La atención sobre conflictos armados se desplazó del territorio de Crimea renovada hacia Medio Oriente, sobre Palestina. El regalo de 33 de los 56 integrantes de la ONU en 1947/48 al dar dos de cinco partes de esa porción administrada por Gran Bretaña a la colectividad judía (la más sacrificada de los 6 millones de asesinados en los campos de concentración nazi) intentó legitimar a la migración concurrente a la región desde el fin de la primera guerra en 1918.
Para la ONU de la época y hasta este momento, el establecer en la postguerra una Palestina con dos países zanjaba cualquier controversia. Ocurrió a la inversa: la solución no resultó tal y generó un problema que se extiende, hasta el momento, por 75 años. La parte más afectada (naciones árabes y en particular los palestinos) repudiaron de inmediato esta imposición que conculcaba a la vez parte de su soberanía, una institución internacional decidía sobre algo que no le pertenecía y destruía la convivencia pacífica en territorios que se transformaron en campos de confrontaciones de palestinos despojados, “colonizados” antes, durante y después de la Guerra Fría.
El gran periodista Gregorio Selser, con sentido educacional, escribiría que el Estado de Israel no era más que un portaavión de EE.UU. en Medio Oriente, una herramienta adicional y complementaria del imperialismo. En forma muy nítida lo fue después del conflicto con Egipto sobre Suez, aunque desde que fue consagrado como país recibió pertrechos militares “made in USA”.
Ahora, frente a una incursión del cuerpo armado de una organización musulmana, Hamás, que cometió un terrible ataque contra “colonos” y festivos civiles judíos, el Estado agredido declara la guerra y un puñado de periodistas -de la misma confesión y otros de cadenas occidentales- hablan igualmente de lo mismo: es evidente que en este momento el internamente cuestionado gobierno ultraderechista de Israel tiene derecho a declararse como quiera, logrando -con el apoyo de parte de sus hasta entonces opositores- constituir un régimen de unidad nacional. Sin embargo, no puede equipararse el brazo armado de Hamás (todo su conjunto se dice que tiene unos 40 mil militantes) con el de un ejército que en horas afirma que reunió 350 mil integrantes. Ese conjunto que “desliza” y amenaza a sus vecinos con más de 200 bombas atómicas, que tiene cercadas las fronteras de la Franja (donde habitan más de dos millones de seres humanos), que reclama erigirse en los hechos como única potencia nuclear de la región, no puede cercar a Gaza de forma que no le llegue agua, gas, electricidad, medicinas, alimentos: desde tiempos inmemoriales no se tenían evidencias de semejantes atrocidades.
Sin embargo, desde Washington se ha dado el beneplácito para todo y, por si hiciera falta, se envían armas y se trasladan estructuras militares.
Entre algunas corrientes opositoras al gobierno hay quienes se hacen ciertas preguntas: por supuesto que no hay cuestionamientos a la cada vez más inefectiva ONU, que afirmó que los “colonos” israelíes son uno de los principales causantes de la inestabilidad en la zona, amparados por Israel para ocupar terreno y acosar a la población civil palestina en Cisjordania. Sus actividades son «la mayor amenaza a la paz». Tampoco se preguntan por qué Israel vota siempre a favor de continuar con el ilegal y unilateral embargo contra Cuba; o acerca de privilegiar entre los propios judíos de Israel y el mundo a los askenazis sobre los sefarditas o en cuanto a los impedimentos para la migración de los falashas. No: se preguntan sobre cómo su Estado y las estructuras tan caras de inteligencia (apoyadas por la CIA y otros) no detectaron que se preparaban atentados, durante un año, de gran entidad.
Con seguridad los “conspiranoicos” adoptarán los términos en los cuales se refiere al conflicto Jorge Norberto Elbaum, aunque él no sea uno de ellos. “Ambos actores políticos tiene algo en común: se niegan a cualquier solución política que permita el establecimiento de una Palestina soberana, conviviendo en paz junto a una Israel laica, multiétnica ajena al supremacismo y a las políticas de “apartheid” que golpean prioritariamente a los árabes que viven dentro de sus fronteras y aquellos que sobreviven en los territorios ocupados. En Israel, los analistas más lúcidos afirman que Bibi Netanyahu e Ismail Haniya (líder de Hamas) son socios en la continuidad de la guerra. Se necesitan para que el “statu quo” de la muerte siga su derrotero de sangre y tumbas”.
Hay veces que, sin arriesgar demasiado, el “diario del lunes” sirve como base de algunas elucubraciones; entonces, a más de 12 mil km. de distancia se me ocurre que puedo sumar una explicación. Pienso que las inteligencias estaban privilegiando la evolución del relacionamiento de Israel con sus vecinos árabes -su paulatino abandono del apoyo a la causa palestina- y los contactos de los distintos tipos de propuestas y principios de los gobernados, teóricamente, desde Ramallah.
Lo anterior quiere decir que se estaba monitoreando y aportando a los preparativos de regularizar las relaciones con el criminal gobierno del reino de Arabia Saudita (que lidera a los árabes de la región) y, por otro, vigilando las relaciones entre la OLP y Hamás, que hace un año 14 grupos (11 en torno a Al Fatah, que se reparten el pseudo gobierno de Ramallah en Cisjordania ocupada) firmaron un compromiso en Argel de elecciones para este tiempo.
Para cerrar el cuadro de nuevas posiciones militares se dice que Hamás -en la costa mediterránea de la Franja de Gaza- recibiría el apoyo -ahora sí- de Hezbollah del Líbano (con mejor armamento) y de agrupamientos armados de Cisjordania. Por su lado, cuando escribo estas líneas, el ejército israelí está pisando la frontera de Gaza en espera de que las autoridades le ordenen iniciar su pretensión de acabar con los palestinos de la Franja.
Hay que preguntarse si las reacciones electorales de Biden se condicen con las necesidades de EE.UU. y qué les dirá a sus “asociados” árabes.
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