Home Política ¿Puede que la política no esté en crisis? por Ángel Arellano
0

¿Puede que la política no esté en crisis? por Ángel Arellano

¿Puede que la política no esté en crisis?  por Ángel Arellano
0

Se ha dicho con vehemencia y no pocos argumentos que la política está en crisis. Que la política y todo lo que la rodea vive momentos decisivos, clave, definitivos. Momentos en todo caso enmarcados en la crisis. La crisis entonces, por así decirlo, es el factor que arma y le da forma a la política, la condiciona y la ajusta, y la impulsa hacia el abismo, o lo que queramos creer que es el abismo. Sin embargo, dicho esto, vale poner en clave de pregunta el problema que dispara esta afirmación: ¿está la política en crisis?
Sí, está en crisis
Primero, intentaremos defender el sí. Tome cualquier informe sobre valoración a la democracia, cualquiera, sea conveniente o riguroso, metodológicamente flojo o el más sabio y prestigioso, y le dará, sin duda ninguna, un estado de situación pesimista. El apoyo a la política y la satisfacción de los ciudadanos con la acción de sus políticos, es decir, con la gestión de la cosa pública, con el manejo de las urgencias y con la jerarquización de las prioridades, va en picada hace varios años. En Latinoamérica por ejemplo el promedio apenas pasa el cerco del 50%. Es decir que poco más de la mitad de los vecinos cree que la política hace un mal trabajo, y en consecuencia la apoya poco, y, también, le satisface poco.
Otra parte de la afirmación de que la política está en crisis descansa en la evaluación que se hace del funcionamiento de las instituciones, en algunos países más efectivo que otros, más eficiente, más profesional, con mejores prestaciones. La calidad de la burocracia de las instituciones depende de algunos predictores como el sistema educativo, el armado de la carrera de servicio civil y el diseño de los órganos del Estado que tienen la tarea (difícil, complicada) de organizar a la sociedad y brindarle una configuración que permita a las personas funcionar con ciertas certezas.
Finalmente, están los flagelos que siempre rondan la actividad política y que son, en la mayoría de los casos, muy tentadores cuando las instituciones tienen escaso control y sus encargados dedican menos tiempo a servir al Estado que a servirse de él. Me refiero a la corrupción, el abuso de poder y el clientelismo, una triada que puede ir de la mano o no, pero, ya sea juntas o separadas, mellan la credibilidad de esa misma política que vota el vecino en las urnas y de esas mismas instituciones a donde concurre la vecina por un trámite. A veces la corrupción puede ser ese secretario de escaso trabajo que gasta sus horas frente a un mostrador público sin nada más que poner un sello húmedo y decir “siguiente”. Otras, la corrupción escala a dimensiones insospechadas y enriquece a élites que circulan alrededor de la política para encumbrarse entre los beneficiarios que se apropian impunemente de eso que llamamos coloquialmente “los impuestos de todos”.
Elitismo y populismo
Si algo daña al ejercicio de la política es el elitismo. En otras palabras, la desconexión entre dirigencia y pueblo votante, y los exagerados privilegios de los que goza un club político versus el resto de la sociedad. Así como el gerente de la fábrica debe tener noción de todos los procesos que ocurren dentro de ella, los gobernantes tienen la obligación de estar en contacto con las comunidades que dicen representar. Hay que tener presente que el Estado es un elefante de muchas trompas y el trabajo público tiende a ser absorbente, cuando no agobiante. Sin embargo, es esa cercanía con la realidad social la que provee ciertos insumos, si se quiere diagnósticos, que la política necesita para diseñar el camino a seguir. Nada justifica que por un lado exista una minoría (no siempre tan) “ilustrada” encargada del poder, y por el otro el resto de la población que los ve con dificultad entre la multitud de escoltas, dispositivos de seguridad, colaboradores cercanos y aduladores de toda índole.
Una de las razones que sirve de combustible al populismo es el elitismo. El líder mesiánico y popular tiene en su código discursivo el combate contra esas cúpulas políticas a quienes hay que reemplazar a como dé lugar prometiendo lo que haga falta. Y como la política es todo lo contrario, porque tiene la obligación ética de prometer lo posible y no emborrachar a la sociedad con expectativas irrealizables y dosis exageradas de demagogia, debe mantener su carácter popular, cercano, inclusivo, que ventila y canaliza las demandas sociales para trasladarlas a un cuerpo de certezas y realizaciones tangibles. El populismo advierte que la élite devino en elitismo, en “casta”, un término antiguo que volvió a estar de moda. Las veces que la política no atendió a esa advertencia, el mundo tembló.
No está en crisis
Ahora intentaremos una defensa del por qué la política no está en crisis. Acudiremos a dos dimensiones: la dinámica y la sistémica.
