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Campañas de enchastre: ¿Vale todo en campaña electoral?

Campañas de enchastre: ¿Vale todo en campaña electoral?
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 Estamos a un año de comenzar el periodo electoral y los actores políticos se salen de la vaina para ir ganando terreno desde ahora. El lógico y comprensible, dicen que las campañas electorales no terminan nunca. El problema es que se está llegando a niveles de guerra sucia buscando cualquier cosa que hayan hechos los adversarios para desacreditarlos y lograr apoyos.

¿Es correcto difamar sin fundamento? ¿Rinde más señalar los defectos ajenos que la realizar propuestas? ¿Debilitan al sistema político estas prácticas? ¿No se fomenta el “son todos iguales” y “que se vayan todos” de esa manera? ¿Lo importante es ganar sin importar el cómo? ¿Se seguirán incentivando los linchamientos mediáticos? ¿No se perjudica el sistema democrático? ¿Qué responsabilidad le cabe a los medios de comunicación?

 

Politiquilla por Jana  Rodríguez Hertz

Si, como decía Carl von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, la continuación de la de nuestro panorama nacional en estos días sería probablemente una guerra de guerrillas. En efecto, nos hemos llenado de noticias falsas, fotos truchas, campañas de enchastre, acusaciones cruzadas, trolls en las redes, manija en los medios. La lista es larga.

¿Implica la existencia de estos elementos un empobrecimiento de la democracia? No, a priori. Esto existió siempre en la política, sólo que no tenía la resonancia y difusión que tiene hoy gracias a las redes. Lo que empobrece a la democracia es que esto sea todo, que no haya más propuestas y liderazgo. Más sustancia, en definitiva.

La politiquilla, como la guerra de guerrillas, no apunta a ganar, sino a debilitar al adversario. Y ese es un riesgo grande de nuestro escenario actual, tenemos políticos que no apuestan por su propia victoria sino por la derrota del otro. ¿Y entonces por qué se usa? Pues porque funciona. Porque es barata y efectista. No requiere gran esfuerzo y la gente la consume, como a las novelas turcas. A los medios les encanta, llenan titulares con facilidad y sin grandes costos. El problema de la politiquilla es que a la larga genera hastío. Y el voto del hastiado es impredecible.

¿Corremos riesgo de que la gente exija “que se vayan todos” y abra la puerta a la anti-política como ocurre en varios países del mundo? Creo que felizmente Uruguay todavía está lejos de esto. Pero tal vez nos estemos acercando de a poco al hastío.

No sé si es posible combatir la politiquilla. En lo personal, creo que es imposible erradicar muchos de sus elementos, porque han llegado para quedarse. Pero sí podemos generar apetito por otro tipo de política. Y de periodismo.

Una forma de generar ese apetito es a través de la oferta. Para seguir con la analogía televisiva, la gente mira novelas turcas porque no le queda otra, pero cuando Facundo Ponce de León apareció con su producto de alta calidad El Origen, la gente claramente lo prefirió. Eso es una muestra de que calidad y masividad no son necesariamente conceptos contradictorios. De igual manera, si hoy apareciera un líder fuerte, que fuera un estratega, que pensara 50 años adelante en vez de 5, un líder capaz de arrasar con todo, la gente tal vez lo preferiría.

Pero tampoco la población puede sentarse a esperar un Mesías. Otra forma de generar ese apetito es entonces a través de la demanda. Cultivar un público más exigente. Que no se conforme con la politiquilla. Ese es un trabajo que requiere más recursos y paciencia, pero es más efectivo. El liceo es un buen lugar para ello. Estimular a nuestros jóvenes a debatir y a defender sus ideas en clase. A argumentar e investigar para sostenerlas o cambiarlas. Que tengan que escribir semanalmente ensayos críticos sobre cualquier tema y se respete su opinión. Que sepan distinguir qué fuentes son serias. Que analicen las noticias.

Los adultos también debemos realizar este ejercicio. Parar de jugar al indignado continuamente. Una mejor política no nos caerá del cielo, es tarea nuestra.

 

La urgencia de una nueva narrativa de la política

 por Renato Opertti

La sociedad se va ir cansando aún más y diría hastiando de formas de concebir y de hacer política que operan sobre la negatividad y el descrédito de los contrincantes llevados inclusive a la peligrosa figura de enemigos. Los fragores de las contiendas se van transformando en odios sedimentados entre quienes debieran ser contrincantes y gestores de puentes entre ellos mismos, y ejemplos de una sociedad que aprenda a vivir juntos en la diversidad. La historia es proficua en enseñarnos en cómo terminan malamente las historias de odios y revanchismos. No sólo las acciones de descalificación políticas de unos y otros erosionan los fundamentos de la democracia como sistema de valores, creencias y comportamientos. Esencialmente, las mismas configuran un suicidio colectivo de proporciones ambientado por un sistema político que no está viendo del todo claro los desafíos que nos asolan. Entre otros, la sucesión de cambios disruptivos a escala planetaria y de un mundo en ebullición, así como de una sociedad que presenta signos alarmantes de marginalización, guetización, distancias culturales y sociales escandalosas y de pérdida del valor de la vida.

Que la política muestra signos de descrédito no debe hacer mella alguna en la necesidad de siempre develar los abusos del poder y de las renovadas formas de corrupción, clientelismo y de prebendas, sea cual sea el origen, el color, su contenido y localización. Hace muy bien al funcionamiento de la democracia saber quiénes las minan con sus repudiables prácticas. Políticos de variados pelos han venido contribuyendo digna y proactivamente a hacer visibles los abusos y alguna que otra cosa más que abuso.

Recientemente el movimiento de auto-convocados no solo da cuenta, entre otras formas posibles, de una rebelión sana frente a lo que entienden que es un sistema político insensible e inoperante a sus causas, sino también agenda temas – acordemos o no, vale recordar las 10 mochilas espléndidamente explicadas por el Ingeniero Agrónomo Eduardo Blasina –  que es responsabilidad de la política y de los gobiernos tomar estos temas y buscar respuestas sostenibles y fundadas con visión de estadista y sentido de política pública de largo aliento. Si el solo objetivo de la política es de ganar tiempo con parches o de acaso sacar provecho cortoplacista de las demandas de sectores productivos, se sigue alimentando el descrédito y se avanzará en el “doctorado” de la mala política.

