Las recientes elecciones en Argentina nos invitan a la reflexión.
Más allá de la derrota oficialista y los bizarros spots de campaña,
se destaca el 14% de votos que alcanzó el anti político Javier Milei.
¿Podrá darse un fenómeno similar en nuestro país a corto plazo?
No me refiero a la lucha con la cleptocorporatocracia internacional,
que lleva adelante el leguleyo del megáfono, sino, a algo en serio.
¿Es viable que surja en Uruguay una figura que convoque a
ciudadanos descreídos de la política partidaria y se traguen
la pastilla que son todos iguales y que ninguno sirve para nada?
En el pasado lejano ese discurso fue el preámbulo de la dictadura.
Los intentos de outsiders como Juan Sartori o Ernesto Talvi fueron
cooptados con éxito por el sistema de partidos tradicionales.
Incluso quienes se proclaman renovadores de la actividad política
se volcaron a armar una organización y así nace Cabildo Abierto.
La partidocracia uruguaya vive y lucha, pero debemos cuidarla.
Hay actitudes que no colaboran con el fortalecimiento de la política.
Las metidas de pata de Oscar Andrade o Daniel Peña con sus
casas, las versiones contradictorias de Heber sobre la fuga, el
papelón del exministro de turismo primero con su amigo policía y
luego con la confusa campaña publicitaria que quiso implementar.
En el parlamento se visualizan personajes que se creen
revolucionarios por llevar una camiseta con la bandera cubana.
O delirantes que hablan de personas imantadas por la vacuna.
Jóvenes que etiquetan de fascistas a los adversarios livianamente.
O senadores que viven generando brecha criticando a la izquierda.
Sin olvidar al beato que quería homenajear a la Virgen María o la
que se cree inmune a todo, menos al tétanos, por su fe religiosa.
Son estos solo algunos ejemplos que horadan la vida política.
Alimentan la desconfianza y el escepticismo de la gente con
respecto a nuestro funcionamiento republicano y democrático.
Sería bueno que los protagonistas partidarios sean conscientes del
rol que ocupan en la educación ciudadana, que no es nada menor.
Si se apela al vale todo, no pierde mi oponente, perdemos todos.
Reivindicando la política, con mayúscula es la mejor forma de
cortarles el paso a potenciales pichones de Milei criollos.
Alfredo García