Algo más que se va. Despidámoslo por Cristina Moran
Creo que lo he expresado más de una vez, pero de todas maneras lo reitero: no soy de nostalgias y de ninguna forma considero que todo tiempo pasado fue mejor, sino todo lo contrario: lo mejor está por llegar aunque éste hoy me encanta con los claros, con los oscuros, con los matices que nos presenta en el día a día. Pero (es casi inevitable: siempre hay un “pero”) todo lo que tenga relación con mi feliz y lejana niñez remueve algo a lo cual no le encuentro un nombre para definirlo y entonces lo dejo simplemente como “algo”. Fue cuando leí sobre un remate que tendrá lugar el próximo 3 de noviembre, aquí, en Montevideo que “algo” hizo sonar las pequeñas campanillas del recuerdo y el ayer fue, por un breve tiempo, un tierno hoy. Todo en la vida tiene su historia. Cada uno de nosotros somos historia y lo que va a remate es dueño de una larga historia que comienza lejos, muy lejos en el tiempo allá por el Siglo XIX, cuando se puso en marcha la locomotora a vapor, apareció el primer motor a gasolina y ya casi culminando el siglo “aparecieron la cinematografía y la animación gracias a los avances tecnológicos de la época”. Fue el siglo de Marie y Pierre Curie, fue el siglo de Juana Azurduy y de la ecuatoriana Manuelita Sáenz, también conocida como “Libertadora del Libertador”, fue el siglo de la “teoría de la evolución de las especies” de Charles Darwin, surgiría la idea de “derecha e izquierda” a partir de la revolución francesa, comenzaría la emancipación de América Latina y allá por 1874, Conrado Niding, pionero de la cervecería uruguaya, eligió el amplio espacio de la calle Yatay que trece años más tarde pasó a tener la categoría de “comercial” cuando Niding lo entregó o vendió a otro innovador: el austríaco Eduardo Richling y en ese espacio que más tarde fue el Palacio de la Cerveza se estableció la fábrica “un establecimiento modelo donde había una herrería, carpintería, tonelería, una caballeriza para sesenta caballos, grandes depósitos para cebada, cuatro graneros, barricas llenas de malta, y cajones de lúpulo traídos del exterior. La cervecería “La Popular”, funcionaba todo el año pero “en 1888 la fábrica tuvo un aumento de producción de 90% sobre el año anterior en los cuatro meses de primavera”. Abandonamos al Siglo XIX para instalarnos en el XX, cuando entre 1926 y 1927 el arquitecto Juan M. Delgado levantó el magnífico edificio Art Déco construido para Cervecerías del Uruguay que cuatro años más tarde lo entregó a Fábricas Nacionales de Cerveza y en 1960 fue adquirido por el club de fútbol Sudamérica quien a su vez lo vendió a particulares. Ese emblemático edificio tiene dos entradas: calle Yatay y San Martín y Marcelino Sosa entre isidoro de María y Yatay y era allí, en Marcelino Sosa en un más que amplio espacio, a cielo abierto, bajo la sombra protectora de los plátanos en las tardes y atardeceres de verano con padres y hermano disfrutábamos sanamente y al aire libre de un refresco de la época, los niños, y los mayores de un “chopp” que “estiraban” lo suficiente acompañados por pizza, fainá, o torta pascualina entre las cosas ricas que las madres preparaban dado que era permitido llevar la comida. Todo quedó atrás. Llego a la edad que tengo que me permite despedir, en voz alta, la etapa más hermosa y pura que podemos vivir: la niñez: bendita sea. Aunque no creas en bendiciones, no importa. Bendecila. Según lo que han informado, lo que se remata es aquel jardín donde hoy, funciona entre otros, un galpón de grandes dimensiones donde funciona un estudio de televisión. El “Palacio” está protegido. Es una joya arquitectónica de la época de oro de nuestro país. Y esas joyas no se tocan. Hasta la próxima. Que seas feliz. Y no dejes entrar al viejo.
Fuentes: “Crónicas Migrantes”, Dr. Juan Carlos Patrón,
“Montevideo antiguo”. Arquitecto Mariano Arana
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