Nos parece que el Uruguay como colectivo sin exclusiones tiene dos hermosas tareas en sus manos que van juntas. En primer lugar, la urgente necesidad de revalorizar y de encontrar liderazgos políticos renovados y potentes, generacionalmente transformacionales, narrativas convincentes y amigables e ideas, caminos y acciones que desafíen el inmovilismo y el que “no se puede” para que el Uruguay sea una sociedad efectivamente de oportunidades. Sin liderazgos convincentes y convocantes, que sean transversales a la sociedad y a sus sensibilidades, vamos a seguir distraídos y perdidos en las chicanas politiqueras de intensidad mediática, de devaluación del pensamiento y de nula incidencia para el bienestar de la gente.

En segundo lugar, tenemos que buscar las maneras de integrar en un proyecto colectivo de país dos ideas fuerza que marcan nuestra historia e identidad como una sociedad de oportunidades de cara a vencer el descrédito y la desconfianza que anidan en buena parte de la población. Por un lado, la revalorización filosófica del concepto de libertad que confía en la voluntad, la determinación y la praxis de la persona en su singularidad para tomar conciencia y estar a cargo de sus decisiones individuales y colectivas y sus implicancias; y, por otro lado, el fortalecimiento de un genuino progresismo social como un conjunto articulado de políticas y programas que igualen en oportunidades de excelencia para todas y todos. Lo que se podría denominar un progresismo liberal, que viene a constituir una variante aggiornada de la social democracia en sus nobles tradiciones, nos daría un marco de reflexión y de acción para encarar los desafíos de un mundo que no va a esperar al Uruguay para seguir impactando nuestras vidas con la cuarta revolución industrial, la inteligencia artificial, la automatización y la disrupción de la identidad humana. El tiempo apremia y precisamente está en juego nuestra capacidad de reinventarnos como país para forjar un porvenir sustentable, venturoso y justo.

 

Discutir Ideas y no consignas por Celina McCall

 

Este fin de semana nos mostró lo peor del alma humana.  Las redes sociales fueron un antro de acusaciones, falsedades, insultos y distorsiones.  Otro crimen brutal asoló a la sociedad y muchos no tuvieron mejor idea que pedir que no se hiciera política con una muerta.  Cabe preguntarse: ¿Qué es hacer política?  Parece que muchos no la tienen clara.  El hombre es un animal político, ya decía Aristóteles.  Para algunos, es el insulto fácil y la descalificación del otro.  Criticar al gobierno convierte a uno en enemigo mortal, un golpista desestabilizador.  Confunden política con partido, Estado con gobierno, ciudadano con militante.  En un país donde poco a poco se han ido eliminando las fechas patrias, las fechas – valga la redundancia – irónicamente pasan a tener un papel preponderante: fulano es hijo de tal año, o de tal otro.   A un año de que empiece la guerra electoral de facto, ya comenzamos a asistir estas pequeñas (y a veces descarnadas) batallas, que van dejando heridos por todos lados y en casi todas las tiendas.  Falta poco para que la gente, bastante harta, grite ¡qué se vayan todos!

 

El Índice de Democracia 2017 divulgado por The Economist Intelligence Unit puso a Uruguay con 8,12 puntos de un máximo de 10, dejándolo como el único país de América Latina con democracia plena.  ¿Sobrevivirá esta nota alta después de este año pre-electoral?  ¿Por qué tenemos la sensación que los números mienten?   Porque poco a poco ha ido perdiendo la credibilidad (o la fe) en las instituciones.  Cuando desacreditan a uno, al barrer desacreditan a todos.   El ciudadano se siente huérfano.  Ya no cree en nada ni en nadie.  Se acusa a la oposición de no tener ideas, pero en realidad son ellos las que deberían tenerlas porque gobiernan y con mayorías, para colmo.  Los cajones del Parlamento están llenos de ideas desechadas porque las tuvo el “enemigo”.  El mundo dividido en nosotros y ellos, o ellos y nosotros; blanco y negro, nada de grises.  La hipocresía campea, el doble discurso también.  Lo peor es que más de mitad del país va por determinado rumbo pero es una pequeña mayoría que comanda el espectáculo.  Eso también causa el descreimiento generalizado.

 

Y así el país va como barco sin timonel tratando de salir a flote.  Se empiezan a sentir algunas voces, tratando de poner cordura.  Primero surgió Eduy21 “una Iniciativa Ciudadana con el propósito de dar inicio a un debate que plantee trasformaciones profundas, sostenibles y permanente en la educación”.  Hay consenso de que vamos mal, pero nadie escucha a los expertos.   Después vinieron los autoconvocados del agro, exigiendo debatir el país productivo que queremos.  De nuevo la palabra debate.  Eso y no las campañas de enchastre son lo que la gente pide.  Pero ya nadie sabe como se hace.  Eso es parte del deterioro educativo que sufrimos.  El país lo hacemos entre todos, discutiendo ideas y no consignas.  Y con la mente abierta.   ¿Es mucho pedir?

 

Tiempo de hienas por Daniel Supervielle

 

Solo pensar en la sobre saturación de mensajes publicitarios que se viene en la campaña electoral tanto en radio, carteles, tv y redes sociales me produce enormes ganas de irme a visitar a un amigo en Nueva Guinea. La carencia de ideas creativas y sutiles; el enchastre de las ciudades, la contaminación sonora y tras cartón, ahora, en los tiempos que corren; la basura de los mediocres, anónimos y operadores de mala fe en redes sociales. Todo eso me hace cuestionar el sentido de este tipo totalmente irracional de campañas electorales que vivimos en Uruguay. Tiempo de ganancias de mercenarios, de oportunistas y mercachifles del marketing político. Fortunas para los medios de comunicación: en especial el oligopolio de los canales privados en complicidad perversa con las agencias de publicidad. También para las imprentas que imprimen decenas de miles más listas de las que ciudadanos uruguayos existen: creo que se podría empapelar todo el Uruguay con esas listas de quererlo.  Todo un desgaste para la cabeza y capacidad de atención de las personas, sin discutir lo que hay que discutir -y para peor (hasta en las repúblicas bananeras los hay) no tenemos debates. En ese caldo de por si complejo aparecerán y harán ruido los sucios, los enanos mentales, los operadores encubiertos, los que escriben lo que no dirían frente a frente… esa manada de hienas hambrientas tendrán su banquete de carroña para demostrar lo vil y ratero que puede ser un ser humano resentido y lleno de odio al que piensa diferente. Va a ser una campaña sucia, de las peores de las que se tenga historia. Lo lamento por la política y por el Uruguay que podría ser. Somos tres millones y poco. Un país mojarra nadando en un mundo de tiburones. Tendremos la campaña que nos merecemos. Una pena.

