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Una democracia de audiencias por Ernesto Kreimerman

Una democracia de audiencias por  Ernesto Kreimerman
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La influencia que en su mejor momento había alcanzado Unidas Podemos hizo pensar que la izquierda española había alcanzado una nueva y más potente configuración. Sin embargo, los sucesivos errores de concentración de poder en figuras que se fueron transformando en auto referenciales, reservándose decisiones de alto valor estratégico incluyendo la imposición de sucesiones desde la cúpula, fueron minando la capacidad política y erosionando las expectativas puestas en la fuerza política. Hoy Unidas Podemos está fuera del ejecutivo.
Pero la experiencia de Unidas Podemos nos permite anticipar unas líneas de reflexión acerca de ese fenómeno que el francés Bernard Manin ha llamado “democracia de audiencia”, que tiene que ver con el “votante flotante”, con los “nuevos foros”, que son los medios de comunicación, y en particular, las redes sociales. Todo ello, instalado para transformar la conceptualización misma de la gestión política, en particular, de la gestión de campaña, de la generación de contenidos, de la instalación de agendas.
Este fenómeno de los medios de comunicación, reconceptualizados, han generado un nuevo espacio público que nos debe llevar a reflexionar y reformular en su significado y alcance, en la “intermediación y función en un sistema democrático, garante de libertades y derechos, junto al elenco de obligaciones y deberes que, ineludiblemente, tiene que cumplir toda la ciudadanía”.
A partir de esta nueva conceptualización, a través de los medios de comunicación, especialmente las redes sociales, la ciudadanía ha adquirido la capacidad de cambiar de voto en función del tema a deliberar, fragmentándose el sentido de la adhesión, atomizándose la fidelidad partidaria a la cuestión temática, generándose “un votante flotante que está bien informado, interesado en política y bastante bien instruido”
Así, “la forma de gobierno representativo que ahora está emergiendo se caracteriza, por lo tanto, por tener un nuevo protagonista en la discusión pública, el votante flotante, y un nuevo foro, los medios de comunicación. Y especialmente, las redes sociales, un medio de relación sin intermediación, impulsivo, y muchas veces, manipulable”.
La experiencia de UP-IU
El origen de Unidos Podemos, con Izquierda Unida, se remonta al año 2016, como una coalición de partidos y grupos de izquierdas. Desde enero de 2020, forma parte de la coalición de gobierno que lidera Pedro Sánchez: ocupan una vicepresidencia y cinco ministerios. Pero esos lugares los ocupa ahora Sumar.
Desde el inicio, su estructuración tuvo variadas formas. Pablo Iglesias fue su figura más destacada. Luego de una serie de aciertos políticos que impulsaron a Podemos al centro de la política española, se fue produciendo un acelerado desgaste del principal referente, asociado a decisiones equivocadas.
Esa etapa concluyó el 4 de mayo de 2021, con su renuncia. En ese momento, ya muchos hablaban de una implosión. UP es una suerte de canalización de aquellas inquietudes que buscaban, además de unas respuestas a situaciones extremas, un espacio político nuevo, diferente, y ajeno al bipartidismo PSOE-PP, que muchas veces se mimetizaban y en otras, a falta de audacia, se empantanaban en los mismos barros.
Las expectativas de aquellos “indignados” llegan hasta el desafío de generar una organización política nueva, diferente, con una apuesta muy asociada a una vida interna dinámica, que inicialmente contribuyó a marcar su identidad. Sin embargo, algunos analistas han advertido que su interna ha sido dura, y sus tendencias, oscilantes. Del asambleísmo permanente a todo el poder al líder, la construcción de esta izquierda diferente continúa, pues hay un amplio margen para la innovación política.
Es que, en el fondo, de esto último se trata: de darse una nueva forma, diferente, innovadora, inclusiva, que permita de manera natural dar cabida a una agenda amplia y profunda, y fundamentalmente, que ninguna cuestión específica le sea ajena. El señalamiento de lo anterior, que es cosa seria y que sólo tendrá andamiento si es innovadora, no estaría completa si no se construye una gobernanza nueva que vaya en línea con estos propósitos y que asegure niveles de participación en las cuestiones de valor.
Por momentos, en esa búsqueda de respuesta y de tentaciones de protagonismos excluyentes, parecía que la militancia central, los dirigentes más destacados, habían caído sin advertirlo en una “democracia de audiencias”, en la trampa de confundir la actividad política en una actividad de redes, y sin quererlo ni buscarlo, se transformaron en organizaciones alrededor de un líder. Se confundió la gestión y estrategia de medios, con el hecho de ser absorbidos por la opacidad de las redes.
Bernard Manin, a quien referí anteriormente, ha estudiado el fenómeno de la “democracia de audiencias”, como una sobrecarga de imágenes y mensajes hacia el electorado, “generándose una agenda de la política por los propios medios que, no olvidemos, buscarán sus intereses privados”.
Es precisamente esta democracia de audiencia lo que provoca “una fuerte distancia entre el electorado y el partido político; menor conexión con su ideario y programa electoral, que llevará al votante a decidir su voto en función de criterios manejados por los medios”, como también por la personalidad del líder, encontrándonos, según Manin, lejos del sistema representativo real y de una auténtica democracia.
La impresionante transformación de los medios, de su esencia, de la conceptualización de los contenidos, del diseño, nos pone en evidencia que hemos dejado atrás la idea de democracia tradicional para introducirnos, casi sin darnos cuenta y ya sumergidos en ella, en una democracia en las que los sujetos principales, los partidos políticos, centran parte, si no toda, su maquinaria, en el control o incidencia de los medios a su alcance, de las usinas (si es que las tienen) de contenidos y de la gestión de las multiplataformas de comunicación, decidiendo buena parte o toda su política en clave emocional, en impulsos, para la búsqueda del voto, accionando en todos esos escenarios concomitantemente. La inmediatez se incorpora como herramienta. La planificación para dar soporte, obligatoria. De esta transformación, se desprenden muchas nuevas búsquedas, se abandonan unas formas y se explora una participación de la ciudadanía en la vida social y política como sujetos con personalidad propia y directa, a través de los movimientos sociales, y más aún, en el espacio opaco de las redes. Pero las redes, dependerán de la capacidad creativa de transformar definiciones estratégicas en acción, o en impulsos de acción. Sin embargo, las redes no sustituyen la acción propia del partido, sino que da nuevas herramientas, intensivas, que requieren de planificación, de profundidad, de amplitud, y de profesionalización de la labor. Tanto para el debate como para la comunicación.
Pero ya nada será como antes. Debemos comprender la particularidad del comportamiento electoral que será distinto según las ofertas electorales y según el propósito y el ámbito territorial en que se dirima el debate. “Los resultados electorales varían significativamente, aun en breves lapsos temporales, dependiendo de qué temas figuren destacadamente en las campañas” advierte el profesor Bernard Manin.
En síntesis, en los medios la comunicación, especialmente las redes sociales, la ciudadanía adquiere la capacidad de cambiar de voto en función del tema a deliberar, creándose “un votante flotante que está bien informado, interesado en política y bastante bien instruido”.

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