Fui a ver un espectáculo del gran Jérome Bel, coreógrafo francés. El artista es un rupturista, alguien que pensó los grandes temas contemporáneos desde la escena. El consumo, la hipersexualización, la tiranía estética, la invasión publicitaria contaminando todo concepto, forma de vida y básicamente: la seducción como herramienta de poder sobre las masas.
Cuando el autor pronuncia estas palabras, no puedo evitar relacionarlo con la campaña electoral que estamos viviendo en Uruguay.
Manual para seducir al electorado, podría titularse. El verbo ha perdido todo sentido y se ha banalizado, seducir no es algo que esté mal mirado, es más, se considera fundamental a la hora de liderar cambios: hay que entusiasmar, hay que seducir. Como si fueran la misma cosa. Pero el vaciamiento del lenguaje ya está institucionalizado. Las estafas ideológicas se reproducen como bacterias en calor. Los de derechas se pronuncian de izquierda, argumentando que ya no hay ideología, porque el ser humano se ha equivocado sistemáticamente a la hora de gobernar. Y “responden” a la pregunta:
¿me viste, pudiste leer mi mensaje, estás conmigo, tenés tiempo para mí?
En la era icónica de WhatsApp contestan en su campaña con doble click celeste. La ilusión de ser registrados inunda subliminalmente nuestras mentes…
Y sí, las personas sucumben, se tientan, porque nuestra educación occidental lidera el ranking de histeria sexual. Nos equivocamos. Perdón, te incluye. Lo que se nombra ocupa lugares, en la mente, en el corazón, en lo cotidiano. Se incorpora a las rutinas, al vocabulario.
El espectáculo de danza contemporánea es una maravilla de interpelación inteligente, donde los bailarines danzan desde los fluidos biológicos. Los líquidos que nos contienen son parte: la orina, la sangre, las lágrimas. Los límites y la celebración de la expresión original.
Cuerpo.
Somos cuerpo, y desde ahí nos conquistan, porque la pasión genera ideas. No hay ideas desde el freezer, desde la enciclopedia. Las ideas nacen y mueren en la biblioteca de antaño, en los paper, porque desde la fría academia no hay penetración. No hay llegada. Nadie se conmueve, y sin emoción no hay acción.
¿Para qué, por qué abandonar Netflix, Tinder, Instagram, mi porno chat, y mi satisfyer?
Seducime. Decime que te importo, esmerate, trabajá para mí, como trabaja el mercado, como dice el mercado que lo hace, y yo hago de cuentas que le creo. Te creemos mercado, te creemos que nos querés. Te creo porque necesito creerte, porque no puedo más de soledad, de infelicidad. Porque no sé cómo salir de esta insatisfacción. Porque no logro lo que dicen que debo lograr, porque no sé cómo llegar a donde debo llegar. Porque no sé cómo hacer para que me quieran como soy, sin juzgarme. Entonces te creo por mí, no por vos.
Como dice la última canción de Cold Play: “we pray”. Y todos oramos, para ser vistos, identificados. No ser un número más en las cifras, en las encuestas.
¿Para qué la verdad, me hará más feliz? No.
La pasión es honesta, no tiene que ver con la seducción que es parte de un plan de conquista, de engaño.
¿Por qué la política que es un servicio a la ciudadanía adoptó las peores caras de un capitalismo feroz donde todo es compra-venta, sin mística, sin espiritualidad?
Donde el único cambio que hay es de herramienta. Nada más.
Seducir, seducir, seducir.
¿Para qué? ¿Para estar un rato y saborear el poder?
No hay lugar del planeta a donde irse, es todo el mismo lenguaje.
La publicidad construyó un idioma universal y lo impuso, es la peor droga que entra por nuestros ojos, y no está prohibida.
La publicidad es un veneno legal. Y vamos atrás de ella para que nos ayude a ganar, ¿a qué costo? NO importa, quiero ganar, después veo, ¿después cuándo, qué veo?
Que doy, como negocio. Ese es el razonamiento.
Queremos que nos seduzcan, nos da una sensación leve, de bienestar rápido, como un chute de alcohol sin resaca, alguien que nos quiera. Alguien que nos desea.
Alguien que no sé quién es, no importa, me necesita. Necesita mi voto.
Soy importante, mi voto decide. Mi voto soy yo. No es mi voto, soy yo. Dejé de ser invisible, soy un sujeto, soy una persona, dejé de ser transparente.
DEJÉ DE SER EL QUE PAGA IMPUESTOS. TENGO ROSTRO.
¿Quién no quiere un momento de reconocimiento en la obsesión del foco teatral constante?
Cada persona quiere sus 15 segundos de “fama”, no importa para qué, son preguntas que perdieron validez, caducaron, se fueron al fondo del tarro de las preguntas.
Bye,bye, questions. “That is the question” …
Esa es la cuestión.
“To be or not to be”, pregunta el inmortal poeta inglés.
No, esa pregunta, está a punto de expirar en el mundo real, en el mundo ficcional la protegemos, le damos energía para que no se extinga, somos reservorio de narrativas. Protegemos el ecosistema.
Reciclamos. Recuperamos. Convivimos.
Pero, claro…
Yo también quiero gustar, que gusten de mí, que me vean, ser convocada, elegida, elogiada.
No está mal. No hablo de eso.
Pero sí del oportunismo sobre la debilidad humana, de la fragilidad. La estafa moral.
¿Es un delito? No, por ahora no lo es.
Cuando nos dejamos seducir la niebla nos toma. Podemos colocar en la urna un móvil que no coincida con el propósito ciudadano.
Podemos errar, ¿para qué votamos?
Otra pregunta inválida.
Irá a la memoria saqueada. La que no se recupera.
La que formará parte de la próxima serie de ciencia ficción.
Fuck me. Toda. Todo. A todos. A todas. A todes.
Fuck me, hasta que me digas que me amas.
Soy tuya.
Ven por mi voto, te estaré esperando. Ven por mí.
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