 

 

 

Manzanas podridas por Isabel Viana

 

1 – No creo que haya campañas de difamación. Hubo y hay medios de prensa especializados en la difamación, valga la memoria de “La Escoba”, que nunca merecieron respeto. Hoy, a partir de inconductas notorias, se hacen visibles para la ciudadanía procederes indeseables, ocurridos en el campo político, en todos los partidos en ejercicio de poder. En todos ellos hay también ciudadanos honorables. No aparecen noticias a su respecto, ni creo que se sientan difamados, calumniados o perseguidos.

 

2 – Se sabe que es muy sano que las manzanas podridas deben ser sacadas del cajón lo antes posible, sin vacilaciones ni ocultaciones, para que no pudran todo el conjunto. Si miramos para otro lado y pretendemos ocultar lo que es notorio, es obvio que se validan las generalizaciones que alimentan el “que se vayan todos”.

El establecer con claridad las normas y procedimientos que habiliten la separación de las manzanas en mal estado de las sanas y el sacarlas rápidamente del cajón (sin vacilaciones ni eufemismos de renuncias) es tarea de limpieza interna drástica que corresponde inexcusablemente a cada partido político. No debiera hacer falta recurrir a los estrados judiciales. En caso de no hacerlo será aplicable aquello de “dime con quién andas…”

 

3 – Vivimos en un país con grandes potencialidades (naturales, sociales, culturales en general y especialmente políticas) para lograr el bienestar de su población. Pese a ello, se perciben notorias carencias en asuntos tan básicos como la demografía, la educación, la salud, la seguridad física, económica y laboral.

Es tarea de quienes se postulen para acceder a posiciones de poder el proponer caminos de cambio, que no sean más de lo mismo… o cambios hacia lo peor, como cuando cubren gastos injustificables con aumentos de la carga impositiva… de la que se libera a las grandes empresas internacionales.

 

Un cambio imprescindible es el reducir el peso del Estado y su ineficiente y onerosa manera de gestionar el país.

4- Los medios de comunicación (formales, interpersonales, Internet con todas sus variantes) hacen a la esencia de la civilización del SXXI. Tienen un rol esencial en la generación de consensos y en la recuperación de roles ciudadanos. La responsabilidad con que todos los actores asuman acciones comunicantes, resulta decisiva para encontrar caminos válidos de encuentro y diálogo. Para muestra basta un botón: sin otro recurso que la comunicación, los “autoconvocados” movieron en 15 días el tablero político del país.

 

5 – El proceso electoral requiere que, con urgencia, los partidos que pretendan llegar al poder ofrezcan caminos explícitos y garantías de conducta ética de quienes se postulen: esas limpiezas no se hacen durante las campañas electorales, las manzanas en mal estado deben apartarse antes de llegar al mercado.

Hay que encarar el desafío electoral con programas claros, que propongan caminos válidos y candidatos sin máculas éticas ocultas o visibles.

Los líderes partidarios pueden elegir si jugar en la cancha de las negociaciones secretas entre caudillos con posiciones en el Estado como moneda de cambio o asumir el desafío de encarar propuestas innovadoras abiertas al juicio ciudadano.

 

Ante propuestas basadas en la convicción de la fidelidad a las banderas (…aunque pongamos una heladera la votarán igual…) que menosprecia la inteligencia del votante, deben recordar que hoy la gente puede acceder cada vez más a la información  de fuentes variadas y que la visibilidad de las conductas no éticas y el rechazo ante ellas, es cada vez mayor.

 

 

Qué desastre el enchastre por Garabed Arakelian

Si fuera necesario establecer el momento en que se inició la actual campaña política yo diría que comienza cuando Pedro Bordaberry va a buscar a Larrañaga y Lacalle Pou y se les ofrece para trabajar en conjunto, con el noble propósito de “destruir” (todos saben que él utilizó otra palabra) al Frente Amplio y a Tabaré Vázquez.

Pero la coordinación que él buscaba y ofrecía, trasciende el nivel en el cual lo planteó. La campaña política para el Uruguay,  que incluye la electoral, está elaborada a nivel continental y hasta el presente le viene dando buenos resultados a quienes la orquestan. Sus objetivos son: provocar el descrédito de la clase política, con  la consigna: “son todos iguales”, “que se vayan todos”,  generar una situación de caos, intranquilidad e inseguridad, utilizando los medios de comunicación para amplificar todos los sucesos de esa índole y mantenerlos en el tiempo para que multipliquen su efecto. La cajera asesinada se convirtió en repugnante recurso para alentar los sentimientos más retrógados, reiterarlos y difundirlos para ir generando ese sentimiento. La quema de contenedores y servicios químicos y  de neumáticos entre otros, son y serán argumentos mantenidos en la agenda.

El otro flanco elegido es el de la judicialización de todos los temas y de la vida entera de los habitantes del país. Cuando los problemas llegan hasta la Justicia y esta no reconoce sus límites, sino que se introduce  en ámbitos que no le incumben, comienza a verse claro que el Poder Judicial está intentando romper el equilibrio de los poderes. Cuando cada actuación judicial se ilustra con la fachada de la Suprema Corte de Justicia el mensaje subliminal es: “estamos en todo”. Y cuando se ignoran los compromisos internacionales para afirmar la impunidad, estamos ante la confirmación, por la vía de los hechos, de que la Justicia marca sus límites de modo discrecional.  Su mensaje es que  está en condiciones de entrar en acción en cualquier momento y, con estos antecedentes,  es fácil suponer con qué sesgo.

Y para cerrar esta reseña se debe mencionar el nepotismo y la ética  jugando ahora un rol protagónico que desplaza el hecho esencialmente político y lo convierte en tema de corrillo banal.

Sumense todos  estos aspectos, véase las características de los actores y se podrá deducir que la campaña será de enchastre, vulgar, mentirosa y violenta, que es lo que le sirve a la derecha. La derecha quiere eso y algunos, en ese contexto, sin vergüenza alguna, propician la vuelta de los militares “como en Brasil”, dicen. La izquierda no debe dejarse llevar por esta embestida baguala y oponerse firme a los avances de la restauración conservadora. No debe sumarse a esa práctica y, sin perder la calma demostrar su capacidad para enfrentar situaciones difíciles. Pero debe salir a la palestra a dar la pelea en los términos de cultura política que le corresponden. Eso es: “no entrar en el juego del enemigo”.

