TABARÉ por Ignacio Martínez
Por un momento sentí que el cortejo se detenía circunvalando el Palacio Legislativo. Miré a mi lado y te vi sonriendo, aplaudiendo, aplaudiéndonos.
–Soy lo que soy porque están ustedes –me pareció oírte decir y enseguida un “gracias” que yo retribuí. Me sorprendió sobremanera que nadie advirtiera tu presencia y menos aún que no notaran la conversación que estábamos manteniendo. Entonces comprendí. Debajo de barbijos y detrás de anteojos, protegidos del sol por sombreros y banderas, cada uno estaba teniendo una conversación contigo, un encuentro. A veces con lenguaje de palmas o gritando tu nombre. Otras entre lágrimas suspendidas o silencios. Pero en todos los casos brindándote un homenaje nacido desde el alma de mi pueblo, el tuyo, que te reconoce en sus pasos, en sus manos y en sus miradas como uno de sus mejores hijos.
–Me gusta la poesía –dijiste y murmuré para los dos unos versos desordenados pero muy sentidos.
los caros compañeros han abierto los surcos
sus arados hundieron los filos más agudos
desde entonces me brotan flores cada mañana
con el polen que nace desde mi centro ígneo
yo viví junto a ellos y como un tronco nuevo
fui tomando las formas de la savia más pura
como los artesanos que lijan la madera
fui encontrando las vetas más firmes y más claras
por eso soy sus risas sus pasiones sus almas
y la inmensa desdicha porque no están conmigo
también soy la alegría de sospechar que andan
con los mismos zapatos caminando a mi lado
hago mías sin trampas todas las chambonadas
reconozco virtudes que no me pertenecen
cuando yo escribo escriben porque escriben sus almas
y cuando faltan lloro porque se desvanecen
yo no mido mi vida en el tiempo que dure
mi vida en esta vida ellos me lo enseñaron
quién dijo que acabaron sus tiempos en la muerte
nadie despide a nadie que jamás ha partido
labrada está la tierra y la lluvia ha llegado
ahora sólo el verso puede tener sentido
para plantar semillas en los surcos abiertos
por mis caros amigos con sus dulces caudales
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