando, Johny es un negro marginal de una localidad del interior que intenta ganar unas monedas cantando en el quilombo del pueblo. Potencialmente díscolo, las nuevas autoridades intentarán domesticarlo ofreciéndole rehacer su boca desdentada y aprender a cantar, pero no rock ni blues, sino tango o bolero. Las estrategias del poder, que lograron hacer de Elvis Presley un icono del imperialismo norteamericano, se ponen aquí en juego a nivel micro. Si Johny pasa de ser un marginal blusero a competir en los concursos musicales de la costa apadrinado por el despotismo la señal política es clara, el ascenso social es posible, solo hay que ser dócil. Es aquí donde aparece un sentido de dignidad muy intuitivo en el personaje, que se sobrepone al miedo y a los consejos más o menos conservadores para evitar convertirse en una “oveja de dos cabezas”, en una marioneta de circo que sirva para justificar el despotismo y la desigualdad.
La escenografía diseñada por Hugo Millán propone un ámbito central desde el que actúa Johny en el quilombo del pueblo, es el espacio donde los sueños del artista se materializan. El espacio central es ladeado por el rancho precario donde Johny vive con Dina y otros espacios complementarios de la historia. El diseño escenográfico abigarrado parece traducir esa vidas armadas con retazos de chapas, cartones y sueños.
Los personajes están determinados por las características mencionadas más arriba. La dictadura no aparece aquí como el producto de una lucha entre modelos políticos y sociales que se enfrentan en un contexto de crisis económica, sino que aparece como una invasión exterior. Esa lógica impone cierto maniqueísmo caricaturesco a algunos personajes como el general que se hace cargo del pueblo o los pusilánimes alcahuetes que lo rodean. Tampoco es desde una visión militante que el “héroe” se manifiesta, sino como un “nadie” que se intuye un experimento del poder. Eso potencia la resistencia de un Johny que grita ¡Conmigo no van a poder!
Gonzalo Brown, con antecedentes en teatro para público infantil, hace un gran trabajo interpretando al personaje central. Su deslumbrante desempeño musical aporta también humor y picardía, algo imprescindible en el marco humilde en que vive Johny. El resto del elenco se desdobla entre narradores y personajes más o menos serviles (salvo Churi y la regente del quilombo) que ponen en pie un ángulo infrecuente desde el que ver los años setenta de nuestro país.

La balada de Johny Sosa, sobre novela de Mario Delgado Aparaín. Adaptación y dirección: Alfredo Goldstein. Elenco: Gonzalo Brown, Gianinna Urrutia, Diego Artucio y Marcelo Ricci.

Funciones: miércoles y jueves a las 21:00. Teatro Stella

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.