 

 

99 non sanctos escaños  por Federico Charlo

La estafa más grande de nuestra democracia, no son -mucho que nos duela-, los casos de nepotismo, las faltas éticas o incluso los casos de corrupción (entre otras perlas).

Tendemos a pensar que, criteriosos, los uruguayos no acordamos con esas prácticas, y más allá de quienes la cometan, las condenamos.

Sin embargo, parece que no vemos en esta parafernalia de declaraciones de principios, condenas más o menos cuestionables de tribunales de ética, e incluso sentencias de los organismos judiciales; que nuestra ingeniería electoral prescinde y ha prescindido siempre de los juicios y valoraciones éticas frente a la sustantiva necesidad de acumular votos para tal o cual lema.
Por supuesto no estoy descubriendo los átomos, pero es importante ser preciso cuando entiendo que la “guerra sucia” no es tal cosa y que las campañas de enchastre tienen tanto lugar, como aquellas que pretenden ir “por la positiva”.

En definitiva, lo que se pretende es que el elector o “nos vote a nosotros”, o que no vote a ninguno, porque de esa manera: anulando o dejando en blanco su voto, sólo estará disminuyendo la cantidad de votos necesarios para que un representante ocupe su banca; y sin importar que cada vez sea mayor (hoy, verdaderamente representativa) la cantidad de votos en blanco y anulados, el parlamento (contralor simbólico y material de los Poderes del Estado), y con él, el sistema político mismo, seguirá contando con idéntica legitimidad.

Nacido y criado en bastión blanco, no tengo recuerdo de campaña electoral que en la verborragia “progresista” (y digo así porque tal parece ser que esa es nuestra era), no pueda ser considerada de guerra sucia o campaña de enchastre: Luchas internas entre los sectores hegemónicos del Partido Nacional se acusaban de tantas verdades, que el pueblo es obligado a elegir sino en el que confía o quiere, al menos sí entre “el menos peor” de ellos.
Es por eso que mi opinión no va en el sentido de avalar ni de repudiar la guerra sucia en campaña electoral, sino que la de cuestionar esta ingeniería que no reconoce con bancadas “en blanco” o “anuladas” los votos de disconformidad con el sistema democrático o electoral.
Es la de afirmar que pueden tener sus matices, pero que nuestros políticos son cortados con la misma tijera de la mediocridad intelectual, la baja política y la desidia institucional, y que esto es así porque no están obligados siquiera a ser mejores, sino que al menos, a no ser peores que los demás.

Y es por ello que los “enchastres” o, más bien, casi siempre las justas acusaciones hacia los demás, y no las propuestas y planes de gobierno, se convierten en el instrumento más rústico y de infalible utilidad para acumular músculo electoral, en un país en el que los estadistas han sido remplazados por caudillos de poca monta, o candidatos a fuerza de consensos y no del clamor popular.

Al menos, me reconforta saber de los “chanchullos” y de la calidad humana de los que nos gobiernan y representan como sociedad, y esperar, consciente de las consecuencias que esto puede acarrear, a ver de qué forma todo esto va a decantar, porque lo hará.

 

Cuando la ética y el profesionalismo se ensucian por Ian Ruiz

Aún resta un año y medio para las próximas elecciones y desde tiempo atrás nuestros sentidos se ven invadidos por las campañas negativas, positivas y sucias que van de un lado a otro.  Es que apenas asumido el tercer gobierno consecutivo del Frente Amplio, la oposición comenzó a mirar hacia el año 2019, apostando gran parte de sus fichas al marketing digital.

Las redes sociales han visto el aumento en los últimos años de todo tipo de información que lejos de revelar verdades, muchas buscan destruir al adversario político, no resaltando sus errores y defectos sino creándolos, “campaña sucia” se le llama. A ese tipo de campaña política que atraviesa las fronteras de la ética, de la dignidad, del decoro, buscando engañar al público –suelo llamarla campaña de sillón- porque lejos de recorrer el país para conocer de cerca las primeras necesidades de la sociedad, y crear propuestas o agenda a partir de ellas, los políticos optan por quedarse sentados polarizando la sociedad con sus medias verdades.

No nos deben resultar extrañas estas campañas electorales adelantadas y es por una cosa que el marketing digital marca. Si se cuenta con una buena estrategia de redes (internet), se debe tener una mejor estrategia fuera de la misma. Cada acusación e información que vemos en nuestras redes sociales y que se implantan en la opinión pública, están siendo ejecutadas por órdenes del cliente. Llámese oposición u oficialismo, son quienes dan instrucciones precisas que una agencia de comunicación o persona están acatando al pie de la letra.

Ningún responsable de marketing o comunicación confunde una campaña negativa de una campaña sucia, los contratados para esos trabajos saben hacia donde apuntan las estrategias que se les ordena, a pesar de para mi, tener una falta de ética y profesionalismo.

El oficialismo no es lerdo pero sí parece perezoso, se muestra convencido de ganar con toda seguridad las próximas elecciones. Si algo hay que reclamarle al actual gobierno es mayor agilidad a la hora de la transparencia en mención de algunos procesos políticos con la sociedad, como aprobaciones a empresas, contratos con multinacionales, gastos en los entes, entre otras.

A pesar de esto, en mayores ocasiones y tras recibir piedras de los adversarios, el partido de gobierno ha mostrado muchas respuestas plenamente propositivas y para nada prejuiciadas. Al parecer uno de los protagonistas en esta carrera por gobernar este bendito país -luego del año 2019- va entendiendo que la mejor manera de generar una campaña electoral sana y productiva, es trabajar propuestas de valor, propuestas que conozcan en plenitud las necesidades de cada región de Uruguay para atenderlas de manera efectiva.

Mientras tanto, los periodistas y comunicadores, debemos marcar diferencia ante estas campañas negativas, positivas o sucias para no tomar partido, como si suele hacerse desde los grandes medios de comunicación. Con suerte contribuiremos a que no se continúen generando campañas en redes sociales con “bots” o peor aún, desacreditar a la competencia en spots y contenidos digitales en lugar de dedicarse a crear una agenda política seria. Hay que exigir  una campaña limpia, que a diferencia de la sucia, alienten el debate, el diálogo. No rechazo que existan las campañas negativas, si son las que muestran debilidades del candidato, lo desconocido o lo malo de esa persona en su rol. La campaña positiva y la campaña negativa se manejan dentro de la política y de la ética, a diferencia de la campaña sucia, que no lo hace.

