El 2 de marzo el Presidente Lacalle hizo el discurso de rendición de cuentas ante la Asamblea General, pasando revista a su primer año de gobierno, el cual debió atravesar en circunstancias excepcionales generadas por la pandemia global de la covid-19.
Es valorable el gesto republicano de concurrir al Parlamento y allí rendir cuentas, y el tono del discurso (más allá de lo tedioso por su extensión y la falta de priorización de temas) fue correcto, lo cual permitía augurar una nueva etapa de relacionamiento con la oposición y los actores sociales.
Podía ser el inicio de una nueva forma de relacionarnos, ya que desde el 1º de marzo de 2020 y hasta el día anterior al discurso, a través del mensaje escrito que envió el Poder Ejecutivo al Parlamento el gobierno se dedicó una y otra vez a cavar con fruición la famosa grieta que amenaza con separar a los uruguayos, hablando un día sí y otro también de la “herencia maldita”, herencia maldita que le permitió contar con un muy buen sistema de salud, estructura digital de primer nivel y una enorme solidez financiera para hacer frente a la pandemia.
Podía ser el inicio de algo mejor, pero no.
Ya al otro día en entrevista con Canal 12 el propio presidente habló del “libreto trasnochado” del Frente Amplio, y al día siguiente el Secretario de Presidencia debilitó la institucionalidad dudando de las cifras del INE en relación a la pobreza.
No parece ser este el mejor camino para enfrentar un año que será muy duro en lo económico y social y que sin dudas requiere del esfuerzo de todos para sacar al país adelante. El gobierno debe generar las condiciones para que todos empujemos y ayudemos, pero ese tipo de declaraciones en nada colaboran para generar un clima de necesaria concordia.
Por otro lado, el discurso del presidente, que detalló una por una hasta las ambulancias que se habían adquirido en todo el país, tuvo dos enormes ausencias: empatía y futuro.
No hubo empatía con aquellos que más están sufriendo las consecuencias económicas de la pandemia, no hubo referencia a las mas de cien mil personas que cayeron en la pobreza en el último año, ni a los sesenta mil desempleados adicionales, ni a la baja del ingreso de los hogares ni a los miles de micro y pequeñas empresas que cerraron.
Si hubo anuncios de algunas medidas que implican apoyos a colectivos vulnerables, pero que claramente carecen de la potencia necesaria para generar un impacto significativo en la situación de estos. De hecho, se anunció que este año se gastará menos que en 2020 para paliar la crisis.
Y lo más preocupante, no hubo futuro.
No hubo ninguna mención a una estrategia de largo plazo que marque el rumbo estratégico del país hacia adelante, que les permita a los agentes económicos tener certezas y previsibilidad en cuanto a cuál es la estrategia en cuanto a inserción internacional, reformas para mejorar la competitividad, estrategias para afrontar la revolución tecnológica que se aceleró con la pandemia, etc. El futuro brilló por su ausencia.
Y esto no es algo nuevo, esa falta de rumbo fue la misma que mostró la ministra de economía en su larga conferencia de prensa de principios de febrero.
En su extensa comparecencia la ministra mostró con orgullo el cumplimiento de los objetivos fiscales, los cuales son su prioridad desde la campaña electoral de 2019.
Y esto en si mismo es un grave error, no se puede tener en 2021 los mismos objetivos en materia económica que los que se tenían en 2019, ignorando por completo que en el medio ocurrió (y aún ocurre) una pandemia global con efectos gravísimos en materia social y económica.
No incorporar este brutal cambio de contexto en el análisis, y por lo tanto no cambiar las respuestas desde la política económica es de por sí muy preocupante.
En segundo lugar, es alarmante el enfoque reduccionista de la ministra, preocupada solamente por la variable fiscal, debería tener presente que no es sólo ministra de Hacienda, sino también, y fundamentalmente, de Economía.
Hablar de déficit fiscal sin incorporar la dimensión de la producción, del empleo, del consumo, del ingreso de los hogares y demás variables económicas fundamentales es un profundo error y demuestra que no hay un plan integral en materia económica.
De hecho, decía la ministra que había “cumplido todas las metas trazadas” cuando en realidad incumplió una de las más importantes, ya que había pronosticado una baja del 3,5% de la economía en 2020 y finalmente la misma será del entorno del 6%.
Urge conocer cuál es el rumbo estratégico que seguirá el país, cual es la estrategia de desarrollo de largo plazo de este gobierno, y dentro de ella cuál es el rumbo de política económica que se seguirá para hacer crecer la economía y sostener a los más afectados por la pandemia, la ausencia de la misma sólo genera incertidumbre en los agentes económicos que toman decisiones de inversión y generan empleo.
La ausencia de rumbo no le sirve a nadie, ni siquiera a los malla oro.
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