Ayer se murió mi padre.
Y a través de las lágrimas veo muchas cosas que siguen vivas.
Ayer nos dejó mi padre.
Sin aviso previo, en forma tan explosiva como era su carácter.
Ayer entre tanta tristeza, sentí alegría por una muerte digna.
Y por la charla que tuvimos pocas horas antes de su muerte.
Hoy enterramos a mi padre.
Pero florecen los recuerdos y enseñanzas de sus 94 años.
Como olvidar las caminatas dominicales y sus relatos políticos.
Como no recordar la defensa a ultranza del “librito”, así
llamaba a la Constitución, de este demócrata intransigente.
Como desconocer su testarudez asturiana impulsándonos a
estudiar, ya que vivió en carne propia la frustración académica.
Como no tener presente su honestidad a prueba de balas y el
valor de respetar la palabra empeñada contra viento y marea.
Como no evocar las duras discusiones entre este izquierdista
adolescente y el veterano batllista recalcitrante allá en los 70.
Como no acordarse de sus anécdotas, sus calenturas, su
constante curiosidad y su apoyo incondicional a mis locuras.
Como no rememorar su sed de conocer mundo y su enorme
capacidad de leer todo lo impreso que se ponía a su alcance.
Como no valorar el difícil camino de aprender la paternidad
por su cuenta, de este huérfano de padre desde los cinco años.
Fue hombre de un Uruguay de otra época, que con sus luces y
sus sombras, todavía mantiene vigencia en muchas cosas.
Y fue resultado, como todos nosotros, de sus circunstancias.
Tenía siempre muy presente el lema de su abuelo doloreño:
“Barriga llena, corazón contento” y fiel a ello, se devoró la vida.
No me quedan asignaturas pendientes con mi padre, y puedo
decir sin pruritos: “Viejo, estoy orgulloso de ser tu hijo”
Y seguimos con ánimo adelante, porque la vida puede más.
Alfredo García