Frente a esta primera mitad del desastre (la otra vendrá después de las elecciones), lo primero que surge es la profunda depresión, una depresión que siempre sigue a los procesos largos que exigen grandes dosis de adrenalina y esfuerzos por una causa justa. En medio de ese desenlace por dentro de la cabeza pasan las frustraciones en tropel, el no futuro y las culpas, ajenas y propias, el sentimiento de la moral herida, de un sentido de justicia que no será. Argentina tendrá lo que eligió. El sistema político está en una crisis mayor que el día previo, todavía no se sabe de qué gravedad.
Juntos por el Cambio era la fuerza que se había opuesto con más decisión a la política kirchnerista, y sus oscuridades, que había producido bestias como Emereciano Sena, su mujer y su hijo que cortaron en pedazos a Cecilia Strzyzowski, por ser testigo de la trama corrupta del gobernador Jorge Capitanich, de la provincia del Chaco, y la tiraron a los cerdos para hacerla desaparecer; o que denunciaron con énfasis las vacaciones en Marbella del intendente de Lomas de Zamora, Martín Inzaurralde, en un yate que le costó ¿con su sueldo de alcalde? 12 mil dólares por día, entre otros desenfrenos. Juntos por el Cambio ha sido la voz en el Parlamento y la fuerza que contaba con diez gobernaciones, quinientas intendencias, senadores, diputados, nacionales y regionales, como para darle gobernabilidad a un triunfo electoral. Esa fuerza quedó en el tercer lugar, fuera del balotaje, y el denunciado Inzaurralde volvió a ganar en Lomas de Zamora a través de un hombre de su confianza. Al parecer, a los electores de esa Lomas no les molestó la parranda impúdica de su gobernador.
Parados sobre un amargo desenlace, a Juntos por el Cambio, la más derrotada de las tres opciones reales para acceder al gobierno, le quedan pocas cosas por hacer: aliarse con Milei para acceder al gobierno, bajo la consigna de acabar con el kirchnerismo o aceptar el veredicto y asumir una actitud didáctica ante una cruel derrota. En estos días hubo pronunciamientos de la Unión Cívica Radical, socia de Juntos, y se anuncia una reunión nacional con el fin de tomar una decisión; lo mismo se espera del Pro, que, al parecer, se reunirá el fin de semana, en una consulta amplia. Al Pro le quedará pendiente el balotaje en la ciudad de Buenos Aires, que todo indica será para el candidato Jorge Macri, que quedó a menos de medio punto de definir en primera vuelta.
La de Juntos no será una interna fácil. El éxito hubiese tapado muchos de los conflictos que fue acumulando esta coalición, mayoritariamente de dos fuerzas: el Pro, fundada por Mauricio Macri, y el Partido Radical, con más de cien años de historia. La noche del domingo pasado, Massa abrió puertas y ventanas para formar un gobierno de unidad nacional. Claro, creer en Massa es mucho, su especialidad es el engaño, el drible, la traición. Además de eso, abrazarlo es abrazar la inimaginable situación en que quedará el país después de la segunda y definitiva vuelta. Para ilustrar la irresponsabilidad de Massa basta recordar que antes de lanzarse a la campaña viajó a Estados Unidos, a reunirse con el FMI, y se trajo unos siete mil millones de dólares. Con la mayoría de esos fondos tenía el compromiso de cancelar deudas con el Fondo, pero le quedaron unos tres mil millones que se los gastó en la campaña que lo pasó del tercer puesto en las PASO a aplastar al favorito Miley y a Juntos por el Cambio. La campaña de Massa quedó anotada en la libreta del pueblo argentino, otros tres mil millones de dólares que se agregan a la ya impagable deuda externa.
¿Qué puede hacer Juntos por el Cambio para cruzar el río y no mojar la ropa? Tal vez solo le queden dos cosas por hacer: Abrazarse a Milei, como ha querido Macri desde que este personaje se colocó a la cabeza de las tres fuerzas en las PASO, o jugarse la heroica. Y esto ¿qué querría decir?
En 1947, en Cuba, el abogado Eduardo Chibás, un hombre que se destacó por mantener un programa de radio que se emitía todos los domingos, a la hora de la cena, bajo el lema “Vergüenza contra dinero”, fundó el Partido Ortodoxo, que muy pronto se transformó en la esperanza de una clara mayoría, mayoritariamente de clase media, principista, y con un fuerte implante en la Universidad de La Habana. Todos los domingos, Chibás destapará la cloaca de la corrupción y el gangsterismo. Un hombre de principios, encendido, con una labia muy directa. Allí donde ponía el dedo saltaba pus. Era infalible, hasta que acusó al ministro Aureliano Sánchez Arango, sin que pudiera conseguir las pruebas de su compra de terrenos en México. Era vox populi pero las pruebas no aparecieron. Entonces Eduardo Chibás, que caminaba directamente a ganar las elecciones, tuvo un muy fuerte contratiempo. Su palabra empeñada fue motivo de burla y de victoria para el ministro. El domingo 5 de agosto de 1951, como era habitual, se presentó en la radio CMQ, en medio de una gran depresión, por no poder presentar los documentos que le habían prometido de un gran robo en los merenderos escolares, Eduardo Chibás se pegó un tiro en el estómago en medio de la audición, falleciendo tres días después. Un hombre chispeante, fiel a su palabra, prefirió la muerte a la vergüenza de no probar lo que había denunciado.
A Juntos por el Cambio le queda abrazarse a Milei, formar gobierno con él, que querría decir, hacer como hace la casta que fue su caballito de batalla, o recorrer el camino de la intemperie, en solitario, conservando la fuerza política que indudablemente tiene. Si se enceguece con ser fiel a su promesa de acabar con el kirchnerismo a Juntos por el Cambio le puede pasar como a Chibás, que, tras su muerte, la corrupción tomó más impulso, se produjo el golpe de Estado de Batista y el asalto al cuartel Moncada por parte de una fuerza de estudiantes idealistas, conducidos por Fidel Casto, con un gran saldo de muertos. Milei es un problema y puede crecer, como problema. Juntos por el Cambio tendrá que pensar muy bien sus próximos pasos, pero a veces la intemperie no es el peor lugar para comenzar a hacer una política que restituya la fe en algo transformador, la que tuvieron los inmigrantes que llegaron a las costas argentinas.
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