
La creación artística es un acto físico y espiritual que hasta hoy nos resulta inexplicable. Un fenómeno que es materia de estudio para la neurociencia y que se vuelve –en el caso de la música o la poesía– un tema vinculado a lo metafísico. ¿Qué es crear? Quizá no exista tal cosa y el hombre solo replica una cadena de arquetipos. Aunque para el autor de un poema, una melodía o una canción, sea trascendente el momento de la gestación, esa especie de big bang interno que permite que emerja una forma y un contenido sin la mediación aparente de la razón. En 2011, el cantautor montevideano Pedro Restuccia (1985) editó “Canciones Hogareñas” cuyo material está basado en composiciones que fueron registradas al mismo tiempo que estaban siendo creadas. Para Pedro, lo esencial fue tratar de mantener el impulso del gesto compositivo, el que aparece como un borrador dorado, luminoso y coherente, pero que a medida que es dominado por la razón es colonizado por ella, y el saldo final casi siempre difiere del estallido primario. Ahí, el sentimiento inicial puede mantenerse en el tiempo, o convertirse en un camino sin salida. Esta idea es bastante original dentro de la música popular contemporánea, donde lo que abunda es lo contrario; pues se persigue el resultado final y no la esencia de una música en el proceso de nacer. Dice Restuccia: “Todo fue grabado en un par de meses de 2010. Generalmente componía en la mañana y un par de horas más tarde, tras completar el texto, ya estaba grabando. Como el proceso fue en mi casa, un pequeño apartamento del barrio Prado, tenía esa facilidad para poder hacerlo de modo “express”. Abandoné toda idea de “producción meticulosa”, empastamiento de capas y perfeccionamiento”. Para la grabación “casera”, Pedro utilizó escasos elementos, porque se trataba de que lo tecnológico funcionara solo como herramienta de registro. “Canciones Hogareñas” abre con “Ladrarán”, una balada de tono beatle que retrata una escena barrial nocturna. El coro de perros anuncia la llegada de la lluvia o presagia un peligro. Para Pedro son “sirenas”, pero no está claro si habla de las electrónicas o las mitológicas. La voz susurrada remite al Luis Alberto Spinetta de “Kamikaze”. “Blanca” es una hermosa balada folk que abre con un interesante verso: “si hay dolor es porque hay vida”. El tema central es el del esquimal que acepta la existencia pese a sobrevivir en condiciones extremas. Aquí la música no es dramática, todo lo contrario, y se diluye en el final, como un verdadero copo de nieve en la mano. Todas las canciones que conforman el disco son muy breves. Y lo que late en este material es una fuerte influencia del Eliott Smith más folk y, por supuesto, el hálito de la música popular uruguaya que Pedro ha mamado de chico y que está presente en su organismo (y en su alma). Se nombran influencias que a uno “le suenan”, pero en estas canciones hay personalidad por más que estén visitadas por Spinetta, Smith o Beatles. El piso pop no significa nada, si no hay una contextura detrás y respeto por la canción. Una canción singular es “Cuando no hay fútbol”, cuyo tema es la soledad y el desamor, pero donde también se puede estar frente a una visión irónica de estos estados: “debo contar que en la pensión/solo estoy yo y mi cabeza/y cuando no hay fútbol muere el silencio”. La melancolía fluye sobre el piso de corcheas machacadas que remiten a algo pianístico (al Fito Páez de “La la la”) más que a un acompañamiento propio de guitarras. Aquí está el Pedro más auténtico e interesante de un álbum por demás interesante. “Debo contar que vivo bien/ que entro a los bailes, que salgo con chicas/ y ellas me dicen, qué ojos más lindos/ pero al volver a la pensión/ no me acompañan y me duermo solo/ no sé qué pasa”. En estos versos (casi adolescentes) hay vida propia, y un dejo tanguero (¿por qué no?) el del tipo “solo en el bulín”. Existencialismo al mango: Río de la Plata, tango y fútbol. El corolario es perfecto (“y si encima es domingo/ nada se pone bien/ y así la paso peor/ y si encima tu cuerpo/ no se deja ver/ y yo la paso peor// y si encima no hay fútbol”.
“En ese momento el objetivo era componer a la carrera. Entonces dejé sin filtro lo que mi cabeza tenía en primera plana. Y es por eso que las canciones son breves: hablan del barrio, sentimientos profundos del diario vivir, pero expresados de forma sencilla, de mi casa, algunas canciones de amor, de convivencia, y otras cosas cotidianas. Hay algunas relacionadas a cosas que estaba oyendo o leyendo en ese momento.” El álbum respira la frescura de lo inacabado o de la obra en estado puro, como la misteriosa Pietá Rondanini de Miguel Ángel. La biografía se cuela en los textos o micro historias, apuntes de la cotidianidad. Y se refieren a un barrio montevideano que hasta hoy mantiene un rasgo particular, El Prado, donde la arquitectura y su halo romántico parecieran haberlo detenido en el siglo XIX. El mismo barrio donde Fernando Cabrera escribiera “Paso Molino”. Y donde Pedro Restuccia produjo esta pequeña joya intimista que es “Canciones Hogareñas”, con su emoción contenida y juvenil. Como que la conexión con Cabrera no es casual. La mejor canción montevideana pervive en estas sincronías: el ayer, el hoy y el mañana.
(https://pedrorestu.bandcamp.com)
Ilustración: Oscar Larroca
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