En las venerables y empinadas escalinatas del IAVA se ha desarrollado en estos días y mientras escribo un drama-comedia que dice mucho de nuestro país. El acontecimiento ha sido objeto de abundante comentario en los medios y en el ámbito político. Sin embargo, dos aspectos fundamentales de él no han sido comentados ni aludidos: pasaron desapercibidos, siendo como son, asuntos centrales del Uruguay de hoy.
El primero es lo que podría sintetizarse como defecto de representatividad. Sobre la escalinata del IAVA, en los momentos de mayor concurrencia, no había más de ochenta o cien chiquilines. El IAVA debe tener más de dos mil estudiantes: bastante más. Eso quiere decir, en base a un argumento aritmético básico, que los reclamos-protestas que vemos en los informativos y que están complicándole la vida a las autoridades de la enseñanza, no son del IAVA sino de una minoría mínima.
Si uno se pone a reflexionar sobre esa cuenta advierte rápidamente que el mismo defecto, la misma deficiencia, afecta a la dirigencia de los gremios de la educación, esos que han tomado posición pro gurises y contra ANEP. Los gremios de profesores abarcan una porción menor de los que se dedican a eso: la mayoría de los trabajadores del ramo no están, no han querido estar agremiados.
El gremio de los alumnos del IAVA no ha podido juntar un contingente necesario como para ser representativo y hacerse oír y respetar en base a ese respaldo y no en base al bochinche que puede hacer en la escalinata. Tienen un atenuante en tanto la juventud es una etapa de la vida en la cual la farra y la diversión arrastran con fuerza. Los gremios de la enseñanza, en cambio, no tienen ese atenuante y no han podido llegar a un número importante de afiliados; sospecho que sus dirigencias prefieren esa circunstancia que les permite dominar y manejar.
La justificación de la no representatividad es muy fácil, tan fácil como hueca; nosotros nos movemos: los que no quieren venir no tienen derecho a opinar desde su casa. Puede que la culpa sea de los que se quedan en su casa, pero eso no quita que si no hay número no hay representatividad. Cualquier institución que quiera ser democrática tiene que pasar por una instancia de conteo. Si eso no tiene lugar se ingresa en un terreno menos que democrático donde el poder reside en camarillas, en herencias políticas o en las variadas formas que tome la prepotencia.
Creo que, en nuestro país, en las circunstancias actuales, la dialéctica representatividad-bochinche es algo que debe estudiarse en serio: como dice la copla de Ruben Lena: hay que sacarse la manta y mostrar el argumento. El conflicto en el IAVA, tomado en serio y no como agua para respectivos molinos, podría servir para esa reflexión de fondo de la actualidad nacional.
El otro elemento del conflicto en el IAVA que quiero poner de relieve porque no fue ni mencionado es también un punto central de la problemática nacional: el asunto de la autoridad.
El Frente Amplio perdió las elecciones pasadas por varias causas: tuvo un mal candidato, pocas propuestas creíbles, etc. pero la principal causa de la derrota fue su posición respecto a la seguridad. Y la seguridad está íntimamente ligada a la autoridad. Las izquierdas en general han tenido un concepto infantil y/o hipócrita sobre la autoridad. En nuestro país fue claramente infantil: mareados por la teoría marxista que divide a la sociedad entre burgueses y trabajadores (o proletarios), interpretaron que la policía era defensora de los burgueses y acosaba a los proletarios y que el delito era consecuencia de las condiciones económicas (como si no hubiese magnates delincuentes), y que había que ser condescendiente con el delincuente y rígido con la policía. En una palabra, se sintieron incómodos en el ejercicio de la autoridad.
Cuando en una sociedad la gente común percibe que los encargados de la autoridad vacilan o se complican para ejercerla entonces cunde la alarma. Es una alarma justificada porque una sociedad sin autoridades se desliza rápidamente al caos; la gente común se siente desprotegida, se siente librada a la acción de los que no tienen ley ni respeto.
El Director del IAVA no solo no supo cómo ejercer la autoridad implícita en su cargo, sino que –lo peor- justificó y fundamentó los motivos para no ejercerla. Las autoridades de ANEP, por su parte, ejercieron la autoridad ínsita en el cargo para el que fueron designados y lo sancionaron. Hubo una discusión distractiva y tonta sobre el término insubordinación empleado por ANEP. Podrían haberlo sancionado por deserción: la palabra, en el caso, es algo periférico al asunto.
Ejercer la autoridad por parte del Director del IVA no hay que imaginarlo como convocar a la Guardia Republicana para desalojar a los gurises del cuartito en disputa. En un ámbito educativo se espera un ejercicio de la autoridad acorde, pedagógico, propio de la docencia. Pero nunca abdicar y justificar la abdicación. El objeto en disputa –un cuartito o corredor y una puerta de acceso- es insignificante en sí mismo. La invocación a que ese hubiese sido el punto de acceso de las Fuerzas Conjuntas para capturar a estudiantes o profesores es una historieta que le han contado a chiquilines que no vivieron esos tiempos. En aquella época si te querían llevar iban de noche a tu casa y tiraban abajo la puerta.
Siendo minúsculo el objeto de la disputa el episodio debe leerse como una pulseada, un forcejeo de poder. Excelente ocasión para que la Dirección del liceo abriese un diálogo con los alumnos -con los tres mil alumnos y no con el grupito de las escaleras- sobre el ejercicio de la autoridad en las sociedades, sobre el poder y la legitimidad y legitimación del poder, sobre la pérdida de autoridad por quienes han sido elegidos para ejercerla, sobre las consecuencias del vacío de poder y todo lo demás que subyace al episodio. Gran oportunidad.
También oportunidad para que los políticos, los periodistas y la academia expusieran a la opinión pública que la discusión debía ser sobre estos aspectos de fondo y no sobre lo superficial del episodio. En vez de tanta pavada y tanta grandilocuencia desencaminada el episodio del IAVA podría haber sido de utilidad para poner frente a la consideración de los uruguayos dos asuntos básicos y de total actualidad en nuestro país: el asunto de la representatividad y el asunto de la autoridad. Pero nadie ha querido ver lo que está detrás (aunque está bien visible).
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