
El Partido Nacional pierde unas elecciones con un presidente que se retira con el 50% de aprobación, lo que hace suponer que un pequeño porcentaje de frentistas también aprobó la gestión de Lacalle. En segundo lugar, el Frente Amplio tendrá que gobernar con unas cifras que a los parlamentarios no les dará tiempo ni para ir al baño cuando se esté votando. José Mujica parece estar en condiciones de generar más emoción, muy lejos de llegar a su clímax. Se palpa un período planeado para despedir al líder de un sector que, paradójicamente, tuvo su nacimiento sobre los escombros de lo que fue el MLN; las ruinas de una absurda cruzada contra los molinos de viento, que costó mucha sangre. En tercer lugar, la revelación de las elecciones anteriores: Cabildo Abierto. Actuó incómodo durante los cinco años. Había iniciado su primer período con una muy buena gestión de la pandemia por parte del Dr. Daniel Salinas pero el resto del sector anduvo los cinco años a los codazos entre sí, y generando rispideces con sus socios de coalición. Por último, también tendrá que pensar, y mucho, el electorado, tanto el que perdió como el que votó a Mujica por interpósita persona. El Uruguay no sale del empate y a partir de esta elección no habrá recambios, todos los candidatos habrán repetido su gestión, o su candidatura.
El Uruguay de hoy se parece bastante al Uruguay que acabó con la hegemonía del Partido Colorado en las elecciones de 1958, cuando otro viejo guerrero, Luis Alberto de Herrera, llegaba a la Casa de Gobierno. Desde entonces nadie le ha agarrado la mano al país.
El siglo XIX terminó con las turbulencias de la guerra de independencia, inaugurando otro período de experiencias institucionales que incluyó una dictadura blanda y una dictadura sangrienta, y hasta una guerrilla urbana que empezó su accionar contra el gobierno colegiado vigente en el año 1963, fecha de la primera acción significativa de lo que sería el Movimiento Nacional de Liberación (Tupamaros). A lo largo del siglo no cupieron más experimentos. Desde aquel que fue el faro que atrajo a refugiados de todas partes del mundo hasta este que se ha transformado en un cínico instrumento de rechazo de su población más instruida, con una educación media cada vez mas deficitaria, que trata de escapar no solo a la falta de oportunidades sino, de escapar a la convicción de que aquí nuestros hijos no tendrán oportunidades de crecimiento personal, lo contrario a lo que sintieron sus abuelos y bisabuelos cuando pisaron el puerto de Montevideo.
Los partidos políticos protagonizaron las elecciones más insípidas de su historia. El resultado ha dejado la sensación de un fin de ciclo. Comienza otro bajo la figura de la creación de un mito, de la veneración de un santo laico, tan potente como ningún otro desde el Éxodo Oriental. Todos los días contemplamos en las redes verdaderas riadas de mensajes desde las partes más lejanas del mundo, que incrementan sin cesar las características de algo que parecía haber desaparecido con la separación entre la iglesia y el Estado. Manifestaciones de veneración siempre hubo, en relación con causas deportivas, o de cualquier otra índole de interés y beneficio generales. Las causas políticas son tan necesarias como la democracia, pero tanto unen como dividen, y, llegado el caso, enfrentan radicalmente a la ciudadanía, como ya pasó cuando la futura guerrilla intentó hacer de Montevideo la Sierra Maestra del Uruguay (Documento Nro. 1 del MLN).
Dos últimas cuestiones: Este resumido enfoque también comprende al Partido Independiente, que fue creado bajo el lema “Ni los unos ni los otros”. Un lema bastante pedante, por cierto, que no cumplió con el objetivo de crear una fuerza política renovadora, que pudiera hacer valer sus votos para mantener un equilibrio político que le permitiera al país avanzar con alianzas circunstanciales, sin aspirar al cien por ciento sino a metas alcanzables, claras y concretas, que las partes tuvieran la necesidad de respetar a riesgo de quedar tan en minoría que solo le permitiese, gobernar por decreto.
Lo segundo también tiene que ver con los resultados electorales, que ratifican la tendencia que comenzó a plantearse en las elecciones de 1958: ¿Dónde reside el poder político que mas claramente representa a los uruguayos? Recordemos aquella sabia frase, atribuida a Artigas, ante el Congreso de abril de 1813: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana.” ¿No están estos pilares institucionales firmemente asentadas en esa frase y en la figura del Parlamento, como representante directo de la voluntad ciudadana?
¿No habrá llegado el momento de que el país revise si el presidencialismo es la forma de manejar las instituciones de este país concreto, o debería dar dos pasos atrás, para estudiar la forma más adecuada de manejar las discrepancias inherentes a un régimen democrático? Desde 1985 parlamentarios de distintos signos han convivido y trabajado en distintas comisiones por soluciones para el país. ¿No será ese el camino que esté indicando nuestra propia experiencia con esta patología del empate?
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