 

Un cruce de caminos por Max Sapolinski

En 1913 el filósofo y sociólogo italo-argentino José Ingenieros escribió “El hombre mediocre”. Más allá que se puedan compartir con algunas de las ideas de Ingenieros y también discrepar con otras e incluso con su estilo, en dicha obra planteaba la existencia de dos personalidades, la del hombre mediocre y la del hombre idealista.

Para desarrollar su análisis, escribía: “Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta. Los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas, lo representan”

Continuaba escribiendo: “El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre sí, desconoce la autocrítica, está condenado a permanecer en su módico refugio. El mediocre rechaza el diálogo, no se atreve a confrontar con el que piensa distinto. Es fundamentalmente inseguro y busca excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro. Carece de coraje para expresar o debatir publicamente sus ideas, propósitos y proyectos. Se comunica mediante el monólogo y el aplauso. Esta actitud lo encierra en la convicción de que él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad. Los que piensan y actúan así integran una comunidad enferma y más grave aún, la dirigen o pretenden hacerlo”.

En los últimos tiempos me ha asaltado la pavorosa sensación de encontrarnos en un cruce de caminos. Hay una batalla por dar, la de la lucha contra la mediocridad. Seguramente este sentimiento viene abonado por los sucesos que se han venido desarrollando en nuestra sociedad. La violencia, la saña en los homicidios y la intolerancia que campea en todos los ámbitos. Hasta fuimos espectadores de un inédito enfrenamiento entre el Presidente de la República y un grupo de ciudadanos que lo interpeló en la vía pública.

Todo este clima no es ajeno a la campaña electoral en ciernes.

Sin embargo, la clase política y la ciudadanía en general tienen por delante un monumental desafío. El de enfrentarse a la mediocridad imperante.

Las últimas experiencias han demostrado que no siempre las campañas construídas en torno a una propuesta seria y fundamentada  son las que generan mejores dividendos electorales. Ejemplo claro de ello fue la campaña del año 2014, en que las propuestas reconocidas como las más elaboradas y serias no fueron acompañadas por el apoyo mayoritario.

¿Es esta razón suficiente para que los actores abandonen una prédica seria  y constructiva en beneficio de un mejor posicionamiento particular, que redunde en un horadamiento del nivel de la sociedad? ¿Apostaremos a seguir inmersos en el fango del descrédito, pensando que el fin justifica los medios?

Las interrogantes anteriores a simple vista son preguntas retóricas. Pero como se dice coloquialmente, ¿habrá quien le ponga el cascabel al gato?

Me rehúso a pensar que la intolerancia y el escarnio público puedan sustituir a la preocupación de volcar en las propuestas a la ciudadanía las mejores ideas para que la sociedad retome la senda de la educación, la tolerancia, la inclusión y el progreso.

Si todos los protagonistas no entienden que el camino de la propuesta, el respeto y la prescindencia del agravio es el que debiera guiar la que seguramente será una dura campaña electoral se estará profundizando el deterioro de un sistema democrático del cual estuvimos siempre tan orgullosos y que tanto extrañamos cuando nos lo arrebataron. Quienes muy jóvenes vivimos aquellos años oscuros recordamos con emoción el espíritu fraterno de las luchas electorales que nos trajeron de vuelta la resurrección de la república.

La misión es, a la vista de los últimos acontecimientos, muy difícil. Para obtener éxito en ella deberá existir una mancomunión de voluntades. De los políticos, los medios de comunicación, la sociedad en su conjunto. No es necesario grandilocuentes acuerdos escritos. Sí se requiere la voluntad firme de transitar por el camino del acuerdo en las formas, más allá de la sana y civilizada contraposición de ideas.

 

 ¿Cualquier monedita sirve? por Enrique Pintado

Es evidente que hay grupos de personas que promueven la radicalización y la polarización y que hay otros que entran en el juego.

Las redes y los medios son el escenario para que esas intenciones se manifiesten en plenitud. Son las personas las que las eligen estos escenarios para mostrarse tal cual son.

Hay personas que en el acuerdo y la discrepancia se manifiestan con respeto y tolerancia y existen otras que muestran lo peor de ser humano, fomentando la intolerancia, la radicalización y el odio.

A quien perjudica esta radicalización fomentada; a la política la democracia y nuestra  convivencia pacífica. No debemos  magnificar estas muestras pero tampoco subestimarlas. Debemos estar atentos y actuar.

Actuar, promoviendo el sano y respetuoso intercambio de ideas, la tolerancia y la convivencia pacífica y no entrando en el juego.

“Tenemos que ganar por ser mejores” nos decía el Gral. Seregni.

A estos intereses que se mueven en la espontaneidad de las sombras, no les importa destruir incluso, hasta los que ayer fueron sus canales naturales de expresión política.  Los sustituyen por otros más funcionales y a otra cosa.

La idea es generar malestar, bronca y desencanto justificado o no.

Ser consciente de esta situación no implica en ningún caso, creer que aquellos que  discrepan y debaten ideas son parte de este ejército de las sombras. Nuestra inteligencia y capacidad de discernimiento de prevalecer ante la reacción emocional.

Algunos creen que del dolor y la desgracia se puede sacar rédito electoral. La realidad indica que estas actitudes lo único que logran es  aumentar el descrédito en  la política. No se protege la acción política desde el fango.

En esta época de pos verdad tenemos que elevar el nivel y ser más rigurosos para que la política recupere posiciones en la consideración ciudadana y como consecuencia la democracia se fortalezca.

Estamos en una época en que una imagen aislada sustituye a la realidad y una creencia suplanta la verdad y no es ejerciendo el show político que se resuelve el problema. La cuestión sigue siendo como construimos entre todos una mejor sociedad, no solo en lo material sino en los valores.

Estar en campaña electoral permanente no nos hace creíbles, generar irresponsablemente el odio y la intolerancia; menos.

Señalar errores, proponer alternativas, es parte del rol de la oposición. Defender lo realizado, corregir errores y estar pendientes de lo que falta por hacer es el rol del gobierno.

Lo que no es aceptable en una realidad como la actual, es machacar con la idea que estamos como en la crisis del 2001  porque eso no es cierto. Tampoco lo es, desconocer que hay problemas pendientes de resolución.

