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Las paredes oyen…

Las paredes oyen…
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–Estoy nervioso.

–Sí, ya te oí. Es la quinta vez que me lo decís.

–Lo sé, lo sé, pero es que estoy nervioso.

–Tranquilizate. Esto ya lo hemos vivido. Siempre pasa lo mismo. Vemos un movimiento medio raro, nos dejamos dominar por los nervios, entramos en pánico y, al final, no pasa nada.

–Todo lo que vos quieras, pero esta vez es distinto. Los dos hemos visto lo que hemos visto.

–Si es por ver… Hace casi cien años que estamos acá arriba y hemos presenciado cambios de todo tipo…

–Sí, pero esta vez es diferente, te lo digo yo.

–Hacé memoria. ¿Te acordás de cómo se vestía la gente que vivía en esta misma casa cuando recién la inauguraron, con aquellos trajes oscuros, aquellos sombreros, aquellos vestidos largos? Mirá los de ahora, parecen distintos pero son los mismos de siempre. Y en la calle, que estaba empedrada de adoquines, pasaban carruajes con caballos; después vinieron la cachilas; después el asfalto y los autos; mucho más tarde, durante un tiempo, volvió a haber carritos con caballos junto a los automóviles; y ahora esta inundación de cero kilómetros y motos que nos echan el humo de sus escapes a la cara y nos aturden con el ruido de sus  motores… ¿Y nosotros? Acá seguimos, como si nada.

–Vos podrás creer lo que quieras. Sin embargo, no me vas a negar que, hasta hace unos años, nunca había pasado lo que está sucediendo en los últimos tiempos en las tres o cuatro cuadras que alcanzamos a ver desde acá. Y, si lo pensás un poquito, no es nada difícil concluir que en este barrio, en el de al lado y en los de más allá, debe acontecer algo por el estilo.

–Vos sos un alarmista…

–¿Yo? ¡Y vos, un inconsciente! Porque no alarmarse ante estos hechos es una verdadera locura. Ya aprendimos el guión. Durante décadas, en esta calle hubo hermosas casas, no pocas de ellas con alguno de nuestros congéneres en la fachada. Hasta que, un buen día, llega un camión, se bajan unos obreros con cascos amarillos, ponen un vallado, cuelgan un montón de carteles anunciando que próximamente allí se venderán apartamentos así y asá… Al poco tiempo caen las máquinas que destrozan todo lo que había y queda solo un pozo. Del que no tarda en surgir –como un descomunal hongo lleno de aristas– una de esas construcciones que han ido apoderándose del barrio y, sospecho, de la ciudad… ¡No van a tardar en venir por nosotros! ¿Cómo querés que no esté nervioso, entonces?

*

El hombre contempla a los dos personajes desde la vereda. Entonces, le viene a la mente el dicho: “Las paredes oyen”; y, sin solución de continuidad, se le ocurre: “…pero también sienten y, si hablaran, tal vez nos podrían hacer ver ciertas cosas que, por nuestra posición en el mundo, no podemos percibir en su real dimensión”.

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