Fragmentos de la vida de un héroe
Aguas Dulces, un pequeño poblado de la costa rochense, tiene su héroe. Agosto Álvarez se llama. Trabajaba como policía cuando acometió su hazaña. Conviene aclarar, antes de narrar el hecho, que Agosto tenía una bien ganada fama de gran nadador. Y precisar que aquella es conocida como una zona de naufragios. En efecto, desde la época de la colonia, en sus inmediaciones, las fauces aviesas del Atlántico se han devorado más de un navío.
Según cuentan, fue una tempestuosa madrugada de octubre de 1961. El Francisco Rocco, carguero argentino que transportaba madera, zozobró a unos cientos de metros de la orilla. Sus dieciséis tripulantes, desesperados, no tuvieron otro remedio que arrojarse al agua. La noticia le llegó a Álvarez cuando estaba en la comisaría. Se arrimó al sitio. Desde la orilla, dicen, vio el dantesco espectáculo. Los náufragos intentaban en vano alcanzar tierra, mientras, a su alrededor, los troncos de la carga perdida daban bandazos arrastrados por el furibundo oleaje. Agosto no se amilanó. Se quitó la ropa y se lanzó al océano. Al cabo de un rato, había rescatado, uno a uno, a la totalidad de los marineros.
Ese acto le valió el agradecimiento eterno de aquellos cuyas vidas salvó. Asimismo, recibió reconocimientos y medallas de las autoridades uruguayas y argentinas. Algunos memoriosos destacan que tan humilde era aquel hombre sencillo y valiente que, en uno de los homenajes que se le rindieron, le dijeron que pidiese lo que quisiera. Y él contestó que deseaba una cocina Volcán para su mamá. Por una ley aprobada póstumamente, se le puso a la escuela N° 65 de Aguas Dulces su nombre.
Años más tarde, el artista Álvaro Errandonea se radica en la localidad. Sus obras, unos bellísimos mosaicos, comienzan a florecer por todo el lugar. Junto con los niños y docentes de la escuela N° 65, hacen un retrato del Héroe de Aguas Dulces. Pero el creador había preparado dos bocetos. El segundo de ellos, de gran factura estética, se instaló frente a la oficina de información turística.
Poco tiempo después, parado frente a la obra, el cronista, que hasta ese momento no conocía nada del personaje, siente curiosidad. Para saciar sus ansias de saber, recurre a un lugareño, el señor Carlos González, quien le proporciona los datos centrales de la historia que aquí se cuenta.
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