En la creación del Frente Amplio confluyeron asuntos emergentes y problemas estructurales que posibilitaron la aparición de una nueva fuerza, con un nuevo relato, y, sobre todo, una nueva representación de muy alto nivel. Dos consignas pueden ilustrar toda la complejidad del momento: “El Frente Amplio es una fuerza pacífica y pacificadora”, la segunda: “Hermano no te vayas, ha nacido una esperanza”. En la amalgama de una dirigencia multipartidaria había nacido algo nuevo, original y desafiante, que no eludía ni el corto ni el largo plazo. Resolver ese dilema ha sido parte sustancial de su supervivencia por más de medio siglo.
Cuando se recuerda los primeros movimientos de lo que nacía, y a la excelencia de los dirigentes fundadores, hasta parece fácil haberlo hecho. Eran voces poderosas y plumas brillantes con que se edificaron los cimientos del milagro. Marcó un momento muy alto de la política uruguaya. El MLN, sorprendido, no tuvo otra salida que manifestar su apoyo, aunque fuera un apoyo crítico. En realidad, estaba en las antípodas del Frente Amplio. Tan en las antípodas que el apoyo crítico que había hecho público apenas duró unos meses, mientras organizaba su columna 70 para acercar frenteamplistas al aparato, una verdadera succionadora. Pudo hacer otra cosa, pero se jugó por las contradicciones del sistema, por la radicalización de “las condiciones subjetivas”. Todo estaba anunciado en el documento uno del MLN, para ahí iba, el Frente era solo una piedra en el camino.
El MLN, parte fundamental de toda esa complejidad, había nacido de otra esperanza: “la revolución cubana nos iluminó con su ejemplo a pueblos hermanos”, parafraseando al presidente del actual Frente Amplio, el sindicalista Fernando Pereira. “Gracias Revolución Cubana por haber sido y ser luz permanente para la libertad”. Es cierto, también la revolución cubana fue parte del complejo momento que comenzó a vivir nuestro país a partir de 1959. Con la perspectiva de los años, en aquel momento parecía que “aquel pequeño país modelo” se hundía en la larga noche.
La lucha armada que dio nacimiento a la Cuba de los Castro se extendió por, prácticamente, toda América Latina, y sus ondas concéntricas, tal como Debray lo describió en su teoría del foco, penetró profundamente nuestro país. Raúl Sendic viaja a Cuba en 1960 y allí recoge una primera impresión que formará su idea del quehacer político futuro. Como militante del Partido Socialista, forma parte de su renovación, o reformulación, en beneficio de la visión de Vivian Trías, el espía checo, y en desmedro de Emilio Frugoni, uno de esos hombres con el ADN parecido al de los fundadores del Frente Amplio, y mentor persistente del socialismo en democracia, durante la primera mitad del siglo XX.
¿Era necesaria una guerrilla en Uruguay? ¿No habrá sido una distorsión de la situación que, supuestamente, dio origen a la lucha armada en Cuba? ¿Era necesaria la lucha armada en Cuba? ¿Era necesaria la lucha armada en Uruguay?
Jamás se ha planteado un debate regional serio que abarque estas preguntas. Sí se han cavado trincheras, brechas dirían los argentinos, en torno a los efectos de la propaganda política pero no en torno a cifras, hechos derivados de agresiones y supuestas condiciones ineludibles para que se consideraran agotados los recursos democráticos en América Latina.
Pereira pone el asalto al cuartel Moncada como la piedra fundamental para que “se encendiera la luz permanente para la libertad” en el continente, especialmente en nuestro país. ¿Conocerá Pereira qué sucedió exactamente, y por qué un pequeño grupo de jóvenes, la mayoría del Partido Ortodoxo, exacerbados por Fidel Castro, arremetieron contra la segunda fortaleza militar del país, sin preparación militar, armados con rifles 22 y escopetas de caza? ¿Sabrá Pereira que esos jóvenes atravesaron la isla, más de mil kilómetros, para asaltar el Moncada sin conocer el motivo, ni por supuesto los detalles de la acción, hasta llegar a una casa en la playa de Siboney, a pocos kilómetros de Santiago?
La inexperta tropa guiada por Fidel Castro, entre otros detalles, equivocó el camino, lo que provocó que un tercio de aquella tropa bisoña jamás entrase en combate. Fidel le asignó a su hermano Raúl un sitio sobre el techo del palacio de Justicia para combatir desde una posición privilegiada, y él mismo tuvo un problema con su coche a la entrada del cuartel, y jamás entró. Por supuesto que el PSP (Partido Comunista de Cuba) calificó aquella acción como una acción aventurera de la pequeña burguesía, y lo fue.
135 voluntarios se habían concentrado en la granjita Siboney para conocer el plan. 12 de ellos desertaron al conocerlo, y quedaron en la granjita. De los 90 que efectivamente llegaron a la posta 3, por donde debían entrar al cuartel, solo 5 entraron. Tres murieron combatiendo y los otros dos fueron ejecutados en el lugar. Fidel Castro enfiló su coche hacia la salida, lo que provocó que quienes se habían atrincherado en el hospital siguieran el ejemplo de Fidel, abandonando el cuartel en medio del tiroteo, que se cobró 51 asaltantes muertos, muchos de ellos ejecutados luego de haber caído prisiones, como Abel Santamaría, el jefe político de la acción del Moncada.
¿Esa acción aventurera es la que el presidente del Frente Amplio homenajea como el momento en que la luz comenzó a entrar a raudales a nuestro país? ¿Pensaría lo mismo el general Seregni? Esa no fue la única superficialidad en que Fidel Castro incurrió como dirigente máximo e indiscutido de la revolución cubana. Pero de las palabras del actual presidente del Frente Amplio se desprende un enorme desconocimiento de los hechos que crearon la enorme burbuja en la que hemos vivido desde finales del cincuenta. Más bien, debió homenajear a decenas y decenas de gente joven que dio la vida por su revolución, cegadas por la inmensa luz que emanó de una personalidad compleja, que jamás tuvo que trabajar en su vida, y que, según su propio relato, jamás entró a una clase para recibirse de abogado. El hijo de un terrateniente que poseía una hacienda de 11 mil hectáreas dilapidó las bondades de la Constitución de 1940, una de las más avanzadas del mundo. Al morir Eduardo Chibás, el presidente de su partido (Ortodoxo), se apuró a ganar la batalla interna para sustituirlo, apoyándose en la desorientación momentánea de la juventud partidaria. Nunca Fidel Castro creyó en la democracia, la llamó la “pluriporquería”.
Fernando Pereira comenzó su carrera política en el PGP, el partido de Zelmar y de Hugo Batalla, se supone que debería tener muy claros estos conceptos.
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