A esta altura del partido, Manini debe tener paspadura crónica.
Un día sí y otro también, le aflora un buey corneta entre sus filas.
Parafraseando el refrán: dios los cría y Cabildo los amontona.
No han parado de sorprendernos con sus posturas y declaraciones
los advenedizos cabildantes en cargos o bancas parlamentarias.
Para algunos memoriosos la situación de este partido nos recuerda
la de Asamblea Uruguay en 1994, donde logró un aluvión de votos y
le dio protagonismo a personajes funestos, “remember Nicolini”.
No vamos a citar a todos y cada uno de los fieles y verborrágicos
seguidores de Guido, todos hemos escuchado sus diversos dislates
Fuimos testigos de las explicaciones de que eran algo excepcional.
Ahora vino el argumento que son un partido nuevo, que no funciona
como los otros con disciplina partidaria y que son hombres libres.
La frutillita de la torta fue ver llegar a la Torre Ejecutiva, cual Pinky y
Cerebro, a dos legisladores, a entregar una carta al presidente,
pidiendo la remoción inmediata del fiscal de corte Jorge Díaz.
Da la impresión que su plan de conquistar el mundo se refiere a los
quince minutos de fama que logran obtener a través de los medios.
Estos kamikazes le hacen mucho mal a la dignidad de la política.
Creo firmemente que me separa un abismo ideológico con el
pensamiento de Manini Ríos en la mayoría de los temas, pero estoy
convencido, que toma la actividad política con seriedad y respeto.
Y flaco favor le hacen a su rol de dirigente y a su partido estos
libretazos de payasos sin votos propios, subidos al carro de Cabildo
Una de las fortalezas de la democracia uruguaya es la permanencia
de sus partidos políticos, con estructuras y programas sólidos.
No está mal que el pensamiento conservador encuentre su canal de
expresión en una nueva organización, pero que sea coherente.
Es bueno tener un adversario con quien dar la lucha ideológica.
Pero esta especie de Armada Brancaleone que se armó en torno a
Manini Ríos le quita legitimidad a un partido que quiere influir.
De puro atrevido nomás, va un consejo, quizás es hora que el
general encolumne a su tropa, porque del ridículo no se vuelve.
Alfredo García
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