Primero la dinámica: la palabra crisis es por lo general ruidosa. Cuenta con una carga semántica que la hace poco simpática y dispara alarmas. En política las crisis son muy diversas y surgen en distintos espacios y momentos de las organizaciones políticas, sean estas movimientos o partidos, y del Estado mismo. De tal manera que se puede decir que crisis y política son dos términos acostumbrados a caminar juntos, a veces de la mano y a veces en conflicto. En buena medida el líder político tiene algo de relojero, y parte de su trabajo trata de calibrar diferentes crisis con el objeto de ascender al poder o mantenerse en él. En el manual de trabajo de un presidente, un gobernador, un alcalde o un legislador, está presente la gestión de crisis, y es, por así decirlo, parte de su rutina. Los partidos aprovechan las crisis para cambiar fichas en el ajedrez, incluso renovarse por completo. Los dirigentes navegan las olas de las crisis para llegar a destino, a veces esperados, a veces desconocidos. Las crisis en la actividad política siempre tienen un resultado positivo para unos y negativo para otros. Es insensato pensar que las crisis dentro de la política solo tienen finales tristes, porque aún en los escenarios menos favorables aparecen elementos que unidos con cierta inteligencia y algo de audacia, como suelen hacer los políticos con oficio, permiten construir una ventana de oportunidad. Por algo es sabio el viejo dicho “no hay muertos en política”. Aun con el descalabro de un partido, la caída de un gobierno o el reacomodo brusco de una tromba, suelen haber “sobrevivientes”.
Tensión natural
Después está la dimensión sistémica. Si por crisis de la política entendemos los reclamos cada vez más sofisticados que hace la sociedad ante el sistema que los gobierna; y la insuficiencia de ese sistema para cumplir con la provisión de orden y de mayores horizontes que mejoren la calidad de vida de sus ciudadanos, estamos entonces ante la tensión natural de la relación entre gobernados y gobernantes. El Estado, y en consecuencia la política (quien tiene la tarea de integrarlo y conducirlo), es un entramado que ofrece una estructura que organiza y encarrila cosas que por sí misma no pudieran estarlo. El Estado es, en suma, el conserje que escucha decide y controla la vida en sociedad según sus patrones civilizatorios.
El Estado, al igual que las personas que lo conforman y obedecen, tiene vida, y, por tanto, conflictos, desaciertos, crisis. Política y Estado están sometidos a constantes presiones. Así como en los grupos hay miembros con diferentes cualidades, en el Estado y la política hay liderazgos, entes y normas que tienen más o menos brillo, y más o menos éxito.
Pocas veces se ve un sistema político que funciona como un todo, monótono y coordinado hasta la exasperación, como un cuerpo de balé donde no hay opiniones ni sugerencias, solo el rigor de quien dirige. En la política pluralista y el Estado democrático esto no ocurre, y es ahí donde reside el epicentro de esta reflexión: el Estado, justamente por ser democrático, y la política, justamente por cohabitar un espectro plural, acoge la diversidad. La política no es un cuerpo homogéneo y sin matices, incluso radicales o antipolíticos. Por el contrario, parte de su esfuerzo reside en articular esa diversidad para hacerla funcional a los objetivos por los que votó la sociedad a través de sus representantes. Si bien estos objetivos a veces no se cumplen, y lo que demuestran ahora los informes de opinión es que la ciudadanía percibe que en muchos lugares esto no está ocurriendo y que estamos cada vez peor, cuesta pensar que el asunto sea por una crisis de la política y no así por una crisis dentro de la política y de la sociedad misma.
Problemas de parto
Haciendo un ejercicio de racionalidad minimalista detectamos elementos que invitan a pensar que la baja en la valoración de la política, sus instituciones y en consecuencia del Estado, del Estado democrático, claro, el único que vale la pena, atiende a problemas de parto de la propia política y de la propia democracia, que al igual que algunos animales, tiende a cambiar de piel para evolucionar, pero el corazón es el mismo.
Solo en democracia se puede vociferar, y por qué no, protestar fervientemente por lo que se cree un desvío del trabajo esencial de la política: representar, solucionar y conducir. Solo en democracia se puede (y debe) acudir a la política para incluir nuevos reclamos y nuevas aspiraciones. Solo en democracia se puede aspirar cambios que deriven en mayores libertades. De tal manera que solo en democracia las crisis permiten visibilizar otras posibilidades, repensar y cambiar.
El Estado no-democrático
Las crisis son transformadoras. Toda crisis abre la ventana para que algo ocurra. A veces esas crisis no se aprovechan, en buena medida porque la política, al estar conformada por hombres y mujeres que integran el Estado, sufre de miopía, escasa capacidad, poca audacia, creatividad, tino o todas las anteriores. No obstante, viene bien pensar cuál es la alternativa a la política y al Estado en democracia: el Estado no-democrático. En los sistemas no-democráticos, esto es desde luego el autoritarismo, las alternativas no existen, porque no hay más opción que la que dicta la jefatura central. El Estado no-democrático es como el cuerpo de balé: todos por mismo carril, todos sincronizados, todos bajo el mismo compás, todos, sin crisis.
Contra el sí y contra el no
Quienes promueven que no debe haber política y que lo mejor es que se vayan todos aspiran, en suma, que se vayan todos, sí, pero que queden ellos. Es decir, un reemplazo radical, pero reemplazo al fin. Tanto extremistas, como antipolíticos y populistas, todos en esferas diferentes y a veces juntas, aspiran la conducción del Estado, a pesar de él. Básicamente porque no hay otra cosa. Todo cuanto se ha inventado no ha resultado. El Estado, y en específico el Estado democrático que es el que vale la pena, es el mejor invento de todos los que se han ensayado.
En América Latina paradójicamente el mayor riesgo del Estado moderno y de la política, no viene de quienes buscan liderarlo, reducirlo, limitarlo o reformarlo, sino de un factor externo que no está interesado en conformarlo sino en cooptarlo: el crimen organizado, un actor que no discrimina entre satisfechos y no satisfechos, eficientes e ineficientes, corruptos o puros, para tomarlo todo.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.