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Por un Mercosur de 20 por Luis Nieto

Por un Mercosur de 20 por Luis Nieto
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Para un país chico como el Uruguay, cualquier tratado de integración acarrea peligros y dificultades. En primer lugar, el propio Mercosur, un tratado de integración firmado con países vecinos, los más grandes de Sudamérica. En 1991 parecía más fácil. Pero a las buenas intenciones se le agregaron las trabas que cada uno de los socios agregó como consecuencia de los cambios internos en cada país, campañas políticas, nuevos gobiernos, nuevas visiones, que le fueron sumando dificultades en lugar de aprovechar la intención de coincidir en un tratado vigoroso, que, en primer lugar, nivelara, entre los cuatro, los distintos planos de desarrollo, a lo que se le sumó la enérgica insistencia del gobierno venezolano para entrar al bloque, a cualquier precio. La integración de Venezuela acabó siendo el conflicto más importante que tuvimos, y de ahí para acá nada trascendente produjo el bloque regional.

Pero si faltaba algo, el resultado de las elecciones primarias en Argentina agregan otro elemento de incertidumbre. En los próximos dos meses el gobierno de Alberto Fernández puede encontrarse con un Parlamento que le acote, todavía más, la capacidad de decisión. El resultado del pasado fin de semana fue una señal demasiado fuerte, y la señal que emitió el gobierno fue de cumplir con una especie de autocrítica, con la misma sonrisa, la misma liviandad con que gobierna. Se los vio como si fueran a una fiesta, con la cabeza en otra cosa, cuando habían sufrido una derrota tremenda. El pueblo argentino dijo algo que duele mucho: El gobierno de Macri terminó siendo un desastre, pero este fue peor.

Nada ha sido más complejo de concebir y desarrollar que la Unión Europea. Sus integrantes venían de uno de los enfrentamientos armados más grandes de todos los tiempos, y en sus pueblos habían quedado heridas abiertas, que, en muchos casos, hasta implicaba heridas familiares. Una economía destruida, que apenas pudo sobrevivir con la ayuda externa. Pero a 58 años de las primeras iniciativas, como la firma del tratado de amistad entre los archienemigos Francia y Alemania, por parte de sus presidentes Konrad Adenauer y Charles De Gaulle, comienza a crecer la necesidad de la unidad de países europeos. En aquel momento, Alemania estaba dividida, con la Unión Soviética comprometida en el sostenimiento de la República Democrática de Alemania. El panorama no podía ser más adverso para el desarrollo de un proceso de integración. Los problemas se le siguieron agregando, pero la unificación de Europa estaba en marcha, con la firme convicción de que era posible y necesaria.

Por el contrario, América Latina jamás tuvo un conflicto entre los países independizados de España y Portugal que implicaran resabios y reclamaciones importantes. Pero sí hubo, a partir de mediados del siglo XX un conflicto que atravesó a todos los países latinoamericanos, y que acabó incidiendo en las relaciones entre las naciones independientes. A diferencia de Europa, que no contaminó el proceso de unidad con los conflictos internos (ETA, IRA, Brigadas Rojas, Balcanes, inmigración ilegal, procesos autonómicos…) en nuestra región se establecieron identidades horizontales que exigieron a sus gobiernos una agenda paralela, como en el caso Venezuela. América Latina está llena de organismos e instituciones de integración que no producen nada concreto. Los gobiernos cambian y el Mercosur desfallece. El Mercosur nació con el estigma de la exclusión. Tanto Uruguay como Paraguay se metieron por una ventana, y si bien hay países que han solicitado ser integrados, como Bolivia, es un bloque que los dos grandes del sur, difícilmente, están en disposición de moverlo hacia algo mayor. Si de algo serio adolece el Mercosur no es de prohibirle a Uruguay que intente ampliar sus posibilidades de intercambio con China u otros bloques de integración, sino que se impida a sí mismo la posibilidad de generar un enorme espacio de intercambio latinoamericano, desde el cual trabajar para cerrar la enorme brecha económica, cultural, científica y social que padece de forma endémica.

La pregunta llega sola: Si no es posible avanzar en un acuerdo entre cuatro países, ¿cómo es posible que más de 20 países puedan hacerlo?

Tenemos algo que Europa no tenía ni tiene: una lengua en común, porque las diferencia entre español y portugués no son, realmente una barrera. Los conflictos latinoamericanos tienen un origen exclusivamente ideológico, basados en una interpretación de la economía, y el rol de las clases sociales respecto al Estado, que no nos deja ver más allá del triunfo o la derrota de alguna revolución.

Uruguay necesita resultados a corto plazo, y no está mal que intente resolverlo forzando la letra pactada del Mercosur porque éste se ha quedado corto en los propósitos con que se formó, y ninguno de los cuatro socios puede decir que ha recibido un beneficio del acuerdo. Hay iniciativas como el acuerdo con Europa que no se concreta, y cada año que pasa es un desgaste excesivo.

Nuestro país tiene las condiciones ideales para ser un buen convocante a un tratado que implique la integración de toda América Latina en una comunidad de naciones diferentes, unidas por metas realizables, con un sistema o con otro, que coincidan en un poderoso bloque donde se apliquen políticas complementarias.

No podemos abandonar el Mercosur, está bien, pero nada debería impedirnos su ampliación al resto de América Latina, y libertad para establecer acuerdos parciales con terceros países.

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