Cerrar jetas y abrir piensos por José Luis Baumgartner
Tras cada crimen, gente se agolpa a protestar, a pedir justicia, a reclamar seguridad ¡ya!, a increpar ineptitudes, a escenificar duelos jodidos, groseramente taquilleros, impostados, incongruentes. Queman neumáticos; cortan rutas; mano con mano, arman cadenas humanas, vociferan a rabiar. Informativos, redes sociales, autoconvocados por más lucro, mala leche, bronca, momentáneos protagonismos y la breve fama vecinal de alguna aparición mediática, estimulan la realización de estas reuniones.
Frente a la casa de Tabaré (que no estaba en el país), gritaron: “¡Basta, basta!”/ “Salí ante el pueblo”/ “¡Salí hijo de puta!”/ “¡Yo te voté, lacra!”/ ”¡Que se vaya!”/ “¿Por qué a tu mujer un patrullero la acompaña media cuadra a comprar el pan?”. “¡Uruguay, Uruguay!”. Más consignas. Aplausos. Luego, todos cantaron el himno. Una señora, alarido pelado: “¡No me importan los derechos humanos, el malandrinaje tiene que morir. ¿Quién justifica estas muertes? Son todos unos malparidos. Los senadores y diputados, a los que nosotros les pagamos, que plebisciten la pena de muerte!, ganándose clamorosa ovación. Otra dama: “Que venga uno con los que te dije que no tiene este Presi”. Otra: “¡María Auxiliadora, te hacés llevar a la panadería, sinvergüenza!”. En la reja colocaron velas, carteles injuriosos y una bandera con el nombre del joven asesinado. Catarsis hecha. Los que dicen tener miedo: o son simplemente cagones por naturaleza o quieren provocarlo en los demás –para ventajear-.
Demandan milagros. ¿Quién puede evitar que un tipo en bicicleta, de repente se acerque a la parada del ómnibus en la que vos esperás y, sin mediar palabra, saque una pistola y te meta plomo en el cogote a medio metro de distancia? Ni Dios –si existiera- sería capaz de impedir la violencia doméstica. Piden que por decreto cese la sequía, el dengue y la suba del dólar. La violencia es mundial. Menor aquí, en el paisito –aunque, ciertamente, la criminalidad se hace sentir cada día más-. Los grandes negocios (narcotráfico, armas, prostitución, la trata de personas, blanqueo de capitales, macromercados, bandolerismo de guante blanco, etcs. varios) desatan el despelote, en un caldo de cultivo de consumismo/ invalores/ toneladas de guita disponibles, ocasiones a rolete, familias rotas, generaciones perdidas. Todo alcanzable –con un bufoso o a puñaladas. La muerte acecha porque en el siglo XXI la locura va más rápido que su sombra. Da lo mismo el almacencito de la esquina, el monedero de la vieja jubilada o el reventón con gas al cajero automático. Al que se resiste o sabe que la está debiendo, ¡mala suerte!
Los problemas se abordan productivamente sólo teniendo en claro datos e interrogantes.
Dijo Bonomi: si vamos al fondo de la cuestión, la mano dura no soluciona el problema, y las políticas sociales, si las solucionan, lo hacen para 10 o 15 años después, porque no tienen un efecto inmediato. Existe realmente un reclamo de la gente cuando crece la delincuencia –lo que viene sucediendo sistemáticamente, por lo menos, desde la recuperación de la democracia. Se territorializa el narcomenudeo. Se crean bandas delictivas que disputan mercados. Se “institucionalizan” el sicariato y los ajustes de cuentas. La gente que se da cuenta primero que nadie de todo esto es la que vive en los lugares más complicados. La solución vendrá cuando las políticas económicas, sociales, redistributivas, de vivienda, de salud y de trabajo tengan efecto. ¿Y mientras tanto? Eso se contiene con políticas policiales.
Más agentes, más patrulleros, más profesionalización. Mejor armamento, mejor tecnología. Labor de inteligencia al máximo. Formar un solo equipo con fiscales, jueces y Petit. Acceder a las comunicaciones del crimen organizado. Liquidar la partida antes mismo de empezarla.
Política policial en las cárceles, donde el delito sigue operando tanto como afuera y la recuperación cuenta con todas las contras. Días pasados, un cabo intentó entrar en el penal de “Libertad” una 9mms. y 16 balas en el cargador. Lo delató el escáner. Felonía demencial. Una automática no es bizcocho. ¿Qué jefecillo “necesitaba” el instrumento? ¿Para qué? ¿Con y contra quiénes? Desde allí se puede hacer muy mucho. Tienen cortes carcelarios, celulares, mandaderos y, a la vista está, guardias cómplices. Los capos mandan cancelar un clásico, reventar garrafas, robar remesas…, lo que se les cante. Siguen en acción. Hay que ganarles la cuereada. Deben quedar inermes. Guardados y sin generar peligro, mientras dure su reclusión. No es cosa de castigar; pero sí de vigilar.
Las cárceles son, en una sola entidad, la fronda selvática y el almácigo.
Ya que está todo empezado, ¡empiecen por ahí!
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