Cangrejo rojo por José Luis Baumgartner
Se sabe, el Presidente de la República sancionó al comandante en jefe del Ejército con 30 días de arresto a rigor por sus “conductas reiteradas” en violación del artículo 77 numeral 4o. de la Constitución, que le prohíbe cualquier acto de carácter político salvo el voto. En la vida militar, las faltas tienen sanción disciplinaria y éste es un caso. El artículo 53 del Reglamento General del Servicio del Ejército tipifica como falta “pretender influir o intervenir, con prescindencia de las Autoridades Militares correspondientes, en el estudio y sanción de Proyectos de Leyes, Reglamentos, Decretos y todo tipo de decisiones a consideración de los Poderes del Estado” –como ocurrió al debatirse en el Parlamento reforma a la caja militar. Considerándose que actuó de buena fe, se le mantuvo la confianza.
El oficialismo respaldó la decisión presidencial. Con excepción de Iturralde, Mieres (sofocando iniciales dudas) y Rubio, en bloque homogéneo, los partidos Nacional, Colorado y De la Gente impugnaron la medida. No les interesó la legalidad sino estar contra el gobierno. Padecen reflejo condicionado. No son actores políticos sino tanques de guerra. Con la misma razonabilidad que éstos.
En especial, me llamaron la atención los dichos de Sanguinetti: “si un comandante no tiene la confianza del gobierno, lo puede remover, pero aplicar 30 días de arresto a la máxima jerarquía del Ejército es simplemente un intento de humillación a las Fuerzas Armadas”. ¡Borobom pom pom!
Supo ser dos veces Presidente de la República. Sabe lo que es la institucionalidad. Conoce la Caja de Pandora desde su cerrado interior. Fue brillante. Estrella de primera magnitud. Al celebrarse el segundo centenario de la Revolución Francesa la élite del poder mundial lo acogió en su intimidad, valorando su genio. Claro, todo pasa. Ahora es ahora. Se ha convertido en lo que es. Un momio enfático, gesticulador, previsible, de hablar fuerte, repetitivo, engorro en sitios reducidos –ropero desvencijado en el altillo-, botón que perdió “los puntos de referencia”, manijero, menos ponderado que Trump en ataque de furia, tan vigente como sanguijuelas para controlar la presión, pienso escurrido a cavidad bucal. ¡Qué pena!
Obviamente, el Julio María, aún senil, lo sabe: el arresto es pena menos grave que el cese; el jefe supremo de las Fuerzas Armadas tiene la potestad de graduar las sanciones; deberes y derechos están para cumplirse; si el gobierno le mantiene la confianza; ¡a otra cosa, mariposa!
¿Por qué atribuyó aviesa intención al Tabaré? Simplemente, por mala leche. Cuando él fue el One se ufanó de nunca haber perdido una huelga –y a nadie se le ocurrió endilgarle que quería humillar a la clase trabajadora. Le maduraron (y exhibe) las perversidades de entretela que todo tipo trata de encubrir. Mostró su ética en meras bolas. Se cagó en la institucionalidad, en la democracia y en lo que él había sido. ¡Qué lástima! Llegar a viejo para develarse chanta.
Con la marcha “Tres Árboles”, himno partidario de los blancos, tocada por banda militar en la Rural del Prado, los muchachos se asustaron y dijeron lo que debían decir –fuera de algún descolocado que nunca falta.
¿Julio María la tarareó o qué?
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