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Raulito, ¿Quién te hace los libretos?

Raulito, ¿Quién te hace los libretos?
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Calmate. Caminá un poco por calles y plazas sin dejar que se te arrimen tipos armados con micrófono en mano. Tomá aire y distancia de lo que te jode. Comete puntualmente las pastillas de ansiolítico que te habrán recetado. Hacé de cuenta que la mirás de afuera y sos un López más de la guía. Reflexioná  un cachito y, sobre todo, cerrá la boca –como si, ¡pac!, de repente te hubiera venido mudez; como si una parálisis facial te impidiera hablar; sin explicar nada (ni siquiera el insólito fenómeno de tu repentino silencio).

Te tocó ser actor político de primera magnitud y tenés que actuar como si lo fueras –o vas a terminar tu “carrera” como paté de carne picada-. No podés avanzar a lo pato. Ya “El País” del domingo te dedicó la página 5 bajo el título “Sendic pide perdón, pero niega haber “metido la mano en la lata”. En tu recorrida por comités de base no dejaste de jetear, buscando el apoyo de la talú camarada. Dijiste cosas. Para todos los gustos y disgustos. Por demás –como siempre-. Llenando la cocina de humo.

Mirá: está el afuera y el adentro de uno. Importa responder a ciertas preguntas. ¿Quién sos? ¿Cómo querés que te recuerden? ¿Cuál es tu hilo conductor? ¿Dónde está la coherencia propia? ¿Qué pretendés hacer contigo mismo? Lo demás son circunstancias. Nadie es un cargo/ un apellido/ un relumbrón. La cuestión es mucho más compleja. En ella te jugás la única vida que se te ha dado.

Me da la impresión de que no te pasaste en limpio; de que estás medio perdido en la niebla; de que te mirás en un espejo yuto. Tenés una trayectoria maculada con pequeñas torpezas –crecidas exponencialmente merced a tus explicaciones: que sí/ que no/ al revés/ al derecho/ y todo lo contrario, cuando una frase contundente, y veraz, hubiera desempañado el vidrio-.

Es cierto: a vos el pueblo te eligió Vicepresidente de la República. Tenías linda sonrisa, buen hablar, prosapia revolucionaria, apostura, juventud, promesa de renovación frentista (tu ex seispuntismo era nada; cualquiera tropieza en baldosa torcida). Claro, en ese momento estabas impoluto: no se había ventilado lo de la “licenciatura” cubana, ni se había desatado el huracán Ancap (de inversiones necesarias pero acumulando todas las dificultades en el mismo punto), ni el pelotudo uso de las tarjetas corporativas, ni tus laberínticas justificaciones, aptas sólo para lelos por unanimidad. Cabe preguntarse: ¿con el actual prontuario habrías sido candidato?

Presentaste renuncia (de boquilla) y el Taba –mientras tanto- te respaldó. Aunque, a su debido tiempo, dijo: “Una renuncia es una renuncia”.

Pediste pronunciamiento del Tribunal de Conducta Política del FA. Se pronunció. Su dictamen, en sobre cerrado, será tratado el próximo 9 por el Plenario. Como de costumbre, hay trascendidos irresponsables. Si el Tribunal no formula observaciones éticas todos aplaudiremos y respaldaremos a muerte tu gestión. ¿Y si no?

Si te sacan amarilla, ¿qué vas a hacer? “El País” estampó que sea cual sea la tesitura del partido, dejaste en claro que te quedarás en el sillón de la vicepresidencia porque allí te colocó la ciudadanía y sólo te sacará “el pueblo, la Constitución y la ley”.

¿Declaraste eso? Entonces, ¿para qué solicitaste Tribunal de Conducta? Pareció algo magnífico. Por iniciativa propia. Sabiendo que “los del Tribunal pueden acertar o equivocarse”, ¿qué buscabas cuando pusiste a su consideración tu honorabilidad en el uso del crédito plástico -diversamente pero sólo en beneficio institucional-? ¿Querés emputecer al FA al golpe del balde? En todo caso, los daños colaterales podrían ser tan inevitables como enormes. No sólo para vos.

Muchacho, tenés que asumir las consecuencias de tus actos. Lisamente. Sin saltar por la ventana. Si erraste, joderse y tomar quina. Lo que toca, toca. La ética no tiene puerta de emergencia.

Sólo los muy chantas hacen trampas al solitario.

Dedicá diez minutos a pensar en vos mismo.

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Jose Luis Baumgartner Abogado, periodista y escritor.