Ruidos, mascarones de proa, silencios por José Luis Baumgartner
En los últimos días la vida nos ha regalado con episodios político-festivos “inolvidables”; de ésos que trascienden todo y repercuten vaya uno a saber dónde. Formidables. Chiquituras científicamente inconcebibles. Más pequeñas q ue la “escala de Plank”.
Como han comprendido de inmediato, me refiero, claro está, a la interpelación de Bordaberry a Bonomi, al pase de un magno flato itinerante al PN, y a los dichos del ex Sendic sobre la carpeta extraviada en ANCAP, conteniendo comprobantes y vueltos de su muy famosa tarjeta corporativa.
Con sólo mencionarlos, me cansé. O me aburrí. Lo obvio pesa más que la culpa. Para llenar el espacio al que estoy condenado (tipo la perpetua que propicia Larrañaga), usaré algún pienso propio y mucho dicho ajeno –para darle candela a esta plana lamentable-. (Ver Umberto Eco: “De la estupidez a la locura”).
Cuquito acogió a GM en sala del “Honorable” con “alegría” de ocasión. Como si le hubieren regalado un injerto transgénico de una trufa alucinógena desconocida; como si por fin pudiera abrazar un recipiente de gas envasado al vacío; como si gracias al incontinente nuevo ¿qué?, ¡bingo!, estuviera en el podio electoral (¡escalón de abajo, che!); como si hubiese adquirido esplendoroso brote de almácigo insólito, de ésos que no se dan ni en “La Tahona”. GM en su papel de Sócrates –cavilando quizá en qué otra agrupación política podrá militar en futuro próximo-. ¡Que farsa tan conmovedora! Dios los cría y ellos se juntan.
Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famoso y estar en boca de todos. Muchos querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta… ahora esta diferencia ya no existe: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estamos dispuestos a todo.
Bordaberry acaparó doce horas de violencia verbal para cuestionar al ministro del Interior por la violencia que se palpa en el ambiente –aquí y en el mundo (sobre todo en los Parlamentos). Repitió una función cumplida ya ocho o nueve veces. Los mismos reparos; los mismos datos; las mismas circunstancias. ¿Alguna propuesta? ¿Alguna sugerencia? Nada. Sólo que se vaya el ministro. ¿Puede Bonomi evitar que el delito avance a la par del narcotráfico? ¿Puede evitar femicidios, maltrato parental o agresiones domésticas? ¿Puede evitar los ajustes de cuentas criminales? Ha hecho de la Policía una institución respetada, moderna y cuidadosa de los derechos humanos. Todos sabemos que los problemas de violencia e inseguridad ciudadana son policausales y de índole cultural. Por supuesto, el interpelante también. Es hombre culto e inteligente. Quiso hacer ruido sobre un tema que está en el primer plano de la atención social. Para estar a tono con la modernidad. Para que le oigan. Para comunicarse consigo mismo.
El silencio es un bien que está desapareciendo incluso de los lugares que le eran propios. No sé qué ocurre en los monasterios tibetanos, pero estuve en una gran iglesia de Milán en la que actuaban unos excelentes cantantes de góspel que, de forma gradual y con efecto discoteca, implicaron a los fieles en aquel cántico que tal fuera místico, pero que en cuanto a decibeles era propio de un círculo infernal.
Nuestra generación bailaba con la música susurrada de Frank Sinatra y de Perry Como, la actual necesita “éxtasis” para soportar los niveles sonoros del sábado a la noche. Escucha música en los ascensores, va a todas partes con los auriculares, la escucha en los coches (junto con el estruendo del motor), trabaja con música de fondo mientras por la ventana abierta le llega el ruido del tráfico. Todos se “comunican” durante horas con todos. Oyen y producen sólo ruido. El lugar común y la obviedad ocupan el sitio de las ideas.
¡Qué lástima que Bordaberry haya perdido y hecho perder tanto tiempo al santo pedo!
En cuanto al ex Sendic: callo. Ojalá él también lo haga. No quiero adjetivar. La “carpeta perdida” es sustituible consultando a Contaduría y Tesorería de ANCAP; ¿o no?
Por suerte, la imbecilidad no es contagiosa –aunque a menudo parece lo contrario-.
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