Ni estamos en el apocalipsis, ni en el mejor de los mundos posibles, hay que reconocer lo que está bien y trabajar mucho sobre lo que falta resolver

Insisto se impone estar atentos, actuar con toda la inteligencia a nuestro alcance, con toda la sensibilidad frente a los problemas sin caer en la demagogia. Lo que está en juego no es la suerte de un gobierno sino toda la convivencia democrática.

Nos vemos en las urnas no puede significar que nos desentenderemos en estos dos años de los problemas de la gente.

La mayoría de la sociedad asiste expectante a lo que pasa y va sacando sus propias conclusiones.

 

 

Como en el truco: se puede mentir y ganar una mano, pero gana el partido quien tiene mejores cartas por Eduardo Vaz

 

Seguramente quienes respondamos las preguntas que Voces nos formula, estaremos de acuerdo en que, de ninguna manera, vale todo en campaña electoral ni fuera de ella.

Esto lo deben suscribir hasta quienes no hacen otra cosa que enviar o reenviar todo tipo de mensajes con informaciones catastróficas sin confirmarlas previamente. Basta que coincida con su visión política o ideológica. Esto no es patrimonio de un sector determinado sino práctica corriente en el uso de las redes sociales (rrss) por gran parte de participantes.

¿Es muy distinto al rumor boca a boca que se pasaba hace unas décadas? En absoluto, esencialmente es lo mismo pero amplificado por el uso masivo de las rrss con su potencia multimedia y velocidad de trasmisión.

¿Dónde radica lo nuevo? De un lado, los antedichos cambios cuantitativos han generado un cambio cualitativo: la instantaneidad del mensaje revulsivo genera un estado de alarma y confusión en un sector grande de población instalando un hecho mediático concentrado.

De otro, medios de comunicación y periodistas se han visto obligados a ser parte de esta “autocomunicación de masas” como la designa Manuel Castells, que es una verdadera red sin jerarquías pero con nodos de mayor peso unos que otros. Siendo así, aquellos también son parte del tsunami imparable que se genera. El periodismo de investigación no ha desaparecido, pero los tiempos de respuesta que exigen los medios hoy lo hacen una rara avis en el trabajo cotidiano.

Agréguese, además, la existencia de profesionales y empresas de  comunicación contratados para estas tareas de desinformación. Existen las herramientas tecnológicas para simular miles de usuarios, generar opiniones, segmentarlas por grupos de interés. La posverdad tiene quien la escriba.

Bot, troll, fake, influencers, son términos que se han ido colando en nuestro vocabulario (1). Vale la pena interiorizarse para saber la real dimensión que tienen pues se ha generado cierta fantasía tecnológica que basta con ellos para ganar elecciones.

Ante esto, nunca hay que perder de vista que el ser humano no es un simple receptor sino que procesa y reelabora todo lo que recibe según sus creencias, intereses, deseos, experiencias.

Aquí es donde entra la Política, en grande. Se trata de formar ciudadanos críticos, capaces de discernir sobre lo verdadero y lo falso, sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo en torno a marcos referenciales que los diferentes partidos ofrecen: esto no se resuelve con tecnología sino con ideas. La clave es quién programa las redes.

También es parte de la nueva educación: en la era informacional solo con la construcción de sociedades del conocimiento complejo puede  pensarse en un futuro mejor.

Forma parte de la ética que deben imponerse los partidos democráticos: el fin no justifica los medios. La guerra sucia que la hagan otros, embaucadores y demagogos, pero no las fuerzas que entienden la Política como el ámbito natural de resolución democrática y pacífica de las inevitables controversias sociales.

¿Es posible regular el uso de estas herramientas? Siempre es posible hacer algo, pero solo la mirada crítica y fundada de la ciudadanía y el compromiso real de los actores políticos principales puede minimizar el daño que genera la guerra sucia informática. Si triunfa, es tan dañina como la guerra sucia militar que ya vivimos.

Defender la Democracia obliga a reivindicar la Política. Otra cosa es el hastío que generan ciertos políticos, ciertos partidos, ciertas prácticas, que un sector creciente de la sociedad siente obsoletas, alejados de sus problemas, con demasiados privilegios. Esto no es problema de la Política sino de una forma de practicarla y no es la gente la responsable.

¿El sistema político uruguayo será capaz de reinventarse para seguir siendo una “democracia plena”(2) en las próximas décadas?

Es una responsabilidad colectiva, pero los principales dirigentes y partidos, las principales fuerzas sociales organizadas y los medios de comunicación y periodistas, deben plantarse  ante este fenómeno global de descrédito de la Política y la Democracia, rechazando el odio, la violencia y la posverdad que solo favorecen a los poderes fácticos que nadie controla y ya se sabe a donde lleva.

 

Uruguay, única “democracia plena” de América Latina según índice de The Economist

 

 

No somos todos iguales por Alfredo Asti

Nos resulta muy peligroso e inaceptable renegar de la política en general o de simplificarla con el “son todos iguales”. Esa forma de hacer política es temeraria y provoca descreimiento en la sociedad. Es fundamental comprender que la política es la garantía del funcionamiento democrático, y para quienes trabajamos en ella con convicción, es el vehículo para crear una sociedad mejor como tanto anhelamos.

 

Esto recién empieza. Lamentablemente auguramos por delante una campaña electoral muy sucia que está mostrando desde hace rato sus hilachas.

 

La oposición entabló una campaña de enchastre con fines electorales. Aprovecha situaciones de descontento, de sensibilidad para hacer poliquetería barata, desconociendo los avances y negando los cambios positivos a favor de la sociedad en su conjunto y en especial de los más vulnerables. Es una oposición que solo critica sin proponer; su único objetivo es ganar las elecciones, en muchos casos, cueste lo que cueste.

El pasado lunes, un grupo de “productores” increpó al presidente de todos los uruguayos justo a la salida de un ámbito de trabajo donde se presentaron medidas concretas para sub sectores coyunturalmente afectados, como tanto se había reclamado. Este episodio fue otra muestra clara de que detrás de legítimos reclamos de algunos pequeños y medianos productores que no la están pasando bien, hay intereses político partidarios a los que no les importa que este gobierno desde que tomó el tema no sólo los ha recibido y escuchado como reclamaban y propuesto la conformación de mesas de trabajo para el intercambio, sino que ha actuado presurosamente en proponer soluciones concretas. El surgimiento del movimiento de “autoconvocados”, los audios que se han dado a conocer, los respaldos de personas, políticos, empresas y colectivos que nada tienen que ver con el campo, son un ejemplo claro y cercano en el tiempo de que se está embarrando la cancha.

