Chile, en el reciente informe sobre Desarrollo Humano del PNUD ocupa el primer lugar en América Latina. Pero ese desarrollo incubaba un peligroso dato: en la última medición de desigualdad, según el índice de Gini, ocupó el 11º lugar de la región. Mientras la economía chilena crecía, y conseguía mercado para sus productos, el reparto de beneficios no parecía tener apuro. Países con democracias inestables como Haití, Honduras o Argentina presentan una brecha menor entre ricos y pobres. Chile exhibe el bochornoso privilegio de estar entre los 17 países más desiguales del mundo.
Las señales que las democracias en Latinoamérica están emitiendo no pueden ser más confusas. Por segunda vez en la historia argentina, un presidente no peronista ha podido entregar el mandato a un nuevo presidente. Al mismo tiempo también elegía a la persona que podría, eventualmente, sustituirlo. Causa escalofríos. Así como Carlos Menem se tragó el asesinato de su propio hijo, la expresidenta Cristina Kirchner, se tragó el asesinato del fiscal Alberto Nisman. Dejó hacer, lo mandó a hacer, o, al menos, no investigó,
Están pasando cosas en América Latina, pero esto no es nuevo. La democracia fue, desde el principio, una aspiración que prendió en las mentes más inquietas, como las de Miguel Barreiro, y el controvertido Monterroso. Sin dudas que Barreiro tuvo una influencia decisiva en el Artigas de 1813, que lo resume así: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”. El Secretario y ex cura Monterroso, por su parte, también tuvo influencia en el pensamiento artiguista, ya era su Secretario cuando en el Reglamento Provisorio de Tierras, Artigas proclama: “Que los más infelices sean los más privilegiados”.
Sin embargo, la América Latina, que lleva 200 años de independencia no ha podido conciliar república con justicia social. Es la región del mundo con mayor desigualdad social. Las elites atribuyen este desfasaje a una sórdida conspiración imperialista, pero esa teoría no explica el rumbo que tomó Latinoamérica a lo largo del siglo XIX y buena parte del siglo XX, cuando Estados Unidos no tenía el poder coercitivo que tiene hoy. Resulta más fácil condensar el conflicto en dos antagonistas netos: la oligarquía y el pueblo. Parece más fácil de entender y convencer. Así lo planteó Vivian Trías a raíz de la Revolución Cubana, señalando con el índice al pecho de Emilio Frugoni, fundador de un socialismo compatible con el diálogo político y la confrontación de ideas. Siguiendo la línea de Trías, no debería haber oligarquía ni en Cuba, ni en Venezuela, ni en Nicaragua, pero el empantanamiento de la economía cubana ha llevado a que la pobreza acabara siendo la verdadera triunfadora de la revolución. A los intelectuales cubanos, para que les quedara claro, desde el principio, Castro les explicó cuál sería su rol: “Con la revolución todo, contra la revolución nada”. Eso bastó. Partido único, Parlamento exclusivo para ese partido único, sindicalismo amarillo.
Ese modelo no ha conseguido hacerse con el poder total, en ningún otro país latinoamericano, pero en todos, sin excepción, se ha intentado seguir el ejemplo de la Sierra Maestra. En cada intento, fuerzas cubanas han intervenido, de una u otra forma. Entrenando guerrilleros, participando con tropas, financiando grupos, proporcionando armas o dinero, y en todos la Seguridad del Estado de Cuba, ha sembrado agentes que mantienen un trabajo de inteligencia muy eficaz. Por debajo de la realidad aparente se mueven otros intereses y otras estructuras, que mantienen entre sí lazos muy estrechos. El chavismo en el poder ha servido de santuario, tanto a organizaciones guerrilleras colombianas como a organizaciones de narcotraficantes que actúan con impunidad en los estados fronterizos. ¿Hasta dónde existen diferencias políticas o ideológicas que separan de forma nítida a unos y a otros? ¿Hasta dónde esas organizaciones no manejan distintos niveles de poder que les permita agrandar sus negocios y decidir sobre cuestiones estratégicas en cada Estado soberano de América Latina? ¿Hasta dónde el narcotráfico y las redes clandestinas de los Estados de Cuba y Venezuela no cooperan entre sí por el bien común de desarmar tanto ideológica como política y financieramente a países que son un obstáculo en su carrera hacia un poder absoluto en la región?
La semana anterior nos desayunamos con la noticia de que la banda brasilera Primer Comando Capital, cuenta con 84 miembros locales, con capacidad para operar en cualquier escenario de forma contundente. Se recluta a gente con experiencia y antecedentes. Los envíos de cocaína a Europa están demostrando la presencia de gente con una capacidad organizativa, lo suficientemente preparada como para poner en jaque al sistema político uruguayo. ¿Qué advertía el comisario Alejandro Otero a mediados de la década del sesenta? ¿Qué dijo el inspector Mario Layera un año atrás? Que, si no se prestaba atención al fenómeno de la delincuencia, acabaríamos como Guatemala. ¿Qué tranquilidad nos puede dar un Ministerio del Interior que no fue capaz de descubrir qué había atrás del arsenal encontrado al contador Feldman?
La democracia, como sistema de gobierno, basada en el control del poder por parte de los partidos de la oposición, en representación de la voluntad ciudadana, implica, por otra parte, una debilidad conceptual, en la medida que pone sobre la mesa la inconformidad por los yerros del gobierno, de forma permanente.
Hará falta mucho coraje político, intelectual y personal por parte de los uruguayos para enfrentar todos esos desafíos y afianzar su confianza en el sistema de gobierno que le ha dado prestigio y prosperidad, en una región que no termina de convencerse a sí misma sobre el camino que debe tomar. Fue reconfortante ver a gobierno y oposición juntos frente al presidente electo por los argentinos. Esa actitud ilustró más que cualquier otra explicación, qué quiere decir “democracia” para los uruguayos.
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