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¿Son la democracia y América Latina compatibles? Por Luis Nieto

¿Son la democracia y América Latina compatibles?  Por Luis Nieto
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Desde 2006, la publicación británica The Economist analiza 60 indicadores en 167 países, 165 de ellos miembros de las Naciones Unidas. De los 197 países integrados a la ONU, 29 están excluidos de este índice. Países como Andorra, Kiribati, Micronesia y otros, con pequeños territorios, poca población y recursos, por lo general dedicados al turismo. También están excluidos Somalía y Sudán del Sur, que son países desestructurados por conflictos internos, que han afectado toda posibilidad de actuar como una unidad nacional.

De acuerdo al puntaje recibido anualmente, desde 2006, cuando comienza el análisis, sólo dos países retienen su posición entre los que viven bajo un régimen de una democracia perfecta: Uruguay y Costa Rica. Uruguay ocupa el lugar 13, el más alto de AL. Para evitar suspicacias, subrayamos que Estados Unidos figura en el lugar 26, catalogada como una democracia deficiente.

La lista está encabezada por Noruega. Con este país compartimos puntaje en Proceso electoral y Pluralismo (10), y estamos 0,59 puntos por encima de Noruega, en cuanto a Derechos civiles. En este parámetro tenemos igual puntaje que Nueva Zelanda, y Costa Rica, y estamos por encima de todos los otros países con democracias plenas.

¿Qué otra cuestión puede ser más determinante para calificar a un país como democrático sin considerar la garantía de los derechos cívicos de los ciudadanos? La democracia es débil porque depende de la vigencia de todos los otros derechos que aseguran la Constitución y las leyes. Nuestra percepción de nosotros mismos sufre una doble distorsión: la lucha política, como inseparable de la diferencia de ideas y proyectos inherentes al pluralismo que asegura la democracia, y la lentitud en producir un cambio generacional en la vida política. Esto último retrasa, por su parte, la vida de los partidos políticos respecto a los intereses de la sociedad, que siguen, de una u otra forma, las realidades del mundo.

Es posible que esto último haya tenido un pequeño salto en la última elección. No sólo porque al Uruguay le llegaba un presidente joven, inteligente, empático. Mujica estaba en el otro extremo generacional, pero su estilo rupturista, y el haber respetado las reglas del juego democrático, le abrió las puertas a la juventud, y no sólo a la juventud sino a una mayoría que en todos los partidos necesitaba romper la imagen que nos habíamos hechos de nosotros mismos.

Lo de virtuoso que pueden tener los parámetros expuestos al principio de la nota es mérito de las generaciones anteriores, cuando Uruguay debatía consigo mismo, pero hoy no hay debate que no sea en torno a un hecho puntual: la conveniencia o no de las papeleras, las medidas policiales para detener la violencia, y el ejercicio sistemático del palo en la rueda. Final del repertorio. Si vamos a seguir discutiendo y analizando lo que nos pasa desde una posición política inalterable, estamos perdidos. A una buena parte de los uruguayos le resulta cómodo proclamarse de izquierda o sentirse un conservador, como si ahí estuviese la respuesta.

Lo que consideramos izquierda, en Uruguay y el resto del mundo es un término viscoso. Para serlo hay que firmar un contrato que obliga al usuario a cumplir con todas las definiciones de los padres fundadores. Pero ¿pensaba Marx lo mismo que Lenin, que Pol Pot, o que Fidel Castro? ¿En qué momento y frente a qué disyuntiva dejamos de ser de izquierda para ser un escuálido, un gusano, o un facho, dependiendo del país en que vivimos?

El resultado emocional de esta forma de separar las definiciones nos ha llevado a descreer del sistema político, que hizo de un país chico y de limitados recursos productivos, un país respetado en el mundo. Esta especie de bulling políitico fue suficiente para embarcarnos en la aventura de la lucha armada, ante la única señal que nos llegaba de que había un camino más corto para solucionar los problemas estructurales que veíamos como insuperables tras la crisis de los gobiernos colorados que desembocaron en la pérdida del gobierno, en 1959. La experiencia de la Sierra Maestra, en Cuba, nos hizo creer que había un camino más corto, que requería del enorme sacrificio que implicaba e implicó, la lucha armada.

El paso del tiempo, y la lectura que se debe hacer de él para ofrecerle a la sociedad un camino seguro al desarrollo de su capacidad social, a pesar de todo lo que pasó, nos deja, sin ninguna duda, una enseñanza: No todo estaba perdido en 1959 cuando teníamos una sociedad en crisis, y, en la otra mano, un paradigma generacional que nos indicaba otra cosa. Elegimos esa otra cosa, conformes con el incipiente chisporroteo de una revolución que nos pareció más acorde con el recambio generacional que el país estaba reclamando. Pero no siempre la juventud es capaz de hacer una lectura del largo plazo, que implique el gran esfuerzo intelectual por parte de los partidos políticos que sostienen y dan respuestas a las incógnitas de cada tiempo.

La imagen del Che y Haedo, tomando mate en la casa de quien era, en aquel momento, el  presidente del Consejo Nacional de Gobierno, el Poder  Ejecutivo de entonces, resumía y resume todo lo que puede representar, en política, el diálogo entre lo viejo y lo nuevo. El Che hizo una recomendación muy clara a aquella generación que veía en Montevideo la Sierra Maestra del Uruguay de verdes colinas onduladas.

Hoy volvemos a estar parados frente a una situación que nos interroga, que nos obliga a preguntarnos si estamos dispuestos a mantener y trabajar por subir en los indicadores que refleja el trabajo de The Economist, o a dejarnos llevar por la novelería y el palabrería de lo circunstancial. El mundo puede estar al borde de una nueva guerra mundial, nuevamente el escenario europeo es el que ofrece la posibilidad de vivir un futuro apocalíptico.

Las elites políticas uruguayas deben extraer una lección de lo que pasa en el mundo, y formar a sus partidos en una mirada de largo plazo. Algunos países lo han hecho. Días atrás, Finlandia ha puesto en conocimiento público que no sólo vive el presente, y forma a su juventud en una educación de calidad, sino que ha trabajado sin hacer ruido para proteger a sus ciudadanos frente a cualquier contingencia. La televisión independiente mostró que Finlandia está en condiciones, en sólo 72 horas, de poner al 80% de su población en refugios confortables, dotados hasta de piscinas olímpicas, frente a la eventualidad de una guerra atómica generalizada. Y sigue trabajando en refugios construidos a 20 metros de profundidad, distribuidos en todo su territorio.

Finlandia ocupa el tercer lugar en el índice de The Economist 2021. Obviamente no es un país con vocación belicista, pero sus dirigente políticos han sabido muy bien que el rol de ellos y de los partidos políticos, es dotar a sus ciudadanos de las mayores libertades posibles, y protegerlos de las circunstancias que puedan amenazar su futuro. ¿Estamos en condiciones de hacer lo mismo?

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