Uno de estos apoyos fue de algunos medios masivos de comunicación que, si bien no nos sorprende porque nos tienen acostumbrados a flechar la cancha y sesgar la información, en este caso hicieron un apoyo explícito a este movimiento del campo, el cual nos resultó excesivo, así como la cobertura mediática que se le dio al mismo. Sin lugar a dudas juegan su papel y lo seguirán haciendo como lo han hecho en campañas electorales previas. La diferencia estará dada en las nuevas formas de comunicación, las redes sociales y el uso que se les dan a las mismas. Basta mirar a nuestros vecinos para saber de qué manera las redes pueden ser manipuladas, mediante cuentas de Trolls, sesgando la información, difamando sin pruebas y desinformando. Debemos estar preparados para ello.

No somos todos iguales. Para demostrarlo es preciso actuar con firmeza con las situaciones de irregularidad como lo hizo nuestro presidente de la República y al mismo tiempo debemos seguir avanzando en la aprobación de normas que mejoren y aseguren la transparencia y el control sobre la gestión pública.

 

¿Usted no desconfiaría? Por  Gonzalo Maciel

 

Durante el último año hemos asistido a una guerra de acusaciones cruzadas dentro del sistema político. Parece que los errores –en lugar de sumarse- se descontaran cuando el adversario comete faltas similares. La sociedad de la hipercomunicación del siglo XXI exige otras cosas de sus gobernantes. Ya no basta con tapar desastres con buena gestión, el famoso “roban pero hacen”, ahora los políticos deben rendir cuentas por cada decisión que toman en el ámbito público y muchas veces también en el ámbito privado. Los ciudadanos están tomando conciencia sobre el impacto que tienen las decisiones políticas en su propia vida. ¿Puede esto ser perjudicial para la democracia? De ninguna manera, las democracias sólidas se construyen bajo un estricto involucramiento ciudadano.

Cada vez que surge una denuncia de corrupción, mal uso de fondos y acomodos, la confianza entra en discusión. ¿Están realmente a la altura de las circunstancias aquellos que elegimos para que nos representen? No existe una respuesta única para esta pregunta. Claramente, los que caen en las tristes tentaciones que ofrece el poder, no están capacitados para representarnos. Están los que ponen sus vínculos personales por encima de las circunstancias y eligen defender a sus “compañeros”, aún cuando se hayan equivocado. Lo político por encima de lo jurídico, lo político por encima de lo ético, lo político por encima de los ciudadanos. Por otro lado, existe una gran mayoría -con menos publicidad- que trabaja seriamente y respeta los límites que suponen la ley y la ética.

El gran problema con respecto a la confianza es que generalmente, los culpables de perderla, nunca son los encargados de recuperarla. En gran medida, depende de las decisiones que tome el colectivo político frente a las malas prácticas de los propios, y la coherencia con la que juzgue a los ajenos. En ese sentido, los partidos parecen tomar decisiones solamente frente a la presión de la opinión pública, pero sin una real convicción.

Si bien las denuncias que conocemos diariamente nos duelen y nos preocupan, no podemos caer en el facilismo de la generalización, donde cada cargo de confianza es corrupto y donde cada político resulta sospechoso. Sería positivo, sobre todo para distinguir a los buenos, delimitar reglas de juego claras ¿Seguiremos usando los fondos públicos para financiar a la política? ¿Debemos establecer más controles para el nombramiento de cargos de confianza? Esto debe discutirse, y transparentar el sistema. No es fácil, sobre todo porque involucra a todos los partidos, y el establishment no suele ser permeable a cambios.

Finalmente, los responsables deberán asumir los costos de sus decisiones y no salir a buscar culpables. No vale justificarse como víctimas de una “campaña sucia” cuando se falta a la ética. Ni los ciudadanos, ni los medios de comunicación, ni las redes sociales; los políticos deben responder ante cada reclamo, con transparencia y honestidad.

 

Punto de inflexión por Rodrigo Da Oliveira

 

2018 arrancó temprano. El letargo acostumbrado se vio sacudido por un acontecimiento fuera de lo común. La máxima noticia de fines de enero era siempre la reunión anual del Herrerismo, en La Paloma.
Este año, sin embargo, la conmoción de un desconocido (para el gran público) movimiento de gente y productores que se aglutinaron redes sociales mediante para reclamar por lo que consideraban justo en materia de rentabilidad hizo que más de uno mirara hacia el costado, curioso.
Es que venía del campo, sin dirigentes visibles de peso público y se habían “cortado” sólos, distantes también del gremialismo rural. Gran ruido, declaraciones tremendistas y altisonantes, casi tanto como despectivas, denostando al mismo, por parte del gobierno.
La oposición quedó descolocada, ya que también recibieron críticas de dicho movimiento, merced a los actos de nepotismo en las intendencias registrados y denunciados por los reclamantes.
¡Campaña anticipada! apresuraron a decir los escribas habituales, gran parte de ellos con conexiones laborales, personales, familiares o empresariales con el mismo gobierno que defendían acaloradamente.
No era tal.
Días más tarde, en la última semana, se produjo un desagradable roce entre algunas personas y el propio Presidente Vázquez. En la puerta del MGAP, que había cambiado de titular hacía pocos días, se encontraron e intercambiaron poco felizmente epítetos y acusaciones.
Al grito de “¡nos vemos en las urnas!” y “¡eso demuestra que son un movimiento político!” terminaron la conversación.
¿Qué es lo que hace que creamos que podemos utilizar cualquier medio para impulsar propuestas, hacer campaña electoral o defender nuestros postulados? Tal vez esto encierre algo más de lo que estamos viendo en la superficie.
Otros hechos, alejados de estos, también causaron ruido y del fuerte. Diversos hechos violentos y los muertos que acarrearon fueron otro desencadenante de virulencia pública. Ciudadanos y políticos por igual arrastrados en una vorágine de acusaciones que a nada conducirán pero que muestra que el grado de violencia instalado en la sociedad es enorme y sus consecuencias fuera de cualquier previsión.
Las campañas electorales nos muestran como somos, tal cual nos movemos, las cosas hacia las cuales vamos. Cité a los escribas (los de hoy y los de ayer) porque son un claro ejemplo de los que representa el afán de conseguir votos, justificar cargos y hacer valer (casi) en un todo lo conseguido y mantener en el gobierno el partido de turno.
Equivocamos todos. Las campañas electorales adelantadas, la falta de transparencia en su financiamiento, los ataques personales entre los candidatos o sus adláteres y el bastardeo de la actividad política en general, hacen mal. Hacen mal al conjunto, acrecen el descreimiento de la gente, deslegitiman una actividad que nos es tan necesaria a la vida en sociedad que siquiera captamos la totalidad de la misma, absortos en nuestros cotidianos.
Luego aparecen los candidatos “extra política”, los outsiders, los recién llegados. No es malo en sí mismo, sí lo es si portan caracteres populistas y demagogos, como hemos visto. Una gran parte de nuestros políticos es honesta, confiable y bienintencionada. No se permitan caer en el simplismo de apurar las cosas para lograr un voto más, de más que dudosa captación.
2018 es un año bisagra, al parecer y no sólo en lo electoral. Señales abundan acerca de los desafíos que como sociedad nos esperan: institucionalidad, violencia y trabajo son algunos de los ejes de la discusión que se viene y que tendrá que encontrarnos preparados a todos. No todo da igual, el partido que hoy está en el gobierno y el abanico opositor van dando cuenta de ello. Las miopías están bien distribuidas, urge la necesidad de corregirlas. Para ayer.

