Hay resultados electorales que tienen un tránsito tranquilo, por ejemplo, cuando gana el mismo partido y solamente hay un cambio de elenco de gobierno. También puede transcurrir así una rotación de partidos en el gobierno. Pero hay elecciones que marcan algo más: un cambio de época. En esos casos, para unos es el fin de una hegemonía y para otros el amplio espacio para una transformación. Para quienes perdieron la elección, lo que se vive –la derrota- es un hecho rotundo y que ya ha tenido lugar. Para los que ganaron, en cambio, la victoria es una expectativa, es lo que podrá ser a partir de ese momento. Las elecciones del año pasado fueron del tipo de las que marcan un cambio de época. En esta reflexión quiero ocuparme de las derrotas y de los derrotados.
El Uruguay reciente, el que podemos recordar personalmente los viejos de mi edad porque lo hemos vivido, ha tenido tres elecciones tipo cambio de época: las de 1958, las del 2004 y las del año pasado.
Cuando el Partido Colorado pierde las elecciones en 1958 y ganan los blancos después de noventa años de gobiernos colorados, fue literalmente algo nunca visto. El Partido Colorado estaba tan identificado con la función de gobierno que Wilson Ferreira, con su sentido del humor, proclamaba que en el Uruguay había solo un partido que podía llamarse tal que era el Partido Nacional. Partido Colorado no es más que otro nombre que se le da al gobierno, decía. La inédita derrota colorada pasó, ese cambio fenomenal tuvo lugar y la vida política siguió adelante. El Partido Colorado no se sintió afuera, al exterior del sistema, en la vereda de enfrente; siguió atento a sus antecedentes y a su visión del Uruguay, no vivió su derrota como una especie de fin de la historia.
El primer triunfo electoral del Frente Amplio tres lustros atrás fue también un sacudón enorme. Los partidos históricos, que habían amasado entre ambos la sustancia de nuestra República desde los comienzos y que habían gobernado desde siempre (salvando algunos períodos militares) fueron barridos electoralmente. Vázquez ganó en primera vuelta. Terminaba en ese momento un ciclo y se abría la puerta hacia otra cosa. Esta elección pasó y la vida siguió. El medio Uruguay –que en un sentido histórico había sido hasta ese momento el todo Uruguay- al verse derrotado, desplazado rotundamente del eje, podría haberse embarcado en una reacción obstruccionista con acciones encaminadas a que todo se fuera al diablo para que quedase bien claro que lo que los había sustituido se encaminaba hacia el abismo. Pero eso no pasó; no pasó nada de eso. Convoco a la memoria del lector.
Las cosas han tomado otro color desde el último episodio electoral. También ésta no fue una elección cualquiera: fue como las dos mencionadas arriba, un cambio de época. No está claro lo que vendrá (Covid mediante está menos claro que nunca) pero sí está claro quien perdió y qué fue lo que se acabó (y lo que no se acabó). El Frente derrotado electoralmente está encontrando dificultades para reubicarse.
No es para posar de profeta (profesión siempre riesgosa: a todos los profetas del Antiguo Testamento los terminaron matando) pero las dificultades se veían venir. El 23 de setiembre del año 2018 escribí en El País: “La más delicada tarea que habrá de enfrentar el Uruguay de mañana es diseñar una convivencia civilizada para una sociedad fracturada. Lo que hace difícil esa tarea es el necesario manejo simultaneo de un discurso tajante sobre los desastres acaecidos durante los gobiernos del Frente Amplio y, a la vez, con propuestas que cuiden de no dejarlo afuera”.
El análisis del comportamiento de los derrotados –objeto de este artículo- no puede soslayar la equívoca línea de conducta que ha mostrado hasta ahora la mayoría de la dirigencia del Frente Amplio. Las demandas de un lugar de colaboración –que serían la señal de un derrotado que, no obstante, busca un lugar para construir- son desmentidas por el tono ácido y hostil del discurso de sus principales dirigentes. El caso del Presidente del Frente Amplio es emblemático: no busca aproximación alguna sino descarga hepática. No es un caso aislado. En la prensa frentista sobresale el giro adoptado por La Diaria, con su nueva insistencia en hacer pasar opinión por información y su titular de tapa: “Fracasó la Libertad Responsable” a toda página y con caracteres del tamaño de “gol de Uruguay”.
También hay que mirar con atención las gestiones sigilosas ante organizaciones internacionales para obtener de ellas censura o desaprobación hacia Uruguay y a su gobierno como lo que se ha visto en referencia a la libertad de prensa o a las ocupaciones, desalojos y demás. Esas organizaciones contestan y se mueven cuando algo les llega: les llega cuando alguien conocido se lo hace llegar pidiendo un favor…
Pero hay otros perfiles, muy diferentes, cuyo contraste deja más en evidencia lo señalado arriba. La intendenta de Montevideo está articulando con el gobierno nacional soluciones para los problemas de los uruguayos. Días pasados se cerró un acuerdo con el gobierno nacional para apoyar al transporte colectivo (mientras Orsi inauguraba una rotonda).
Hay que dejar que los actores hablen por sí mismos. Vale la pena leer la entrevista de Brecha a Carolina Cosse (7 del corriente). Los periodistas le levantan todos los centros en uso para que critique al gobierno, a la coalición, a Lacalle Pou, al Partido Nacional y demás y ella los deja pasar todos. Cuando le preguntan por las segundas intenciones del Presidente al hablar con ella responde: “Yo no puedo decirte cómo piensan otros. Puedo decirte cómo pienso yo y cómo piensa nuestro gobierno de Montevideo (…) nunca el problema de dialogar va a estar acá. Las intencionalidades no las puedo inferir: no me corresponde (…) Nosotros nunca vamos a decir que no a una invitación al diálogo. Hemos ofrecido colaborar y de hecho colaboramos con el Ministerio de Salud Pública (…) Acá el centro es la situación en la que está la gente y no dejarse atrapar”. Y más adelante: “Yo creo que en este momento todos y todas, en particular los políticos, tenemos que encontrar lo mejor del otro, lo cual no quiere decir andar a las risitas o decir sí a todo. Pero sí hacer un gran esfuerzo por parte de todos los actores políticos para que la discusión no esté centrada en quien gana sino en el tema que se está discutiendo”. Le preguntan cuál deberá ser la estrategia de oposición que debería tomar el Frente y contesta: “Creo que el eje, con todo respeto, no está ahí. Yo creo que el Frente Amplio no se tiene que plantear cómo ser oposición; el Frente amplio tiene que ser Frente Amplio”
Mientras estos conceptos estén tan distantes con la actitud común y corriente de la dirigencia frentista ese partido político sufrirá una derrota al cuadrado (o más que una derrota será un funeral). Si, en cambio, terminan prevaleciendo, tendremos otra época con todos los actores políticos auténticos del Uruguay participando.
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