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¿Un PSOE de segunda generación? Luis Nieto

¿Un PSOE de segunda generación? Luis Nieto
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Quizás fue el tipo de transición que se dio en España, desde un régimen caduco y agotado, lo que permitió que una gran base de consenso facilitara el diálogo social necesario para desacoplar el viejo régimen ante un mundo que había cambiado radicalmente. Lo original es que el mecanismo del consenso se mantenga vigente.
¿En torno a qué se manifestaba el consenso? En que España debía cambiar sin demora a un régimen democrático y no fundamentalista. Los nuevos actores debieron entender rápidamente que la única herramienta era la del consenso. Entenderse en la diversidad no era una opción, era la única vía para producir el cambio que los españoles percibían como inevitable; no pasaba por el triunfo de una ideología sobre otras, eso ya lo habían vivido.
Adolfo Suárez venía del riñón del régimen. Su iniciativa de referéndum tenía una única y ambigua pregunta: “Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?” El 15 de diciembre de 1976, el 97.72% de los electores, contra el 2.64, votaron a favor de la reforma política que, en realidad, prácticamente nadie había leído. La respuesta fue: ¡Sí, quiero!!!
Es que España ya había cambiado, aunque la Falange, Fuerza Nueva, la Iglesia, el Ejército, la Policía, y una vastísima red de poder enquistada en gobiernos provinciales, municipios, parroquias, siguieran obedeciendo al régimen de Franco, muerto un año antes. El cambio era una fuerza popular incontenible, una fuerza que tenía que demostrar que podía gobernar un país con muchos problemas, por ejemplo, el de las nacionalidades históricas.
En diciembre de 1976 se abría un fermental proceso que tendría un desenlace trascendental en 1982, cuando el PSOE, un partido fundado cien años antes, que había sido protagonista en la Guerra Civil, ganaba las elecciones generales y Felipe González conseguía la presidencia bajo la consigna “Por el cambio”, igual de ambigua que la de Adolfo Suárez, pero con un segundo capítulo: “A la OTAN de entrada, no”. España tenía frente a sí la integración a la Comunidad Europea, que reunía el consenso de los españoles, pero no al instrumento militar que la izquierda miraba con recelo. En 1982 se consideró terminada la transición a la democracia, consolidando la aspiración mayoritaria de los españoles a vivir en paz y en democracia. ¿Cómo se expresó el cambio? En dos primeras medidas casi simultáneas: El gobierno inició una reconversión de la industria que implicaba la pérdida de decenas de puestos de trabajo, pero que ya dentro del mismo período de gobierno, consiguiera el aumento de la eficiencia de su producción, reduciendo los costos, que le permitieron competir de forma eficaz en Europa. En segundo lugar, el gobierno decretó la intervención de Rumasa, un pulpo dirigido por José María Ruíz-Mateos, que agrupaba a casi quinientas empresas, que eludía, el control del Banco de España, de forma sistemática. Estos dos acontecimientos marcan el inicio de una serie de cambios en profundidad y en extensión, que modificarían a la sociedad española. El PSOE, conducido por Felipe González había conseguido el cambio que el consenso le permitía, y todas las medidas se ajustaron a la Constitución del Estado y a las leyes redactadas y aprobadas en el marco de una democracia parlamentaria, en la que los equilibrios son el mecanismo elegido por los ciudadanos. Este mecanismo, eminentemente político, por supuesto que aprobó la integración a la OTAN, que “de entrada” no lo permitía la militancia socialista, pero era el único camino para integrarse a Europa.
Pedro Sánchez ha conseguido gobernar desde 2018, casi siempre con mayorías parlamentarias conseguidas mediante pactos que no exceden un programa de gobierno. Pero esa es la gran enseñanza que ha dejado el cambio político post franquista. Negociar, Pactar, consensuar. Y no siempre los gobiernos españoles han podido resistir a la enorme fuerza de una oposición que representa, en buena medida, a lo que quedó sepultado tras la correntada de cambios que se inició bajo la presidencia de Suárez, y que no ha acabado. España ha dado un salto enorme en su integración a la Unión Europea, y sus representantes han tenido y tienen una destacada trayectoria en la consolidación de Europa, como proyecto común. En una Europa que está involucrada en el apoyo a Ucrania, pero que difiere sus socios difieren en cuanto a la cuestión Palestina, el gobierno de Sánchez ha tomado distancia del gobierno de Israel desde el momento en que Netanyahu dio la orden a su ejército de cruzar la frontera con Gaza y perseguir a Hamás a cualquier precio. Impulsó como medida duradera, la formación de un gobierno palestino, respaldado por un amplio apoyo mundial. Su propuesta ha sido resistida, pero con el paso del tiempo es la que mayor apoyo ha conseguido reunir para una paz duradera en la zona. Netanyahu está cada vez más solo, incluso entre sus socios en el gobierno.
Pero Sánchez también ha protagonizado otra arriesgada jugada que había puesto contra las cuerdas al consenso, incluso entre el gobierno y su propio partido, al impulsar una amnistía a Carles Puigdemont y a decenas de independentistas catalanes en su intento de favorecer la convivencia con el gobierno autonómico, y más teniendo en cuenta que el resto de los gobiernos regionales están mirando con atención el desenlace de esta jugada de Sánchez. Por supuesto que la derecha y ultraderecha españolas están tratando de jugar su propio partido en Cataluña
Sánchez se encuentra ante una comunidad exacerbada en su exigencia independentista, ante una situación de desobediencia civil que la casi unanimidad de los partidos políticos españoles no duda en condenar, pero que está siendo fogoneada por el PP y Vox en su intento de debilitar al PSOE. Pedro Sánchez no ha tenido mucho margen de maniobra, sin embargo, el pasado 12 de mayo se celebraron las elecciones en Cataluña, y los partidos independentistas fueron derrotados de forma clara. El Partido Socialista de Cataluña se alzó con el 28% de los votos, obteniendo 42 diputados, frente al 21% y 31 diputados de Puigdemont.
Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat, se muestra exultante al ver que su partido sigue al frente de la idea del independentismo, y pronto podrá volver a Cataluña como resultado de la amnistía que Sánchez ha conseguido que el Parlamento apruebe. De aquí en adelante solo mandará la política y el acatamiento a la Constitución española, mal que le pese al independentismo catalán. ¿Es una buena noticia? Eso lo decidirá el tiempo y la ciudadanía. El fundamentalismo nacionalista, y la ultraderecha, por el momento, han sufrido una derrota que no se veía posible por otra vía.

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