 

Votos, poder y lucha en el barro por Fernando Pioli

 

El límite entre lo que puede considerarse guerra sucia y no lo es suele tornarse bastante difuso en el terreno político. Si nos limitásemos a considerar exclusivamente las afirmaciones que tienen fundamento racional nos quedaríamos con 5 minutos de campaña electoral, y no con el permanente chisporroteo de acusaciones y sentencias moralistas a las que nos hemos acostumbrado.

Recordemos que Platón y más intensamente Aristóteles (pensadores a los que muchas veces algunos políticos profesionales de nuestro país toman como referentes) consideraban, en el contexto de la vida política de Atenas, que la Democracia es una forma incompleta y perjudicial de gobierno republicano cuyo destino inevitable es la corrupción y la demagogia.
Tras veinticinco siglos todo indica que nuestra humanidad no ha cambiado mucho. Si bien tenemos en más alta estima los valores democráticos porque son los que permiten gestionar con mayor solvencia las tensiones sociales (o bien porque simplemente es el moralmente superior), las desviaciones a custodiar de este sistema político siguen siendo las mismas descritas en la antigua Grecia.

Cuando se acusa a Bordaberry o Lacalle Pou de ser hijos de sus padres es fácil entender que eso no constituye un argumento en términos racionales, es una falacia que apunta a desacreditarlos políticamente apuntando a un prejuicio. Cuando Larrañaga presenta un proyecto para solicitar la cadena perpetua ante un hecho criminal puntual está pretendiendo capitalizar un sentimiento de indignación en beneficio electoral propio, pero no proponiendo una solución real.

Sin embargo este tipo de recursos y estrategias políticas que apuntan más a la naturaleza emocional que la racional no deberían extrañarnos, ya que responden a nuestra propia humanidad. Somos seres emocionales que nos dejamos llevar por criterios y modelos conceptuales que no siempre podemos someter a crítica. Y este recurrir a las emociones para lograr convencimiento no es un fenómeno exclusivo de la Democracia, es propio de cualquier forma de gobierno. Tampoco se le puede atribuir a esta época en particular, ya que como vemos, desde el origen histórico de la filosofía política esta realidad estaba patente.
En definitiva el mérito de la Democracia no es anular la irracionalidad, más bien nos presenta la garantía de que todas las irracionalidades pueden competir entre sí hundiéndose en el mismo barro. Y quizá, en definitiva, de hurgar en ese barro es que surge la razón.

 

La campaña del enchastre llegó hace rato por Fabiana Goyeneche

Este verano el Ministro de Economía fue más fotografiado en el este que la farándula. ¿Aporta esto a la discusión ciudadana? ¿Acaso no alcanzan las políticas económicas de su cartera para dar una larga y acalorada discusión entre quienes lo respaldan y los que no?

Pero no se trata sólo de difusión de imágenes. Se trata de la mentira contumaz y maliciosa.

Personalmente me ha tocado lidiar con difamaciones desde los comienzos de mi militancia. Hay un sector de la militancia de derecha que puso en el photoshop y la difamación toda la energía que no tuvo al salir a las calles ni al buscar argumentos técnico y políticos para que les acompañen en las urnas.

Tal vez la acción del momento es un falso tuit diseñado en photoshop. Qué lamentable que esta herramienta sea hoy para algunos más usada que la argumentación y la demostración de hechos. En él se me atribuye una frase justificando a ladrones y homicidas. Ninguna sorpresa que los mismos de siempre tiendan a usar estas herramientas.

¿Pero qué hacemos frente a estos hechos? Esperar resultados de las denuncias en delitos informáticos parece el mínimo. Pensar en actualizar la legislación – aunque la actual debería ser suficiente para perseguir estos hechos – es imperioso. Pero no suficiente.

Mientras siguen buscando ensuciar al adversario con mentiras entierran la democracia y la educación cívica. El ejercicio de la ciudadanía no debería quedar en debatir fugazmente en redes qué foto fue trucada o quién prueba si dijo tal o cual frase.

Es necesario poner énfasis en este problema y combatir comprometidamente la falta de democracia que promueven quienes realizan o facilitan estas acciones. La dirigencia política, que no se expone difundiendo estas cosas pero bien que conoce lo que ocurre y lo permite en sus filas, debe hacerse cargo.

Los medios de comunicación tendrían que empezar a mostrar responsabilidad al momento no sólo de difundir información real, sino de desmentir todo lo que alimente a la post verdad.

Y la ciudadanía, la gran víctima de este método, tiene en estos tiempos la enorme necesidad de profundizar el pensamiento crítico. No creer todo lo que le llega, contrastar información y verificarla antes de difundirla.

Si hay quienes son capaces de mentir flagrantemente a través de una foto trucada, ¿cuánto mienten cuando nos hablan a la cara?

El mal uso de datos, la difamación y el uso irresponsable de las redes nos mostró que en EEUU puede ser Presidente alguien que ataca a la mayor parte de su población. Está en nosotros estar dispuestos o no a que en Uruguay nos pase lo mismo. Es hora de tomar este problema muy en serio.

 

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