Los demonios amables de la calle Cerrito
Somos mellizos, ya lo habrá notado. Tal vez, por nuestra apariencia, imagine estar ante dos feroces monstruos. Si así fuese, no se equivocaría tanto. La voluntad del nigromante que nos dio la vida era crearnos a imagen y semejanza de su alma despiadada. Pretendía, hechizos mediante, transformarnos en los cancerberos de sus oscuros secretos. De acuerdo con sus cálculos, nuestra sola presencia debería disuadir a quienquiera que se propusiese ingresar sin su permiso a su gabinete; y, en caso de que alguien se atreviese, deberíamos saltarle encima y destrozarlo a dentelladas.
Empero, hubo un fallo. Salimos bondadosos y hospitalarios. Sin embargo, paradójicamente, lo que podría haber sido virtud, se transformó en condena.
Al comprobar que no servíamos a sus designios, quien nos modeló vendió la puerta que habitamos. El que la compró, la instaló aquí. Pensamos que, por fin, la ilusión que abrigábamos –brindar acogida a todos– se haría realidad. Craso error. Entusiasmados, invitamos a entrar a cada transeúnte que pasaba frente a nosotros. Casi ninguno parecía oírnos. Y los pocos que caían en la cuenta de que eran nuestras voces las que se dirigían a ellos se espantaban y huían despavoridos.
Al tiempo, desistimos. Nos llamamos a silencio durante años. Hasta que apareció usted. No sabe la felicidad que nos dio cuando volvió varias veces a vernos. Por eso nos atrevimos a hablarle. No tenga miedo. Anímese y entre.
(Ubicación: Cerrito 586)
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