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La banalidad del terror

La banalidad del terror
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“El día martes 18 de noviembre de 1975, siendo las 14:30 horas, me constituí en la esquina de Marcos Sastre y Teodoro Vilardebó en cuyas inmediaciones permanecí hasta las 20:43 horas (…) procedí a caminar por la vereda de los números pares correspondientes al 2500 de Teodoro Vilardebó a fin de llevar a cabo una inspección ocular (…) De resultas de ésta, constaté que en el domicilio de Teodoro Vilardebó 2562 funciona una entidad, o club social, o comité que lleva el nombre de POLIMNIA (…) Informes de vecinos y proveedores (…) confirman (que) los días miércoles aproximadamente a las 17 concurren a este domicilio entre 15 y 20 individuos de ambos sexos, los que permanecen hasta aproximadamente las 21:30, retirándose luego en pequeños grupos con el evidente objeto de no llamar la atención.”
El párrafo anterior pertenece al capítulo II de la novela De dioses, hombrecitos y policías, del argentino Humberto Costantini. El autor escribió la novela mientras permanecía semiclandestino en su país y la publicó en 1976 México, donde se encontraba exiliado, obteniendo el Premio Casa de las Américas. La narración está ubicada a fines de 1975 en Buenos Aires, y se centra en las peripecias de un grupo de escritores amateurs que se reúnen a leer sus poemas mientras son vigilados de cerca por policías de agudeza intelectual acorde al parte resumido más arriba.
Costantini era un militante revolucionario vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores, pero la novela se centra en el clima de terror que convertía a cualquier colectivo de personas que se reunía de forma regular en “sospechosos”. El tono paródico con que se estudia esa situación de agobio propone a los personajes sometidos al juego de dioses que se divierten componiendo y separando vínculos entre los humanos, sean “personitas” o policías.
Como en la mitología, que ubica el origen de la guerra de Troya en una disputa entre diosas por ser elegidas “la más bella”, Atenea y Afrodita disputan por promover el amor o sostener la castidad de integrantes de POLIMNIA. En esa disputa Hermes es el instrumento, pero Hades solicita una ofrenda de sangre que algunos policías deben ejecutar. De esa forma el terrorismo de estado, en un momento en que aún había libertades formales vigentes en Argentina, se presenta a los lectores de una forma que pone foco más en las torpezas cotidianas de los personajes sometidos a designios divinos que en el ambiente casi irrespirable en el que viven.
Marina Rodríguez, directora de la versión teatral que cambia el término “hombrecitos” por “personitas”, leyó la novela en México, cuando ella misma estaba exiliada en aquel país. En ese momento, según confiesa, “sentí que mi tribu estaba muy identificada con lo que le pasaba a las personitas. Encontré a algunas personas que leyeron el libro, uno fue Rubén Yañez, que se sorprendió porque no había mucha gente que lo hubiera leído. Y después en Montevideo me encontré que Juan Graña también lo había leído”. La directora cuenta que siempre se interesó por llevar narraciones al escenario. “Siempre que leo algo que me gusta me quedo con la sensación de querer compartirlo con la gente que no lo leyó. Me pasó con Dulce Jueves, de (John) Steinbeck, es algo que me gusta mucho. Hace muchos años vi O que diz Molero, dirigida Aderbal (Freire Filho) que es un clásico brasileño (obra basada en una narración de Dinis Machado) y me encantó esa forma de contar la novela. Así que en 2019 surgió la posibilidad de un laboratorio para pasar una novela a teatro y nos pusimos a trabajar con otros compañeros de El Galpón. Nos quedamos enganchados con la posibilidad de trasladar esta novela al escenario, con los mundos tan ricos que presenta y el humor que tiene. Y cómo contar esa mezcla de mundos era un desafío”. Si bien hubo varios borradores la propuesta nunca convenció en la Institución, pero cuando surgió una convocatoria a Fortalecimiento de las Artes se presentaron y ganaron el presupuesto para una producción total, lo que habilitó el trabajo que puede verse en la Sala Atahualpa de El Galpón.
Lo versión reordena la narración manteniendo los personajes y colocando a uno de los integrantes de POLIMNIA como narrador que contextualiza geográfica y temporalmente la historia. Las escenas en el club de poesía se intercalan con las disputas olímpicas y la sordidez policial, estableciendo un juego en el que las “personitas” son totalmente ajenas a los avatares políticos que se suceden, pero sin logran escapar a la violencia. La torpeza policial aparece subrayada por cierto juego casi caricaturesco, pero esto no implica subestimar la capacidad de producir terror. De alguna forma se nos propone una lógica en que los instrumentos de la represión no necesitan perspicacia intelectual. Esto despersonaliza la “maldad” y vuelve a la situación general más asfixiante aún. En ese sentido que cada integrante del elenco se desdoble actuando en más de uno de los planos de la ficción contribuye a ese efecto.
Pero las personitas, repetimos, permanecen ajenas al contexto en su andar cotidiano, y si las noticias de cuerpos torturados y los prontuarios que los van cercando no dejan de sucederse, la vida de estos personajes insignificantes se pauta por lo mismo que pauta la de la mayor parte de las personas, el amor y la búsqueda de reconocimiento del otro. El propio diseño del espacio y del vestuario, por momentos gastado, sin un ápice de grandilocuencia incluso en los personajes divinos, indican la lógica general desde la cual la propuesta quiere que veamos a los personajes.
El espectáculo acerca la obra de un autor no tan conocido a la platea montevideana, y esto tiene un valor en sí mismo como lo plantea la directora. Pero también propone una lectura del terrorismo de estado desde un ángulo que permite una breve revancha de los débiles hacia los poderosos, sin dejar de mostrar de forma descarnada la banal brutalidad con que se castigó a la población que vivía en esta parte del continente por aquellos años.

De dioses, personitas y policías. Adaptación colectiva de la novela De dioses, hombrecitos y policías, de Humberto Costantini. Dirección: Marina Rodríguez. Elenco: Alicia Alfonso, Diego Baliva, Lucil Cáceres, Micaela Larroca, Marcelo Pagani y Ángeles Vázquez. Diseño de escenografía: María Eugenia Ciomei. Diseño de vestuario: Aída Sanz. Diseño de iluminación: Rodri Novoa. Coreografía: Melisa Artucio.

Funciones: jueves y viernes 20:30. Sala Atahualpa del Teatro El Galpón.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.