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MORENA-AMLO desafíos de la política en México: apuntes para desaprender de la experiencia regional por Oscar Mañán

MORENA-AMLO desafíos de la política en México:  apuntes para desaprender de la experiencia regional  por Oscar Mañán
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De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:

de la derecha cuando es diestra,

de la izquierda cuando es siniestra.

Mario Benedetti

México acaba de tener elecciones nacionales históricas porque AMLO (Andrés Manuel López Obrador) y la alianza conformada por MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), PT (Partido de los Trabajadores) y Encuentro Social llegaron al gobierno con el 52,9546% de los votos. La diferencia fue inusual con las dos coaliciones que disputaban mayoritariamente la contienda: la alianza Por México con el PAN (Partido Acción Nacional), PRD (Partido de la Revolución Democrática)  y MC (Movimiento Ciudadano) que cosecharon 22,5097%; y la conformada por el PRI (Partido Revolucionario Institucional), PV (Partido Verde) y Nueva Alianza con un magro 16,3999% de los votos.

Este país conformó su estado moderno tardíamente, luego de la revolución nacionalista que comenzara en 1910, y después del largo período de inestabilidad política de los años 20, Lázaro Cárdenas articularía un pacto social donde diferentes sectores sociales se incorporan al consumo de masas. Dicho Estado corporativo fue hegemónico y bajo el gobierno ininterrumpido del PRI (desde 1946) mantuvo una estabilidad política sin par hasta el año 2000. Esa estabilidad política se sostuvo con fuertes dosis de autoritarismo y represión (del que son ejemplos las masacres de Tlatelolco, 1968; y Corpus Christi, 1971), pero siempre con una institucionalidad literalmente a prueba de balas. Ese autoritarismo político bajo un manto de legalidad sospechada, lo llevó a Vargas Llosa a definir a México como la “dictadura perfecta”, lo que le significó la expulsión del país bajo la aplicación del art. 33 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.

Empero en los 80-90, el neoliberalismo económico y su inserción subordinada a los intereses de EEUU, lejos incluso de la independencia formal de años anteriores, el régimen político comienza a desintegrarse tragándose los líderes que prometían transformaciones dentro del mismo partido de Estado (Colosio, Ruiz Massiau, entre otros). Lo envidiado por otros países fue la capacidad de “producción simbólica” que tuvo el Estado mexicano y que mantuvo un velo impenetrable a pesar de los desmanes de la política. En el 2000 precisamente, el PAN ganaría las elecciones para fechar un período de alternancia con el PRI, pero que no obstaría para que siguiera avanzando ese proceso constante de desvanecimiento del pacto social que explicara la estabilidad política anterior.

Hoy día, parece que cayeron todos los velos posibles y deja traslucir un Estado en desintegración[1], y los siempre violentos coletazos de los añejos pactos sociales que se terminan o pujan por re-articularse. Esto puede verse en los empujes de la violencia institucionalizada en los diferentes niveles del Estado (federal, estatal, municipal, etc.) que explican matanzas crueles, de Acteal a Ayotzinapa, u otras tantas hasta los exterminios de periodistas críticos y políticos del presente. Sin olvidar, las luchas intestinas de grupos del “crimen organizado” o no tanto, los intentos de fraude electoral, las redes de extorsión, intercambio de favores, grupos paramilitares y “autodefensas” que buscan llenar los vacíos que ese Estado que se desintegra deja.

El dilema de la coalición de gobierno estará en pacificar al país, lo que exige justicia, derechos, desarticular la violencia institucionalizada, es decir, restablecer la política a su esencia y enterrar ese “poder corrupto” que se aleja de sus bases colectivas soberanas.

Los desafíos para desaprender de la región

El cambio social y político siempre trae consigo conflictos, y para construir algo diferente es necesario en cualquier realidad romper, sin concesiones, con lo anterior. Como dijo Einstein sería una locura, “…hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.

Uno de los aprendizajes sobresalientes de la región es la dificultad planteada para lidiar con las contradicciones entre el crecimiento electoral de un movimiento o partido y su esencia si este propone cambios más o menos radicales. La política de alianzas llevó a desdibujar las propuestas programáticas de los movimientos políticos, en especial, aquellos pertenecientes al espectro ideológico de las izquierdas. De aquí que en aras de constituir fuerzas electorales imbatibles, se abandonaron cambios sociales perseguidos históricamente por tales movimientos o partidos, por lo que perdieron la confianza y el respeto de la comunidad política.

Otro desafío no resuelto es la inserción internacional de los países, decisión política fundamental de los Estados si las hay, elegir los amigos, socios. México tuvo una tradición histórica de diplomacia internacional que hizo escuela en América Latina, basado en una política de no intervención y de solidaridad internacional que abandonó en la década de los 90; hoy toda la región la extraña. Enfrentar las políticas imperiales actuales exige construir confianza y alianzas estratégicas fuertes, máxime con líderes que, parafraseando a Tomás Eloy Martínez, a menudo tienen un coeficiente intelectual menor al promedio de la población.

Una parte importante de dicha inserción internacional son las políticas comerciales. México tiene un papel a jugar en cuanto país de dimensiones continentales, y debe comenzar a mirar hacia el sur. Las políticas comerciales estrictamente, o aquellas “más políticas” llamadas de integración, requiere Estados fuertes, so pena de quedar de rehén de lo que las empresas transnacionales decidan. Asimismo, una política mirando al sur es posible, al sur de América, África, Asia; “una integración de productores y no de consumidores[2] pensadas con objetivos de capacidad productiva y no solamente de ampliar mercados de posibles consumidores. Este es el desafío para romper la lógica de los tratados de libre comercio nacidos bajo los designios del neo-conservadurismo americano.

Las tareas de largo aliento deben abordarse sin demoras, entre otras, la reorganización económica y la extensión de derechos, la lucha anti-corrupción que implica construcción institucional, lo que lleva al desguace del Estado represor en todos sus niveles. Sin embargo, los frentes de lucha deberán elegirse con cuidado para lidiar con posibles contradicciones entre la estabilidad política y la profundidad de los cambios.

El desafío de construir un nuevo Estado necesita corroer los apoyos del actual y mantener enfrentamientos no menores con aquellos sectores que resistirán la pérdida de privilegios; la estabilidad política deberá responder a nuevas bases. Los apoyos del nuevo pacto de dominio deberán ser los sectores hasta ahora al margen, sectores populares, trabajadores, sedientos de justicia, campesinos, indígenas, productores nacionales, pequeños comerciantes formales e informales, entre otros, deberán conquistar las calles y ser la línea de defensa del cambio. No obstante, deberán creer en la posibilidad cierta de los cambios estructurales que se propongan, porque la paciencia no es una virtud latinoamericana.

[1] Castillo, J. y Mañán O. (2015). México un Estado en desintegración: violencia institucionalizada como degradación extrema de la política. Revista Mexicana de Ciencias Agrarias, vol.1, pp.81-86.

[2] Mañán, O. (2012). Inserción internacional de América Latina: retos para un cambio de rumbo. Ponencia presentada en la Maestría en Relaciones Económicas Internacionales, Guadalajara, julio. Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/281066572

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